Como si se tratara de una disquisición tácita del tiempo, cuya digresión más simple fuese una molécula de vino en la memoria, pauto el intento de relatar, en apenas breves páginas, el vasto misterio que envuelve la sencillez de un genio; a sabiendas de que: “Todo misterio deja de ser hermoso en cuanto algo lo ilumina”, arcano inverosímil de afectar y que trasciende “el sexo sapientísimo de la madre naturaleza”.

Todo empezó en el “solar de mis amores”, Pimentel. Corría el año de 1987, no preciso el mes; yo tenía unos doce años. Sentado en una silla con asiento de cuero de la gallera municipal, me aburría de esperar, pero no llegaba ningún cliente para limpiarles los zapatos. Como cosa extraña, tomé la decisión de irme, pero no para mi casa que quedaba bastante cerca, sino hacia el norte, rumbo al parquecito de La Estancia. Eran casi las cinco de la tarde y había hecho muy poco dinero.

Al llegar al parquecito, miré hacia todas partes y me llamó la atención un grupo de hombres, bien vestidos, que tertuliaban entre risas y tragos. Cubiertos bajo la sombra del quiosco de caña en la barrita de Milagros del Orbe, a pocos centímetros de la calle y a la vista de todos. Llegué y me quedé callado, como soldado en lontananza, mirando para no interrumpir. Creo que ninguno de los asistentes notó mi presencia, pues escuchaban muy atentos la narración que con menudos gestos y ademanes hacía Francisco Nolasco Cordero sobre un encuentro íntimo con una fémina en un lugar estrecho e incómodo (creo que era un retrete).

Al terminar Nolasco, hubo una explosión de risas, entonces aproveché para preguntar: “¿Quieren limpiar?” Alguien dijo que sí, y así fue como participé, por primera vez, de un encuentro de Amidverza (Amigos de la Verdad y la belleza). Manuel Mora Serrano, su líder y fundador, estaba ahí. También Elpidio Peña Guillén, Freddy Ortiz, Mendy López, Heddel Cordero, Héctor Polanco Pérez y otros. Lo sé, porque mucho tiempo después doña Milagros, la dueña del negocio, junto a su compañero Pascual Suárez me lo confirmaron; que no fueron una ni dos las veces que se reunieron a darse unos tragos, a contar sus aventuras amorosas y a hablar de literatura.

Manuel Mora Serrano

Pasó mucho tiempo y en el año 2004 conocí al escritor Francisco Nolasco Cordero y un oasis de amistad fluyó de inmediato; tanto así, que me dedicó su novela La Tranca con estas palabras: “Para mi discípulo más aventajado”. Nolasco vio ciertos méritos en algunas de mis creaciones literarias, en especial  corrigiendo mi novela inédita Pétalos. Fueron infinitas nuestras tertulias, pero en todas salía a relucir el nombre de Manolito, el alias popular de  Manuel Mora Serrano, su entrañable amigo y compañero de promoción. “Debes conocer a Manolito. Le hablé de ti”. Cada vez que lo decía, me producía escalofríos conocer al líder de Amidverza provocándome cierto temor y una sensación de incertidumbre: ¿Sería un ser difícil de tratar? ¿Arrogante? ¿Demasiado intelectual para conversar conmigo con ínfulas de creerse un semidiós? Todo estaba por descubrirse.

Meses después, pude conocer a Manolito Mora en el Chapuzón, un centro ecoturístico a orillas del río Yuna. Allí fue la puesta en circulación de la novela Esta Calle al final de Freddy Ortiz, donde, además, Nolasco me había dicho que aprovecharía y me presentaría a los demás miembros de Amidverza, pero no fue posible, yo no estaba en la lista de invitados. Lleno de vergüenza decidí retirarme del lugar sin pedir la intervención de Nolasco. Me fui con mis manojos de papeles debajo del brazo, sin deseos de mirar atrás.

En el año 2007 Nolasco muere, la tristeza y la frustración me embargan. Él se había convertido en mi mejor amigo, en mi maestro. Todas las tardes iba a verle a su ferretería. Allí, leíamos sus producciones y mis creaciones, tomábamos tragos, me prestaba libros, conversábamos de todo. Aquella noticia me laceró el alma y dio paso a un vacío, que me acompañará por el resto de mi vida.

