En un artículo anterior (La entropía social | Acento) abordamos el problema de la entropía social como un fenómeno desestabilizador de las sociedades. Ahora toca responder a las preguntas: ¿qué son las sociedades entrópicas? ¿Cómo estas se comportan? Es evidente que en este espacio comunicacional no podemos dar una respuesta amplia a la cuestión que nos preocupa, pero sí al menos compartir alguna reflexión que nos permita ser conscientes de las realidades en que vivimos.
La crisis de legitimidad o de legitimación en las instituciones públicas, la incapacidad de responder de forma acertada a problemas sociales inmediatos; la tendencia al desorden político, económico y social son indicadores entrópicos que ponen en juego a cualquier sistema. O bien, la entropía es el resultado de la suma de estos males que acontecen en un tiempo específico.
El incremento de la corrupción y los delitos, el cúmulo de fallas por parte de la justicia o de aquellas entidades destinadas a brindar servicios, pero que no llegan a suplirlos, son aspectos que también debemos considerar junto al crecimiento descomunal de la población y la falta de políticas estratégicas que puedan equilibrarla. Todo esto posibilita que la tendencia al desorden se precipite.
Sociedades perfectas no existen. Males siempre estarán gravitando. El problema es la falta de acciones que motiven condiciones entrópicas y que luego resultan inmanejables. Asimismo, la ausencia del pensamiento estratégico y de una conducta orientada por la ética en todas sus dimensiones pueden impactar en la construcción del sentido. Un sentido que cohesiona y da forma a la vida.
Hoy el papel de político es otro. Esto requiere de conocimientos y de una verdadera planificación. Debe estar dispuesto a asumir con criterio y responsabilidad los costes que suponen la transformación orgánica de las sociedades junto a sus instituciones. Debe entender, de una vez, que el fin de la administración política es el bien común con todo lo que implica este principio fundamental.
Por eso es importante observar a las sociedades en las que vivimos. Su análisis para la prevención, y aún más, para la intervención, reformulación de acciones y reorganización es de vital importancia. De ahí, la propuesta de una nueva alianza entre la filosofía y las ciencias humanas cuyo objetivo es la de agudizar las herramientas de examen para el estudio del comportamiento humano en todos sus niveles de manifestación. Se trata de la búsqueda constante de respuestas que puedan satisfacer no la simple curiosidad humana, sino la de enfrentar los problemas a fin de generar nuevas prácticas y capacidades de desenvolvimiento para la acción continua.
Las sociedades entrópicas desarrollan hábitos y conductas que ponen en peligro la estabilidad social. Se vuelven insensibles y malgastan las energías que, canalizadas de forma correcta, pueden materializar el bienestar de los individuos que comparten un mismo espacio.
En las sociedades entrópicas se expresa un poder marchito y cansado. Unas generaciones que ya no dan para más y que su futuro se ve languidecido por la ausencia de la creatividad y la innovación que provoca el conocimiento. Asimismo, el reto de asumir una sociedad de cambios dramáticos implica acciones estratégicas hacia su transformación y reformación del ser humano. A fin de cuentas, la entropía social es una respuesta al desgaste sistémico de las instituciones y el liderazgo.