(Ilustraciones del Dr. Odalís G. Pérez)
Después va "Marcando territorio", como quien procura no extraviarse y se sitúa en lo que el sujeto autor señala como "Mi perro mundo", aquí el lenguaje es su guarida y se autodescubre siendo (…) "un fronterizo en la escucha y en el habla, si se quiere, patologicamente".
(Ver pág. 28).
Es en el tercer segmento de la obra, donde, "Desde la revelación de mi yo", el sujeto-autor se adentra en el "laberinto de las identidades" (Ver pág. 29), como quien se interesa en no morir y quedar en el vacío, en el olvido, en la nada, y se autodescubre en, y desde la palabra.
Ahí es cuando sabemos de su orgullo y de su autoreconocerse, siendo "un híbrido de muchas vidas, lugares y culturas" (Pág. 38).
He aquí "el otro yo", a ese el-yo, al de la genealogía difusa, al "forastero errante", "releyendo la historia", con "extrañas miradas sobre nosotros". (Ver Págs. 47/48).
Ha tenido que intervenir el hermeneuta, para remover el avispero y desmontar esta madeja sintagmática de un discurso que perfila el filosofar del sujeto-autor que, en la quinta (5ta.) fase de su obra, nos adentra en sus vínculos con escritores y lectores, y nos cuenta de las curiosidades del mundo de sus pares, del que inevitablemente forma parte.
De esta parte, debo resaltar su ejercicio de la crítica de la obra, donde, con sobrada razón, repudia el tratamiento autobiográfico y extraliterario que la mayoría de los autoproclamdos críticos literarios dominicanos, hacen en sus escritos, olvidando que la obra es que contiene y dice sus credenciales discursivas, como en este caso, en el que autor ya nos habló desde la obra, y ahora, es la obra en sí, la que nos habla por el autor.
Aquí la obra desnuda, de manera exponencial, al autor. Desde ella, el sujeto-autor nos relata su cosmovisión, su otra mirada así mismo y al otro. Hay aquí, en esta brevedad del decir, una extensa y profunda semanticidad sobre el relato de su existir, teniendo a la lengua y a la creatividad como relicarios de sus andanzas cotidianas.
En fin, se trata del autoretratarse en su calidad de mitómano, desde su niñez, hasta hoy, en su vejez. Y en ese relato nos encuadra la triste historia de cómo la dirección de una escuela, de manera irracional, como sigue ocurriendo hoy en el sistema educativo nacional, pretende cortar de raíz el potencial imaginativo y creador de aquel niño que contó la escena de haber visto a la maestra, besando a un alumno, en el cobertizo de la campana.
Y aquel niño, aunque dio pelos y señales, al final, no había cobertizo, ni campana. Pero fue almordazado por un sistema educativo que, en vez de potencializar la imaginación del niño, lo que hace es matar su imaginario, su potencial creativo, anulando al sujeto creador, lo que nos ha llevado a tener el país de los letargos mentales que tenemos hoy.
No hay manera de apartarnos del filosofar que contiene esta obra. Basta con leer esto, para convencernos de que algo nos ata a este discurso poetico-narrativo. Veamos:
"Todos necesitamos reconocer al loco que alojamos dentro de nosotros mismos para saber hasta dónde somos cuerdos". (Ver Pág. 124).
Ya en la última parte de la obra, hay una radiografía de su traginar académico por la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD); el INTEC; el Centro Bonó; su referencia a Ton Lluberes, y su referencia al sujeto de militancia secularizada; su contraposición entre Balaguer y Américo Lugo; su carta a Guido Gil y su lapidaria referencia al leer, leer, leer, de nuestro viejo amigo, el filósofo de las ciencias duras y naturales, el doctor en biología, José Ramón Albaines Pons.
Ese científico dominicano le propone a los burócratas que administran el sistema nacional de educación, "aumentar en 10 niveles la asignatura de lengua española en las universidadesdel país, a los fines de ampliar la capacidad y los horizontes de los estudiantes de todas las carreras, durante los años de duración de los estudios, a través de la lectura de obras literarias de diversos géneros, países y épocas". (Ver pág. 143).