Murió Nolasco sin presentarme a Mora Serrano como era su deseo. El día del velatorio estuve a centímetros de Manolito, pero no me atreví a hablarle; al igual que muchos de nosotros tenía el rostro contrito y se veía muy meditabundo. En el camposanto leyó el estremecedor panegírico y así se despidió al Vate (apodo de Nolasco) “Murió su mejor personaje”. La cálida brisa redoblaba las campanas del recuerdo y del dolor.

Pasarían tres años, hasta que en el 2010 acudí a una conferencia de Mora Serrano en uno de los pabellones de la Feria Internacional del Libro. En los turnos libres, se dio nuestra primera interacción. Yo le pregunté: ¿Volverán los poetas a Pimentel? La respuesta de Manolito fue parca y definitiva como una sentencia: “Solo si volviera el tren con su vagones y sus rieles de acero”. ¡Uaooo! Muy poético; mas, no era la respuesta que esperaba. No obstante, pude distinguir un rostro bonachón, muy dado a sonreír, contrario a mis presentimientos. La prosodia de su voz me recordaba la ternura de mi abuelo Moronta (EPD). Pasado el acto, no tuve el valor de acercarme, mi timidez me lo impidió, pero quería enrostrarle su respuesta, decirle que yo era amigo y discípulo de Nolasco, que amaba la poesía como se ama a Dios, pero aquel sentir pasó a quedar  pendiente.

Años más tardes, llegaba el 2013. El Liceo Agustín Bonilla estaba celebrando sus cincuenta años de fundación. Fue aquí donde Manolito impartió docencia en 1963-64. Y para la conmemoración del evento era uno de sus principales organizadores. Sin embargo, un triste acontecimiento sobrevino y no pude participar del acto: murió mi abuela y madre de crianza Salustiana García “doña Mamota”. A pesar de todo eso, se dio el milagro, Mora Serrano y yo interactuábamos a través del correo electrónico. Casi a diario nos escribíamos, y cuando él me presentó ante la opinión pública en el Suplemento Areítos del periódico Hoy con el título Un nuevo poeta en Pimentel me puso a soñar despierto, no lo podía creer.

William Faulkner dijo: “Y definitivamente, incluso, la espera terminará…si solo puede esperar lo suficiente”. El anhelado día llegó.  En una celebración al mérito estudiantil ese mismo año, por mediación del Dr. César Augusto Taveras, el Nini, pude estrechar su mano y darle un abrazo. Después de tanto esperar estaba ante el ser humano y ante la leyenda. El hombre al que todos llamaban un genio, un referente intelectual, un monumento viviente de las letras, se encontraba ante mis ojos, y desde entonces he tenido la dicha de contar con su amistad, un privilegio de pocos.

Más allá del genio y del paradigma intelectual, del escritor muy leído y del investigador acucioso, descubrí a un ser humano fascinante, intenso, honesto, leal, de dulce trato. Vertical en sus convicciones, dado a sus amigos, solidario sin reserva, proclive a la alegría, enamorado de la vida y perdidamente de Pimentel, nuestro terruño. En resumidas cuentas, un poeta esencial, hecho de un quilataje del más puro valor, un poeta de lo más consagrado; de los que se despellejan y tienen al arte como religión universal: becqueriano, rubendariense, machadeño, nerudiano, valeriano, velainesco, lorcariano, bermudeño, y más. En fin, prístinamente poeta, prístinamente, Manolito.

En estos diez años, mi compadre Manolito (sí, mi compadre: bautizó a mi hija Luna Dalí) me hizo partícipe de sus Turismos Literarios, creados por él, que le permitió visibilizar a muchos escritores del interior y poner de manifiesto la cultura local de cada pueblo que visitaba. Tuve el placer de acompañarle a Samaná, Sánchez, Nagua, La Ermita de Gaspar Hernández, Bonao, La Joya de San Francisco en el Rancho Amalia, donde sus amigos doña Violeta Martínez, “La Gallega” como él llamaba a esa hija de valencianos, y el Dr. Rafael Ortega. (Allí conocí otra gloria de las letras, su confraterno, el poeta Cayo Claudio Espinal). Acompañarle era un viaje en el tiempo, pues solía contarnos las crónicas de otras aventuras y cómo cada experiencia se convertía en un nuevo artículo para su columna Revelaciones.

