La poesía puede ser ficción. Sin embargo, percibo que muchos oficiantes del subgénero literario sustentan erróneamente -en su práctica y discurso- que la voz poética debe ser reflejo de la vida del autor. Es un error considerar que el poema, como artefacto estético, pretenda ser directamente proporcional a la biografía de quien lo articula. Bastaría un breve análisis de la evolución del género literario por excelencia para abandonar tal criterio.
En la historia de la poesía el tono lírico fue introducido a posteriori de la épica, que aunque parezca contradictorio era el tono cuasi natural y consuetudinario del poeta hasta la aparición de Safo, Píndaro y otros cultivadores del nuevo tono o estilo de poetizar. A los más importantes en la antigua Grecia se les resaltaba como el canon de “los nueve poetas líricos”. Los expertos también los clasificaron como poetas mélicos, para denotar que se trataba de una poesía con acompañamiento musical, tal como los juglares o los cantautores modernos.
La palabra lírica viene de lira; pero no era el instrumento exclusivo para acompañar los recitales en el nuevo tono poético. También fue frecuente el uso de la siringa, el arpa, cítara, la flauta, oboe doble, entre otros. Lo que nos conduce a reflexionar. ¿Acaso fueron los nueve poetas líricos de Grecia los primeros cantautores de la historia que alcanzaron en el público la valoración y fama de celebridades, como en la actualidad Serrat, Sabina, Silvio, Bob Dylan, Leonard Cohen?
A pesar de que la poesía nació como épica o canto colectivo —epopeya, las oraciones, los himnos— en la actualidad prima el tono personal de las canciones (subgénero poético), dando la sensación de que es la manera universal en que se debe configurar el poema, cuando en realidad se trata de una manera reciente en comparación con las obras de las primeras civilizaciones, como las tablillas rescatadas en Mesopotamia: la Epopeya de Gilgamesh, el Enuma Elis, etc. El tono lírico tiene menos tres mil años de afianzarse; el tono épico se utiliza desde las primeras civilizaciones.
Más allá de las posibilidades de variantes tonales que aportaron los griegos a la elaboración del poema, debe considerarse que no siempre lo poetizado es personal sino metafórico, alegórico o simbólico. Cuando en un poema Borges alega el amor: “Me duele una mujer en todo el cuerpo”, no es necesariamente porque se encuentre en medio de una asfixie por culpa de un romance tumultuoso, sino una manera de definir artísticamente esta situación. Si analizamos la biografía de Borges comprobaremos que su vida amorosa no fue tango ni bachata, sino una aburrida oda a la consagración intelectual. En este caso, resulta más que evidente el divorcio de lo anecdótico con la voz poética, que en la mayoría de autores puede ser tan plástica como una acuarela de Dalí. Dudo que cuando Quevedo escribió su poema en reivindicación de las putas fuera por ser usuario de sus servicios, más bien esos versos del tipo “Puto el hombre que de putas fía”, los articula desde la reflexión seudo filosófica más que desde lo vivencial. Si leemos que Sor Juana Inés de la Cruz nos dice: “Para pretendida, Thais, y en la posesión, Lucrecia”, podríamos caer en la trampa de alegar que la monjita como que sabía demasiado, que había vivido sus cositas terrenales… Puede ser. ¡Sabrá Dios Todopoderoso! Sin embargo, lo adjudico a la transmutación de la voz poética, que puede colocarse muchas caras, inclusive caretas, como las facetas de un buen actor, que un día hace de trágico y al otro de cómico, sin que la variante de la expresión le impida seguir siendo el mismo ente. Ya lo dijo Pessoa en su célebre aforismo: “El poeta es un fingidor”.
Nos podemos mover a las antípodas de los escritores malditos y llegaríamos a la misma conclusión: La voz poética es maleable. Muchos de ellos vivieron una vida tan descarnada como lo refleja su obra. No obstante, en la mayoría de los casos, la vida del poeta maldito es otro mito urbano, pues desde la nonagésima antología de Paul Valery quedó evidenciado que muy de vez en cuando aparecen poetas de vida maldita, pero que también existen los poetas malditos de pose; es decir, que solo en sus versos se muestra tal desarraigo o dramatismo existencial. Hay poetas malditos que incluso han elegido ese tipo de escritura, como recurso, como antifaz. Al igual que un autor tiende al barroquismo, pues algunos tienden a elucubrar versos suicidas, esquizos, neurasténicos, sin que ésto implique un espejo de su condición mental. Lo sombrío también puede ser divertimento, así como lograr el efecto humorístico puede resultar algo muy serio, como en El Quijote o las lacónicas diatribas de Cátulo. El último sabiamente alega en su censurado poema Voy a cogérmelos por el culo y por la cara:
“Se supone que el poeta debe ser casto
él mismo, aunque sus versos no lo sean”.
El más claro ejemplo de que el poema también puede ser ficción, lo puso en evidencia Fernando Pessoa con su estrategia de los heterónimos. Pessoa fue múltiples poetas en una misma persona, que, en efecto, es como que un autor decida no casarse con ningún estilo y ser diferente de un libro a otro, en cuando a temas, vocablos, ritmo, recursos literarios, tono, extensión del verso y de la composición. Pessoa se anticipa a la lógica de la física cuántica y al multiverso de los entornos virtuales que propician la tecnología.
La portada del libro Los poetas malditos, de Paul Verlaine.
Claro que existe poema autobiográfico, existencial, cuasi testimonial; pero debe quedar claro que no es obligatorio que la poesía sea directamente proporcional a la vida del autor para estar escrita correctamente, ser auténtica o tener calidad. Un poeta, aunque no sea la mayoría de los casos, también articula versos desde la ficción. En este sentido, siempre recurro a la definición de Verlaine:
“Nosotros que cincelamos como copas las palabras
y hacemos muy fríamente versos emocionados”.