El libro de cuentos Los funerales de la Mamá Grande, de Gabriel García Márquez, fue publicado en 1962 en México —el escritor colombiano transitaba la década de sus treinta años y era un escritor sin gran reconocimiento—. La estatura mítica de García Márquez como novelista suele eclipsar su corpus cuentístico, amplio y rico, en el cual figuran valiosas claves exegéticas para una mejor aprehensión de sus novelas. En este libro, escrito a lo largo de tres años, el futuro Nobel traza un universo rural, rudimentario, con personajes, escenarios y referencias espacio-temporales afines. En algunos textos se menciona concretamente a Macondo y al coronel Aureliano Buendía. A diferencia de sus primeros y fantásticos cuentos, recogidos de forma tardía en la colección Ojos de perro azul (1972), los de Los funerales… son atravesados por una exageración tragicómica de la realidad. Tanto la intimidad familiar, la organización sociopolítica, la devoción religiosa, la cotidianidad con todas sus alegorías, se constituyen en hipérbole de lo anodino. Lo que para otro observador serían acontecimientos sin trascendencia, son para García Márquez objetos de su atención creadora.
En Ojos de perro azul desfila una variedad de historias independientes entre sí, sobrenaturales. En Los funerales… ya se refuerza la obsesión por un cosmos narrativo macondiano, donde los acontecimientos de cada día logran sorprender, por la idiotez, la abyección, la crueldad o el amor. Aquí no hay un cadáver creciendo en su ataúd como en su cuento juvenil «La tercera resignación» ni una Remedios La Bella ascendiendo al cielo como en Cien años de soledad, pero sí la persuasiva y —solo así verosímil— irracionalidad de pueblos trastornados por una lluvia de pájaros muertos por el calor o porque alguien se ha robado las únicas bolas de billar, o un Sumo Pontífice viajando en góndola hasta el funeral de una matriarca que nadie creía mortal. García Márquez no solía tomar muchos riesgos en la formulación novedosa de puntos de vista narrativos. (Similar sobriedad se advierte en el manejo lineal del tiempo en casi toda su producción. De los cuatro jinetes del boom, es el autor menos formalmente experimental). Además de Memoria de mis putas tristes, contada en primera persona por un anciano pervertido, recuerdo siempre sus textos o en la voz deificada del narrador omnisciente o en la del cronista periodístico (Crónica de una muerte anunciada).
En el cuento "Los funerales de la Mamá Grande", que da título al libro —considerado por algunos como una novela corta, dualidad similar a la de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad o Los algarrobos también sueñan de Virgilio Díaz Grullón—, aparece un testigo anónimo que se convierte en cronista para la posteridad. Especialmente en estos cuentos, como buen discípulo de Hemingway, Gabriel García Márquez se muestra, desde muy joven, un especialista en el uso de los diálogos, que se me antojan incluso más abundantes que en otras de sus narraciones. Son diálogos absurdos, sencillos, convincentes, naturales, donde la gente habla más consigo mismo que respondiendo al otro. En estos cuentos se nos aparecen rincones ignotos de una innombrable Colombia como un territorio donde la injusticia se legitima desde los caudillismos mesiánicos de los terratenientes investidos de toda autoridad, bajo cuyo halo se arrastran las multitudes genuflexas que olvidan su desgracia con botellas, peleas de gallos, supersticiones y lujuria: ese es el gran alegato social convertido en fábula. Mientras en Doce cuentos peregrinos, que él consideró su mejor libro de cuentos, se relatan las peripecias de latinoamericanos en Europa, en Los Funerales… es la visión mítica del continente la que prevalece, pero reduciéndolo a un pequeño territorio, ora nombrado, ora anónimo, donde todo propende al desconcierto. Los personajes escogidos —una madre enlutada, una joven esposa en suspenso, una viuda resignada, un carpintero humillado, un sacerdote nonagenario que ha visto al diablo— no son protagonistas de nada. El protagonista es el pueblo de Macondo, entonces todavía en ciernes, donde la realidad es quebradiza, donde la gente se ha acostumbrado a ser ciega marioneta del azar. Y en ese pueblo se desarrollaría después la novela más celebrada de América Latina, la novela de todo lo que hemos sido, que aquí ya late como un preludio huracanado.