La arquitectura dominicana ha fracasado como corpus en sus proyecciones e intervenciones espaciales, porque no ha superado sus orígenes, la de buenos hijos de la burguesía que no supieron pensar un espacio democrático en aquellos tiempos dictatoriales. Surgidos en los espacios de la Era de Trujillo, la arquitectura fue desde un principio la nueva profesión por excelencia del régimen, porque le proveía de una modernidad de su hábitat y el “habitar” entonces dominante.
El Estado, garante esencial de la profesión, se asumió dentro de decires dictatoriales, ajustando los saberes de la profesión a sus designios de orden social y adherencia a su proyecto político.
Después de aquel espacio formativo de la arquitectura nacional -la de la Era de Trujilo-, sobrevinieron los años de desastres -del 1961 hasta 1966-, donde los arquitectos volvieron a lo privado-, para recuperar en los doce años del Balaguerato (1966-1978) su principalía dentro de un orden neotrujillista. Los ocho años del PRDismo (1978-1984), bajo su consigna del “El Estado somos todos”, trajo consigo una nueva clase media que al calor de la internacionalización de la sociedad dominicana, impuso el automóvil como una necesidad y símbolo por excelencia de bienestar social. La vuelta al poder de Balaguer en los futuros diez años (1986-1996) combinó la imparable fagotización de esta clase media con apelaciones al viejo orden trujillista, como la conclusión del Faro a Colón (1992). Las promesas de “Nueva York chiquito” de los gobiernos peledeístas (1996-2000 y 2004-2020) expandieron considerablemente los principios de movilidad, instalándose el Metro de Santo Domingo. Desde aquella última recta final del PLDísmo y hasta el presente (2016-2024), el Santo Domingo arquitecto mira más al azul, los espejos, la opacidad de los balcones, y sobre todo, las alturas, diversificándose hasta el paroxismo las propuestas arquitectónicas, desde el neo-nititismo, el neo-nada y la neo-chopería.
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[La repostería Nitín fue, desde principio de los años 80 en la Avenida Francia, no sólo un referente esencial para la bizcochería, compartiendo tan honorable escaño junto a la mítica repostería La Francesa-, con el agregado particular de sus diseños, verdaderas propuestas espaciales al alcance de los dedos, las manos y el deleite de los niños cumpleañeros. Al diseño de estructuras que remedaban colores y estructuras de aquellas delicias reposteras se les llamó “estilo nitinesco” en los mentideros de la Escuela de Arquitectura de la UNPHU por aquellos años: balcones enrejados hasta imposibilitar cualquier visión, colores rosados o azules claros, contrastados con blanco arena, simulaban en la vieja Avenida Bolívar la idea de nitines gigantescos. La agregación de elementos italianos desde finales de los 90, con innecesarias columnas neoclásicas y remedos de estrambóticos palacetes italianos me ha llevado a la consideración de lo “neonitinesco”.
En cuanto al “neo-nada” pienso en las fachadas de las discotecas que el narco local levantó en una amplia franja de Santo Domingo, desde el alma de barrios tradicionales como Villa Consuelo y Villa Juana, hasta la Avenida Venezuela en el Ensanche Ozama, hasta llegar a los mismísimos moteles de San Isidro y de la Avenida 30 de Mayo. Propuestas piet-mondriánicas, espejos, apelación a inmensas planchas de plástico o de PVD, presagiaban en los hechos lo efímero de aquellas estructuras, pero entonces no importaba el riesgo: tan pronto se lavaba lo que ya se tenía, se podía proceder al esfumamiento de aquellas estructuras.
Con la neo-chopería tenemos un problema mayor conceptual: el concepto “chopo” todavía es muy crudo, áspero, porque nos recuerda la manera en que los “blancos”, la burguesía y la oligarquía, se referías a los que trataban de “lavarse”, a los pobres que “privaban”. Pero recordemos que con cada gobierno siempre acceden al poder pobres que muy pronto dejan de serlo. Estos pobres no podrán dejar atrás su cultura, sus valores, sus desquites, sus demonios internos. Cuando Trujillo subió al poder, impuso el merengue como “música nacional”, para burlarse del Club Unión y toda aquél gusto burgués. En los tiempos del rector Bidó Medina (1981-1984) en la UASD, se prohibió la bachata en la UASD, aunque el tema “Pena” de Luis Segura se repitiera más en el país dominicano que el mismo padrenuestro y el Himno Nacional juntos. ¿Se podría hablar de arquitectura chopa y/o neo-chopa en RD? Pues sí, estamos trabajando en eso. La arquitectura chopa es un sucedáneo de la nitinesca: si la estructura arquitectónica tiene que proyectarse hacia el afuera, en el adentro de la vivienda chopa importan más la amplitud de los corredores y la desaparición de la sala tradicional para instalar una zona “in between”, como para un espacio-vitrina. Elementos como las amplias mesas para los cofee-books, alfombras persas -a pesar del calor-, climatización central, son algunos de los valores de esta disposición espacial que tiene más valor de “cambio” o de proyección que de asunción personal.]
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Lo sabemos: siempre será vano comparar programas, actitudes, discursos, saberes, porque como en la vieja discusión sobre Aquiles y la tortuga, cada quien tendrá tiempo particular.
Lo recordamos: quejarse de por qué sí y por qué no nos conducirá más que a cierta solución momentánea, física, como dejar que salga el aire de la olla para que no se explote.
En lo que insistimos: el salto a la innovación en un mundo más competitivo pasa por el reconocer la originalidad del rostro y potenciar el “sí” que cada uno tendremos.
La terrible constatación: a pesar de más brillo y altura en el país dominicano, los “desarreglos” en el diseño, el fracaso de los tejidos arquitectónicos con la ciudad, revelan un conservadurismo cuando no una penosa y simple negación de nuevos saberes.