Muy a pesar de que Pedro Henríquez Ureña colocó al sujeto en el epicentro de todos los objetos y eventos, el carácter humanista del afamado intelectual quedó restringido a un sistema conceptual pertinente al ámbito filológico, lingüístico, gramatical, retórico, estético, filosófico, artístico y cultural, entre otros. De hecho, los postulados del reconocido Maestro de los studia humanitatis no abarcaron la entronización del individuo a partir del contexto socio-económico y los factores tangibles de las élites del poder y los antagonismos de clase, sino más bien empezando desde la cultura en sus manifestaciones supremas.
En ese sentido, el componente humanístico imputado a Pedro Henríquez Ureña a través de su enjundiosa obra de múltiples facetas, conforma un sistema conceptual cerrado, el cual, limitado, no interactúa con la materialidad de los elementos sociales contrapuestos, y de cuyos insumos o intereses externos prescinde o ignora el ilustre hombre de letras. Por el contrario, dentro de un sistema conceptual abierto las interacciones externas establecen una relación entre lenguaje, instituciones sociales y la conciencia o subjetividad individual y colectiva, en el entorno de una formación social dada y sus relaciones de poder hegemónico.
Una instancia representativa en cuanto a la imposibilidad de un humanismo al margen de la realidad social y el poder del Estado, pero además de franco canon colonialista, lo compone la impertérrita devoción de Pedro Henríquez Ureña por la obra de su homólogo, el escritor argentino Domingo Faustino Sarmiento. En efecto, para el intelectual dominicano, en su ensayo “Romanticismo y anarquía”, Sarmiento fue el que mejor encarnó el movimiento romántico. Así, de éste expresa: “…tenía el ímpetu romántico pleno, la energía de la imaginación y el apasionado torrente de palabras, junto con vivaz percepción de los hechos y rápido fluir del pensamiento.” Y prosigue: “Con todos estos dones, no se resignaba a quedarse en mero escritor; sólo pensaba en servir a su patria Argentina, a Chile, a toda la América hispánica. Y remata: “Educar fue pasión suya, la más temprana, educarse a sí mismo y educar al pueblo.”
Precisamente, producto del colonialismo ideológico, tal apuesta revela un anacrónico humanismo mentalista, cuyo intento accionario con relación a servir “a toda la América hispánica…y educar al pueblo” resulta altamente cuestionable, en virtud de la decantada y connotada cosmovisión racista de don Faustino Sarmiento, esencialmente en su obra “Facundo: Civilización y Barbarie”, expedita demostración, en detrimento de la cultura criolla, del historicismo romántico, íntimamente ligado a los intereses políticos, socio-económicos y teológicos de impronta esencialmente europea.
En una misiva dirigida a Bartolomé Mitre, entonces futuro presidente de la Argentina, Sarmiento expone: “Tengo odio a la barbarie popular…la chusma y el pueblo gaucho nos es hostil…Mientras haya un chiripá no habrá ciudadanos, ¿son acaso las masas la única fuente de poder y legitimidad? El poncho, el chiripá y el rancho son de origen salvaje y forman una división entre la ciudad culta y el pueblo, haciendo que los cristianos se degraden…Usted tendrá la gloria de establecer en toda la República el poder de la clase culta aniquilando el levantamiento de las masas.”
En todo caso, ¿corresponde a un “humanista consagrado”, tal como lo expresara la viceministra de Extensión del Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología (Mescyt), María López, durante la puesta en circulación de un libro sobre don Pedro, manifestar su veneración y satisfacción por la concepción sarmentina expuesta en el “Facundo”, texto de palmaria propensión patriarcal y de explícita ideología racista, y al que el docto dominicano de las letras cataloga, en contraposición a un pensamiento libertario, de “esencial en la lengua castellana” ?
Ahora bien, ¿adoleció, por una u otra razón, Pedro Henríquez Ureña, al igual que la poeta Salomé Ureña de Henríquez, su madre, y el poeta José Joaquín Pérez, entre otros, de la acuñada “disonancia cognitiva”, comprometiendo así su identidad mulata o apuntalando su acendrada herencia hispánica? De manera similar, en mi novela “Voces de Tomasina Rosario”, la negra Catalina Pie juró, su identidad abandonada, fruto de su malograda capacidad de pensar, “que ni muerta votaría por el candidato que mi abuela pujaba, alegando que Peña Gómez era el santo y seña de Oguí Pie, negro…”