"Amar es encontrar en alguien a quien esperábamos sin saberlo" – La dama de las camelias.

Ingrid Gómez Natera, licenciada en Administración de Empresas y en Diseño, ganadora del Premio Funglode de novela en 2019. En su novela Amada y el artista, nos narra, con un estilo simplista y una lírica atractiva, la insatisfacción intimista que la habita. A través de sus páginas, condensa esa insatisfacción. En esta trama, la protagonista convive con sus conflictos, emergiendo de su burbuja para renacer en otra versión de sí misma, descubriéndose plena, hacia la libertad de ir tras otros deseos. Amada, el personaje principal de esta novela, se camufla en la opacidad de su mundo operativo. Hay una mujer sin ropajes. ¿Quién la ha desnudado? ¿Cuántos han desbordado sus deseos en el blancor de una cama? ¡Qué vista su cabello flotando frente al agitado galope! ¿Qué puede haber más apetecible que su flor negra y nocturna? Hembra de quimeras, lloviendo en las riendas que aprieta la noche.

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Amada es un festín de sonrisas, con luces que titilan, servida con champagne en copas que se agrietan. Hay brandy, oporto del mejor. Pululan toda clase de invitados. Sin embargo, el anhelado, el único que quisiera, estratégicamente lo ha dejado afuera. Su corazón toca en vano, la puerta está cerrada. "Allí empezó todo. Desde entonces, Amada no daba abasto para la oleada de clientes que buscaban el paraíso prometido entre sus brazos calientes." La autora, de manera genial, describe a Amada tocando las fibras sensitivas al ir descubriendo sus razones y vivencias, en su caos del cual escapará.

Amada es la flor nocturna que se abre en el lodo y en las luces de neón. Su carne fresca y apetitosa le dice al postor: Cómprame a la mitad de mi ombligo. Amparada en la luz tenue, su silueta se agranda y levemente jadea, y ese jadeo lo subasta a los hombres. La muchedumbre la observa con mirada vacía. Amada es tocada con lujuria. Oculta su corazón. Se traga la sal de sus ojos. Su cuerpo es camino recorrido. Su alma no replica. En el fango, ella se da entera. Es dádiva a la trampa de la noche que la aprieta. La fatiga se mezcla con otros sudores. Su carne es aplaudida en un escenario que se escribe a diario (bocas grandes, pequeñas, manos ásperas, tiernas), que se abalanzan para poseerla. Amada, en su lodo más profundo, guarda los latidos de su corazón en la pureza de su sueño de loto.

"Pero aún no había logrado para ella el sueño de toda su vida: ser amada, como lo sugería su nombre." Ella, sin temor, danza en las tinieblas como una equilibrista. En su cotidianidad, en un acto sin pretender recuerdos. Calorina de luceros sobre el barranco de marionetas de cristal quebradizo y quimeras extintas. Tal vez se sabía indemne de sí misma, mientras tanto, develaba sus enigmas. Tal vez no tenía pánico a descubrirse, y no era nada adentrarse en el espejo. La urbe se espabila, el rostro limpio, parecería que ha bebido sedantes para los yerros sin dejar huellas en los extremos de la cólera desaforada de un posible amor. En la penumbra, encuera la niñez para, en este ahora, percibirla caliente. Olvidando la vida con su castradura, volviendo a tener el sueño que hace niños el amor. Sintiéndose extraña, como un monstruo acogido como mascota, aproximándose a querer ser bufón con toda la tristeza dentro de su corazón.

"Ese nombre con el que su madre la llamó al nacer, por contradecir a su suegra judía: Amada. Es irónico cuando ni siquiera ella me amó", analizaba. "Pero te dio belleza", le susurró una vocecita vibrante en su interior.
Eso no es amor, protestó.
Pero lo puedes negociar, le dijo nuevamente la vocecita, alzando un poco su tono particular.’’

