Alta la tarde, los árboles se empinan hacia la quietud; hacia dentro, hacia ellos mismo, se están yendo, la casa, el jardín, el árbol, las ventanas, las cortinas, el sofá, la mesa, en donde se escribe este artículo. Todo se va a lo incierto, a un átomo de vacío, a la quietud sonora de la música.
Quietud, en donde el que escribe, escucha Silent Prayer, una de las composiciones más altas y más hondas del músico norteamericano Jhon Cage, música cuyo motivo principal es la quietud.
“Al principio el amor en pos de lo que podríamos llamar una belleza imaginaria, un proceso de vacío en el que surgen muy pocos temas, y así entre estridencias, surge la quietud, la sonoridad insonora de la música”, escribe John Cage en su ensayo ¿Hacia dónde vamos?
Escribía estas reflexiones justo cuando componía para Merce Cunningham, música para sus coreografías, desde donde empieza a desarrollar un estilo de energía contenida, que recuerda las pulsiones de esa energía en su máxima tensión, que nos recuerda el instante antes del saltar de los felinos, con la que trabaja el cuerpo de sus bailarines la Merce Cunningham, búsqueda que llevó a John Cage a la quietud.
Movimiento e inmovilidad se dan en la quietud. Las aporías de Zenón de Elea demuestran la imposibilidad del movimiento que lleva a la quietud.
“Surge el tiempo… de algo más íntimo al hombre, de la discontinuidad, acaso, reiterada ruptura. El átomo del vacío, que es el ritmo del corazón, ritmo que nos salva llevándonos a la quietud”… escribe María Zambrano, en Notas del método. Pág. 126.
El corazón es la víscera musical. Los maestros del Renacimiento que no conocían nuestro rígido y pedestre concepto del compás, hablaban de tactus, el pulso básico, unidad de medida, y a comparaban con el latido del corazón de un hombre sano en estado de reposo.
Ese símil esconde una hermosa intuición, el tiempo musical, tiempo poroso lleno de agujeros, átomos del vacío, que tanto le interesan a John Cage, tiempo de la circulación de la sangre, quietud de lo vivo.
Ritmo reiterativo, repetición, quietud inconstante, constantes del tiempo, y tal vez por eso la música, organización bellísima del tiempo, oculto lleva el no tiempo, el átomo del vacío, la quietud.
“La repetición es la fuerza generadora de formas más simples. Y al mismo tiempo más llenas de energía”, afirma Clemens Khum, en su imprescindible Tratado de formas musicales.
Repetición y variación, son elementos fundamentales en la música escrita por John Cage,, especialmente desde el 1945.
“En la música del Common practice period … y especialmente en la música clásica y romántica, hasta Brahms con la excepción de Wagner, hay dos modelos sintácticos, absolutamente centrales en el seno de la gramática correspondiente a la armonía fundamental. El periodo y la frase”, nos lo recuerda Francisco Martínez González en su tesis El pensamiento musical.Pág.324.
John Cage, a partir de la década del 50, inicia la búsqueda de la quietud y el silencio en la música.
A la par de su búsqueda espiritual, Meister Echart, Budismo Zen, sufismo, Kabala, Joseph Campbell, Alan watts, y en especial, la amistad con el músico Gita Sarabahal, quien al decir de John Cage, “llegó de la India como un ángel”.
Sarabahal enseñó a Cage la música y la estética de la India a cambio de lecciones de música occidental … “El propósito de la música es acallar y serenar el espíritu, haciéndolo susceptible a las influencias espirituales” … Estas palabras marcaron el norte a la música de Cage…
En Vassar College, en 1948, Cage dicta una conferencia con el título: “A composer confessions”. Un Cage lleno de sabiduría, insatisfecho con todo lo que había hecho hasta ese momento, empieza buscar la música en la quietud y en el silencio…
“En mi nuevo piso con vistas al East River, en la parte baja de Manhattan, vuelto de espaldas a la ciudad, mirando el agua y el cielo. La quietud de este retiro me llevo por fin a enfrentarme a esta cuestión ¿Con qué objetivo escribe uno música?
La respuesta se la había dado su maestro espiritual: “La música crea la quietud y lleva a momentos de plenitud, en donde el silencio se vuelve música”.
Cage considera que el materialismo preponderante en la cultura occidental era un gran obstáculo al propósito de su música, la quietud y el silencio, que marcarán el sentido de su obra más alto vuelo Silent prayer.
Inicia con una cita de Parménides: “El instante, parece significar algo tal, que de él proviene el cambio y se va a otro que es cambio y reposo.
Quietud en movimiento. Átomo vacío. Quietud en el tiempo.
Alta la tarde, la música se empina, hacia al vacío. Entre el deleite y la gracia, quien escribe este artículo, y escucha con sus oídos interiores el Silent Prayer de John Cage, susurros en el abismo, ventana abierta al revés, es la música. Quietud en el vacío. Espejo ciego.