Hay palomas cuyo plumaje de luz sostienen en sus alas, la simple identidad de los humildes. Hay palomas grises en donde el llanto de los hombres hace cauce con la tristeza del creador para tornar oscura la blancura del que pinta. Hay palomas amarillas, palomas de trigo o de raíces encendidas como la solidaridad con los que sufren.
Hay palomas azules como la tarde del regreso de quien añora la patria, palomas verdinegras, como las que sobrevuelan el combate, con la sangre inmortal de los iluminados, con la vendimia futura de los soñadores.
Hay palomas violetas, como el amanecer que vendrá para los niños sin juguetes, palomas de arcillas o de bronce, como la vigilia del que, tras los barrotes, grita a voz en cuello que la vida no tiene nombres ni apellidos.
Las palomas que hoy sobrevuelan tu memoria…
Hay palomas… simplemente blanca, como el amor o como el eco dulce del ensueño, palomas blancas como manos de maestros, como dedos de pianistas, palomas blancas como las uñas de los que cultivan el rocío, o siembras sin esperanza en los vericuetos de la lluvia.
Hay palomas simplemente negras, como un golpe seco de destino inexorable, como un manotazo feroz de la ignominia, como una herida en medio de la fe, como el hachazo de la duda o el vendaval que rompe las ventanas del insomnio.
Pero sobre todo hay palomas con la vocación del arco iris, con plumaje de dignidad o de servicio, con las alas ingrávidas de la verdad postrera. Esas son las palomas que pintaste. Las palomas que hoy sobrevuelan tu memoria, con la mansedumbre de los pájaros y el sueño.