A veces, Amada, matrioska, porque se siente útil ser otras dentro de sí. Con ropajes vistosos, idealizando desechos, riendo a carcajadas en el diván preferido, sin importar que las columnas estén cuarteadas y puedan quebrarse en cualquier instante, y esas memorias tan llenitas de travesías, de intercambiar miserias por monedas. Ella, tan diva en las pasarelas de cabarets, asegurando sus pisadas para no tropezar, evitando romper un tacón al tiempo. Inclinada al azar del letrero tatuado en su rostro: Toca lo que quieras en esta mordiente flor que no me importa porque hay más flores dentro de esta abierta. Y entonces modela lento, desgarra pétalos sobre su exuberante vestido y se pone una diadema en su cabello, tirado al viento. Hay algo en ella que le cualifica la desfachatez, un rótulo que obvia y deja que entren y quieran todos, y la observen y la descuarticen en muchas camas. Ella dice: No pasa nada porque tengo más marionetas dentro. Flor de fuego, carcajeándose como si el cosmos que se contorsiona fuese un Edén y libara a la estación florecida. Y hoy tiene los pasos extenuantes, esboza una mueca de risa muy sutil, la final, la irrelevante de ella.

En ocasiones, el tiempo transcurre en ella, en los rastros pintados con su infancia, en la ilusión que se aproxima, en la abertura que las mariposas lían en su cabeza. La carne aúlla en sus adentros, en la andorga del fluido, en la mirada de espliego, en la nombradía de su armazón, en el espinazo erguido que tuerce el desahogo hacia las partes íntimas. La penumbra ocasionalmente dialoga en ella, en las pisadas de otras existencias, en todas las caras tocadas, en los riscos donde se raspó. En la consonancia de los ciclos fatídicos, en las cosas que no la persuaden, en la estratagema del orvallo, en la acaramelada añoranza de un querubín y en la hembra que desabriga su garganta, que la rebosa y que la espanta.

"Pero luego de conocerle, se desvanecía esa neblina y se volvía un cajón lleno de carcajadas que, como tentáculos absorbentes, se bebían a esos seres que se hacían parte de ella misma, aunque fuera en una noche."
"Se miró una vez más en el espejo y se encontró más vacía que una milenaria ánfora de finos metales. Estaba hueca."

Amada y el artista, en su conciso discurso, nos salpica entre sus letras un romance inesperado donde se tejen sentimientos insospechados que se entrecruzan y cautivan. Amada y el señor Cortés, por esos azares de la vida. Esa misma vida licenciosa que cada uno lleva a su modo. Se encuentran un día y ocurre el milagro más añejo de este mundo. El señor Cortés queda irremediablemente prendado de ella. Desde su alma cansada emerge eso que llaman amor a primera vista.

Me adentro en este libro e interpreto al señor Cortés cuando la corteja:
Ven, te invito a dar un paseo sobre el polvillo donde los pasos se esfumaron con la brisa. No hay retorno. Solo habrá ardor que tal vez nos agote en la inmensidad del páramo. Tu mirar revela un satélite y mi espíritu quema como una irradiación. En la lejanía nos rastrearemos. Pero el tiempo es una cortina que se exhibe inmisericorde. El animal jorobado camina pausado, la rapidez de los dos es brasa que va crepitando en los ojos. El remanso es distante. Los espíritus de nosotros están extraviados en la aridez de este suelo sin límite. Te pregunto, Amada, ¿qué es la existencia, sino más que una exhalación entre dos páramos? Una penumbra que se evapora en el polvo que nos circunda. ¿Será esto el amor? Vamos, que la oscuridad se hace cómplice y, en su penumbra, tu boca se convertirá en cobijo.

‘’— ¿Qué es lo que ha encontrado, señor Cortés?
— Un corazón igual al mío… que será capaz de entenderme, aceptarme y quererme como soy.’’

