Witold Kula figura entre los historiadores polacos más importantes del último cuarto del siglo XX. De su repertorio de publicaciones destaco las obras: Teoría económica del sistema feudal y Las medidas y los hombres. La primera edición de esta data de 1970, y en 1980 fue publicada su versión en español por la sede mexicana de Siglo XXI Editores. Esta obra está estructurada en cuatro partes. La primera abarca los avances logrados en el campo de la metrología desde la antigüedad hasta la Edad Media; la segunda explica el proceso de unificación de las medidas conocido en Polonia durante los siglos XVI-XVIII; en la tercera, detalla el interés de Francia por el mismo objetivo; y en la cuarta, se explica la pertinencia de un sistema universal de medida, lo que resultó de la Revolución francesa iniciada en 1789.

Extrañamente, en esta edición el recurso de la acostumbrada introducción fue obviado y, de manera directa, se llega al contenido con el acápite titulado: Carácter significativo y funcional de las antiguas medidas. En parte, la falta de las palabras de presentación fue suplida con algunas ideas insertadas en la contraportada. En ella se establece, citando al clásico Marc Bloch, que la metrología histórica (o la historia de las medidas) es una disciplina que aborda sistemas, escalas y métodos de medición lógicamente estructurados y practicados en una comunidad y en un tiempo determinado. Cuando es posible, se mide la longitud, la superficie, el peso, el tiempo, valor de intercambio…

El estudio de estos sistemas revela los niveles en que se han dado las relaciones en una comunidad, y de esta con respecto a otras. Hoy, se resume la metrología como el arte de medir bien, especialmente, en la antropología general y la arquitectura, la agrimensura, la  cartografía y otras áreas.

Desde la antigüedad, el cuerpo humano ha sido utilizado como medio para establecer el volumen de los bienes y su valor de intercambio. Kula destaca que todo se medía a partir de la mano, el pulgar, el brazo, el codo, los brazos abiertos, los pasos, el pie, el puño, el palmo, el tiro de piedra, los latidos del corazón, calor del cuerpo, el peso, el  alcance de la vista y hasta de la voz. Probablemente, en estos detalles se inspiró Da Vinci para el diseño de su teoría conocida como el Hombre de Vitruvio, en la cual se refleja que, como dijera el filósofo griego Protágoras, el hombre es la medida de todas las cosas.

Mis primeros contactos con Witold Kula se debieron a la necesidad de cumplir tareas asignadas por mis maestros de la carrera de Historia. Con ese objetivo lo compré en el Economato Universitario de la UASD quizá en 1984. A la distancia de 40 años, noto el precio pagado de diez pesos con cincuenta centavos, y solo me queda decir: ¡Tiempos aquellos!

Las medidas antropométricas citadas provocan la comparación con lo señalado por José Antonio Cruz Brache en su artículo: “Pesos y medidas folklóricos de la República Dominicana”, publicado  en la Revista Dominicana de Folklore, que fundara Fradique Lizardo en 1975. Como resultado de sus observaciones y entrevistas en la Capital y en otras zonas del país, Cruz Brache describe el uso de las medidas humanas siguientes.

El geme, que consiste en la distancia entre el pulgar y el índice con los demás cerrados; la cuarta, definida por la distancia que va del pulgar al meñique con la mano abierta al máximo; la vara o yarda, medida desde la punta de la mano al centro del cuerpo; la braza, igual a dos varas y se mide de extremo a extremo con los brazos abiertos; el perímetro mayor del puño, equiparable al pie de una persona (medida para comprar zapatos); y la pulgada, que es el largo de  la  falangeta del pulgar. Al comprar pantalones, todavía se usa el perímetro del cuello como equivalente a la medida de la cintura.

Otros patrones populares de medidas tienen su origen en envases de productos de consumo, locales o importados, como aceites comestibles o minerales, cemento, kerosene y otros. Por el tamaño de sus empaques fueron adoptadas como unidades de medidas: las cajas o cajón; las latas (cuadradas o cilíndricas), con capacidad promedio de 30 libras; la funda, cuyo modelo era el envase del cemento Colón; el tanque, con capacidad de 55 de galones, la botella, con capacidad para 700 cc, y la tercia, equivalente a un cuarto de la botella, aunque, se razona que debía ser un tercio. En el campo, los productos así envasados eran transportados a lomo de caballos, mulos  y burros en un envase mayor llamado árgana con capacidad para dos latas, o un serón, de mayor tamaño. Que no se olviden, en otro orden, expresiones como una banda de chivo, un diente o una cabeza de ajo, nadie habla de ristra; ni las vísceras denominadas y vendidas por piezas. Esto es solo una muestra, sé que puedo ampliarla con la reacción de mis lectores.