Con Mora Serrano tuve el honor de conocer a los demás miembros de Amidverza, como Elpidio Guillén Peña (él único que no publicó libros, siendo tal vez el más poeta) y Freddy Ortiz, quien a solicitud nuestra presentó tres de sus libros en la UASD (El maldito libro, Todo tiempo pasado fue mujer y Esta calle al final). Asimismo, conocí a Mendy López Quintero, el famoso narrador de Las Águilas Cibaeñas y su libro Si yo fuera narrador deportivo; A Héctor Polanco Pérez y su poemario Trascendencia de esperanza; a Rafael Achécar Chupany y su libro El miedo de no encontrar sus huellas. De mi parte, tuve la oportunidad de presentarle a un joven poeta castíllense: Enmanuelle Taveras, quien al igual que yo fue bautizado como miembro de Amidverza.

En atención a la Comunidad Literaria Taocuántica, a la que también pertenezco, y a su líder, el poeta Ramón Antonio Jiménez, y en agradecimiento a la Escuela de Letras de la UASD y su Facultad de Humanidades, Mora Serrano sostuvo varios encuentros con los estudiantes universitarios y demostró mucha empatía con la juventud, tanto en sus magistrales conferencias como en la recitación de sus poemas. Su humanismo e ingenio no conoce límites generacionales, pues dejaba a los jóvenes universitarios muy entusiasmados y ansiosos de escuchar más. El decano Gerardo Roa, las directoras de Letras Riselda Perdomo y Ruth Cuevas Aliés quedaron muy agradecidos de sus intervenciones y le reconocieron en más de una ocasión.

Un episodio fundamental de estos últimos años es que Mora Serrano se ha dedicado a la investigación literaria, lo que le ha permitido dar al traste con importantísimos hallazgos que a su vez han develado y contrastados mitos y medias verdades que aún plagan la literatura dominicana. Por ejemplo, Manolito desmiente que el Modernismo llegara tardío al país, que el Vedrinismo fuese la primera vanguardia y Vigil Díaz su representante unipersonal. Invito a leer tres textos literarios donde Mora Serrano demuestra con datos contundentes los referidos casos y otros. Léanse: Postumismo y Vedrinismo: Las primeras vanguardias dominicanas, 2011, Modernismo y Criollismo en Santo Domingo siglo XIX, 2018 y Modernismo y vanguardia en República Dominicana en el siglo XIX y principios del XX, 2022.

Manuel Mora Serrano no ha parado de trabajar. En estos últimos diez años, como creador, ha sumado a su prolífera carrera tres joyas literarias más, la primera es La Luisa (2019), una novela escénica de 719 páginas, cuyo mundo representado viene siendo Campeche Arriba donde vivió en la infancia, Sección de Pimentel; además, es un texto de experimentación para lectores muy aguzados que desafía la gramática tradicional sin ribetes de oscuridad. Más adelante publica su poemario Sinfonía en la primavera, 2021, una edición para conmemorar el Premio Nacional Literatura que recibió ese mismo año, que es el mayor galardón en las letras dominicanas. En 2022, reedita en cinco idiomas (español, portugués, francés, inglés e italiano) su libro de poesía Sinfonía en medio mayor, una proeza sin precedentes en nuestro país.

Hoy cinco de septiembre Manolito cumple noventa años. Él siempre parodiaba a Neruda con mucho gracejo, diciendo “Confieso que he bebido”, porque ya no toma alcohol por prescripción médica, por la insuficiencia renal que padece. A pesar de esos achaques de salud, se mantiene bastante lúcido y productivo; escribe en el periódico Acento y otros medios, y se mantiene comunicado con sus amigos a través del WhatsApp y el correo electrónico. También está inmerso en otro proyecto de publicar poemas en el Diario Libre (¡enhorabuena!) y en este periódico digital, celebrando sus nueve décadas. Esto es una muestra indefectible de su sentido de lealtad a la literatura, a sus seres amados, a sus principios inquebrantables.

Para finalizar, declaro que este humilde texto es un tributo a Manolito con el más sincero afecto y agradecimiento, y cierro cumpliendo una promesa que le hice cuando nos conocimos, de producir un soneto, pues un soneto es un acto de amor y fidelidad, que le dedico:

 

Manolito Mora Serrano

 

Se refresca el tiempo, auras del alba

atisba cuerpos en charca del río

hembras desnudas que tu piel enalba

ojos gozosos, camino sombrío.

 

Ruido en la tierra, hormigas cantoras

se tuerce tu vista a otro delirio.

Ayer ruiseñor, notas tentadoras

hoy es cadáver que yace en un lirio.

 

¿Puede el poeta eludir lo mirado

y pasar de prisa ajeno a ese mundo

ser de lo viviente un verso callado?

 

No Manolito, no, bardo errabundo

sí abrazas con ansias ese orbe amado

oh, tu camino de sombras, fecundo.