La autora sabe atrapar al lector en su bien lograda narración lineal. Amada es una joven hermosa, una prostituta de lujo que vive tan desinhibida, aparentemente llevando una cotidianidad placentera y libre, pero teniendo por dentro el deseo de ser amada y no solo deseada. Cuando el señor Cortés llega a su vida, esta da un giro radical. El señor Cortés tiene una apariencia de respetabilidad que contrasta con lo que verdaderamente fue su modo operativo en el pasado. Aquí la dualidad entre la moralidad y los deseos personales se cuestionan.

"Mis puertas están condenadas y jamás se abrirán a una persona como usted, si es que se le puede llamar persona." El señor Cortés era un gran estafador que por años vivió del arte del engaño. El señor Cortés desnudaba su verdad frente a Amada, pero ella lo veía patético en ese exhibicionismo, en un cuadro sin ropas que ella no asimilaba por prejuicios estúpidos. Como si la vida de ella fuera un dechado de virtudes, daba la espalda al traje de sinceridad del que él se despojaba, mostrando su miseria y arrepentimiento. ¿Acaso, cuando la moral se desgrana, se vuelve molécula de dolor insalvable?

En este texto, al igual que en la novela ‘’La dama de las camelias’’ de Alexandre Dumas, Armando Duval y el señor Cortés tienen la misma pretensión de ganarse el amor de estas trabajadoras sexuales y liberarlas de su promiscuidad. Alexandre Dumas nos dice que: ‘’Amar es aceptar a alguien tal y como es, con sus luces y sombras’’. El amor, desde la poeticidad que descubro en esta novela, llega como una ráfaga inexplicable, con ese asombro que nos obnubila del mismo modo que el lazo que puede ocurrir con otro ser humano, aparte de lo lógico y sensato.

Alexandre Dumas.

Llega a lo hondo de nuestro sentir, haciéndonos felices. El amor nos convoca a la apertura de impresiones nuevas y a que apreciemos sorpresas que abonarán un presente mejor. La noche para nuestra protagonista es una trampa de pulpos y flores que la llaman para abrazarla con sus tentáculos. Cuando la noche practica su orquesografía de antiguos tatuajes bizarros y el cúmulo de sombras no es más que un objetivo en la raída forma mísera, le sobreviene el deseo de ponerse una boina, aunque no queme ese mediodía. No recrimina su miedo. Es consciente de su vuelo.

Amada no elude ninguna cavidad. Porque ella no quería, en su intento, estar en ese sitio. No pretendía llegar a ningún meollo que la lastimase, después de conocer el amor. El abrigo es necesario. ¿Y quién dijo que era para incautos? El camino oscuro encubre solo la fatiga. Optó por borrar sus huellas y no volver sobre sus pasos. Feliz por las horas que le daría el amor. Los declives por la senda que recorrerá se palparán llenos de mariposas y libélulas. ¿De dónde aparecerán? ¡Y qué importa! También aparecerán cuervos, lo sabe bien. No se cubrirá la vista porque ella no odia ya los rayos clarísimos que emanan del astro bronce. Estos no la ocultan de lo que puede arderle. Tiene muy claro ahora que, en la existencia, lo que renace es porción de la fase del sonido del gong.

"El hombre se puso de pie y le tendió la mano. Amada la tomó sin temor. Supo que al fin su nombre sería justificado."
"Se fueron andando sin prisa por el camino nuevo que el artista había inventado."

El señor Cortés creaba un idioma diferente para libarla, un lazo para amarrarla. Tenía pigmentos nuevos para pintarla. Le gritaba que la quería eternamente, que con ese grito hilvanaría sus nombres. En este presente quebraría la calma donde ella dormía y la haría estallar de felicidad. Cuando la penumbra ascendiera, una algarabía de grillos sería bendición sobre su vientre. El amor siempre será posible para una reina Camila que sabe esperar, para una sapa del estanque más sombrío, para una princesa Diana que aún no muere. Y, ¿por qué no?, para una meretriz que, poseída por ‘’Lilith’’, muda su piel y se transforma en una vestal con otra oportunidad de ‘’Magdalena’’.