Antigüedad perdida
Nadie ignora que la presencia de un público es indispensable para la comunicación, fenómeno connatural a las diferentes especies que habitan nuestro planeta.
Como toda actividad lingüística y gestual, el teatro tiene una función de socialización de las relaciones humanas con un alto grado de ritualización. Por eso, en cuanto el hombre conoció la importancia del fuego tuvo la iniciativa de preparar fogatas, y danzar y cantar a su derredor, esperanzado de que hablaría con las divinidades.
En la actualidad, debido a un proceso de distanciamiento y ruptura con los valores patrimoniales creados por las comunidades que vivían en colectividad, iniciado en los tiempos de la esclavitud, el teatro ha perdido ese aspecto ceremonial que tanto aportó en su momento a la creatividad y al conocimiento.
Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que la ritualidad ha desaparecido del espacio teatral, siendo sustituida por imágenes y emociones diseñadas en aposentos cerrados con la finalidad de alienar cada vez más al público, razón por la cual los escenarios han sido asaltados por el mal gusto, y por mensajes y acciones insustanciales, alejados de la verdad y de los grandes y graves problemas que nos aquejan.
Lo más visto hoy en los escenarios teatrales es lamentable: obras insulsas, actores y actrices carentes de energía, y un público idiotizado, simianalfabeto.
Se entiende por público teatral el “conjunto de las personas reunidas en determinado espacio para asistir a un espectáculo o con otro fin semejante”.
El filósofo español Ortega y Gasset (1883-1955) decía que las artes escénicas parecen estar formadas por una dualidad: los hiperactivos y los hiperpasivos. Los primeros son los talentos artísticos; los segundos, aquellos que se mantienen pasivos en un asiento mientras los primeros los hacen llorar o reír.
Empero, Ortega y Gasset no nos dice que este fenómeno se originó con la aparición de la propiedad privada, suceso que irrumpió en las comunidades del Asia Menor y se expandió por los demás continentes con su secuela de sangre, terror y dolor.
La propiedad privada fue el elemento clave para el desarrollo del sistema esclavista, quizá el más horrendo de los sistemas sociales conocidos. Así, desde su imposición, los grupos humanos empezaron a distanciarse del fuego como símbolo creativo y mermó la actividad danzaria. Los ritos comunitarios devinieron rezos individuales y se agotaron los recursos ceremoniales.
No se crea que esto sucedió de la noche a la mañana. Ha sido un proceso de deformación bastante largo y tortuoso, muchas veces signado por sublevaciones y revoluciones en aras de conquistar el pasado.
En nuestros tiempos, por ejemplo, subsisten manifestaciones colectivas, como respuesta de sobrevivencia a los crímenes perpetrados por los representantes de la barbarie: esas manifestaciones colectivas suelen ser invisibles hasta para muchos de los propios integrantes, como si con su invisibilidad pretendieran enlazarse en el aire y visitar los puntos más distantes de la tierra para revivir la historia que ya no se cuenta.
El sistema esclavista instauró el individualismo e indujo a la humanidad a regirse por conductas y sentimientos egoístas, y puesto que el arte no es ajeno a ninguna manifestación social fue víctima de este mal. La libertad de expresión colectiva se anuló y la palabra mío se impuso como norma de vida.
Veamos esto por parte.
Trasladémonos a la cultura griega antigua, de carácter eminentemente marítimo, “dado su emplazamiento en el corazón del Mediterráneo”. Si propongo que nos remontemos a Grecia es porque la conocemos como la cuna de la cultura occidental y de la democracia. En las escuelas y universidades se nos enseña que las democracias modernas tienen una deuda con las creencias griegas sobre el gobierno del pueblo, el juicio con jurado y la igualdad ante la ley.
Es cierto que los griegos hicieron importantes contribuciones a la filosofía, las matemáticas, la astronomía y la medicina. La literatura y el teatro fueron un aspecto importante de la cultura helénica e influyeron en el teatro moderno.
Los griegos eran conocidos por su sofisticada escultura y arquitectura, mas no olvidemos que Grecia fue esencialmente una sociedad esclavista. Los antiguos griegos consideraban a los esclavos casi como una especie de ganado que se podía comprar, vender y utilizar para los trabajos más duros e ingratos. La mayoría de los esclavos eran prisioneros de guerra, gentes procedentes de territorios no helenizados y, por lo tanto, bárbaros, grupos que no eran inferiores a los griegos, sino una civilización diferente presente desde la Edad Antigua. De manera que en Grecia imperó una sociedad cruel: crueldad que le dio forma y contenido a su supuesta democracia.
Esa crueldad de entonces persiste en las democracias modernas, y se expresa en los índices estadísticos que nos hablan de plagas y epidemias programadas para sembrar hambre, guerras y desesperación por todas partes.