Una de las primeras clases de Homo sapiens se llama hombre Neanderthal, que vivió durante la Edad de Hielo hace aproximadamente cincuenta mil años, cuando grandes zonas del mundo estaban cubiertas por los hielos (la Edad de Hielo más reciente se inició hace 110,000 años y terminó hace cerca de 10,000 años: durante esta época la temperatura global de la Tierra disminuyó, se expandieron los casquetes polares y los glaciares, y los ecosistemas se transformaron).
Al desaparecer el hombre de Neanderthal, hará unos cuarenta mil años, y como consecuencia de la evolución, aparece una nueva clase de Homo sapiens: el hombre de Cro-Magnon, quien se daría a la tarea de pintar en las profundidades de las cavernas los animales que cazaba y a moldear estatuas en arcilla, las que secaba al fuego.
La vida tranquila y armónica con la naturaleza, y la necesidad de obtener mayor seguridad de permanencia en la tierra, facilitó que el hombre de Cro-Magnon alcanzara un alto sentido del valor que encierra la actividad colectiva, valor que estaría presente en las civilizaciones subsiguientes, a pesar de los desaciertos y de la incidencia del individualismo.
Así, en el arte del México antiguo –igual que en otras culturas del pasado– prevalecía la obra comunitaria o anónima como un producto colectivo: no existía lo individual, ni la categoría “propiedad intelectual exclusiva de su creador”, como sucede en la mayor parte de las sociedades llamadas modernas.
A fin de aclarar esta idea, he de referirme a la diferencia principal entre la poesía náhualt y la que hoy se acostumbra a hacer, que consiste, según Octavio Paz Lozano*, en que mientras en nosotros se trata de un individuo que solo y en silencio se comunica con otro individuo, el lector, entre ellos (los nahuas) la voz del poeta era la expresión de la colectividad ante el destino y los poderes –reales o míticos– que lo determinan. En ese sentido, el hablante poético funcionaba como el representante de todo el grupo, es decir: la comunidad, el pueblo o aún la humanidad entera. Ese mismo hablante poético se dirigía a la masa o a las fuerzas divinas como si se tratara de un intérprete fiel de un estado de alma general o de una ideología común a todos.
Por su lado, la sociedad de los aztecas estaba orientada enteramente hacia lo comunitario y al respeto de la relación hombre-cosmos. El individuo era ante todo un miembro de la comunidad y debía estar a su disposición para contribuir con trabajo o productos al bien común terrestre o para ofrecer sus servicios –y hasta su vida– en su empeño de preservar el orden cósmico, del cual todos dependían.
Este espíritu colectivo era característico también a otras culturas de la América prehispánica: los incas, los mayas, los taínos, por nombrar solo algunas. Lamentablemente, la ambición imperial aupada por el viejo continente europeo irrumpiría en estas culturas hasta socavar sus fuentes originarias, lo mismo que sucedió con el patrimonio cultural del hombre de Cro-Magnon tras la aparición de la propiedad privada, acontecimiento que generó a su vez la presencia del sistema esclavista y la división de las clases sociales.
Con la propiedad privada se impuso el individualismo. Desde entonces, la vida ha sido otra. El amor se transformó en guerra. La sangre y el egoísmo signaron las cosas materiales y la deformación de la conciencia humana se instauró en el mundo.
Pensar en la creatividad colectiva como forma de vida, sería buscar en lo remoto lo que queda de original; y sería también el inicio de un acercamiento necesario a las virtudes legadas por nuestros antepasados.
Hagamos, pues, el intento de abrirnos paso por los caminos de la creatividad colectiva y asumamos su contenido como forma de vida.
*Octavio Paz Lozano. México D.F., 31 de marzo de 1914 – Coyoacán, México, 19 de abril de 1998. Poeta y ensayista mexicano. Premio Nobel de Literatura en 1990.