PEDERNALES, República Dominicana.- En el primer lustro de los años cincuenta del siglo XX, en esta comarca del extremo sudoeste de la frontera aún dominaba el perfil de la colonia de 1927 construida por el gobierno de Horacio Vásquez, aunque ya comenzaban a romper su armonía la fortaleza y las residencias de altos oficiales militares edificadas a la entrada del pueblo por la tiranía de Trujillo (1930-1961).

En sus dos o tres callejuelas, sobrevivía el redondel de las 50 casitas de clavó, la iglesia de madera, la escuela, la casa de administración de la colonia y una comunidad que vivía de la agropecuaria informal.

La gente distaba mucho de contar con la primera emisora radiofónica (sucedería en 1971). Pero ya el Cine Doris –Teatro Doris le llamó el pueblo hasta el final- marcaba un hito con la exhibición de sus primeros filmes. En 1955, el ciclón Katy provocó estragos en la colonia. Y destruyó al cine. Pero La Pupa no se amilanó. Lo reconstruyó, mientras el gobierno ordenaba al ingeniero banilejo Wascar Tejeda Pimentel la reconstrucción del pueblo (50 viviendas, la iglesia, escuela, liceo, el hospital, entre otras obras) y, dos años después, en diciembre, decretaba la fundación de la provincia y el municipio de Oviedo.

La empresa de La Pupa renacería con mayor ímpetu. Además de exhibir películas, se convertiría en el primer medio de difusión de música e información de la comunidad, a través de las bocinas en el techo de la cabina de proyección, en el segundo nivel.

Los operadores anunciaban los títulos, protagonistas y precios de los filmes; hacían sonar las canciones del momento y difundían avisos sobre temas diversos.

Confesor Rosario.
Confesor Rosario.

Por los altoparlantes se escuchaba al operador de los proyectores: ¡Esta noche, el Cine Doris presenta la película titulada… Compre su boleta, entre y diviértase! ¡Faltan 15 minutos para el comienzo, compre su boleto, entre y diviértase!

A continuación, sonaban baladas del momento, saludos, dedicatorias…

Las mejicanadas y vaqueradas estadounidenses eran un acontecimiento para un público sentado en sillas de guano que solía protestar ante cualquier salto de la cinta. Pipín Fernández y Rafael Mancebo habían sido sus primeros técnicos de proyección.

El Doris abarcaba otras ofertas de entretenimiento. Su escenario fue utilizado para presentación de actividades culturales como la del folclorista René Carrasco. El pueblo carecía de otros espacios.

“Fue el centro de encuentro de los pedernalenses por varios años. Era el único cine y el único sitio que en ese tiempo  ofrecía diversión sana. Llenó toda una época. Ahí concurrían jóvenes a ver películas que, probablemente, se habían exhibido varios meses antes en otros lugares, pero -para ellos- era un estreno cada noche. Las canciones románticas que se escuchaban por sus bocinas giratorias, dominaban y servían para enviar mensajes secretos a las novias y pretendidas. Era frecuente escuchar por las bocinas las dedicatorias para complacer en la calle Juan López a una (nombre reservado), de parte de un joven (de nombre reservado)”, ha evocado Andrés Pérez y Pérez.

Elsa Pérez lo recuerda: “Doris tenía por costumbre poner música de la época para animar al pueblo, y eso se convirtió en una costumbre. Todos los de esa generación nos aprendimos las canciones de Leo Favio, Leo Dan, Sandro, Adamo… Pero, cuando ocurrió el ciclón Inés, en septiembre de 1966, la bocina que estaba sobre el techo fue a parar a Anse –a- Pitres”.

Confesor Rosario, 62 años, conocido autor y compositor de merengues y salsas populares, fue parte de la muchachada de los sesenta. Relata emocionado parte de su experiencia:

“Era una euforia grande. Fue un escándalo. ¿Ir al cine? ¡Muchachoooo, espectacular! Recuerdo que cuando daban películas de Durango Kid y Leley (Leley era como un segundo que Durango tenía), los muchachos se mandaban huyendo pa fuera de la sala porque creían que las balas que tiraban eran de verdad. Creo que fuimos de los primeros pueblos del sur en tener un cine. Somos privilegiados”. 

LA VISIÓN DE UNA MUJER 

María Nurys Mancebo Pérez (La Pupa)
María Nurys Mancebo Pérez (La Pupa)

María Nurys Mancebo Pérez (La Pupa), pionera de los medios de comunicación en Pedernales, fue la primera hija de la prole de nueve del matrimonio de Idelfonso Mancebo (Fonsito) y María Sinencia Pérez (Nana).

Fue su abuelo Nicolás Félix, uno de los primeros en poblar a Pedernales, quien le puso el apodo La Pupa porque “la veía muy bella y frágil, como una muñeca”. Ella nació el 26 de octubre de 1918. Menuda, frágil, pero con voluntad de acero para el emprendimiento.

De joven aprendió a coser y bordar. Cobraba diez pesos por pieza, y con ese dinero ayudaba a su madre.

Casó con el azuano Julio Reyes Melo, oficial del Ejército entrenado en Puerto Rico, con quien procreó siete hijos, pero sobrevivieron tres: Glenys Altagracia (fallecida el 25 de julio de 2007), Pedro Enrique (fallecido el 14 de julio de 2020) y Doris Elisa. Y de éstos, vive la última, la más joven. En honor a ella La Pupa designó el cine.

En febrero de 1949, cuando estaba preñada de Doris, su esposo, de puesto en Tamayo, provincia Baoruco, murió repentinamente.

Desde Estados Unidos, la hija recrea algunas escenas sobre los caminos pedregosos que capeó la madre.

“Al enviudar muy joven, con dos niños pequeños y en espera de una bebé, se fue a darme a luz a Pedernales, junto a sus padres, que eran parte de la comunidad de colonos”.

Seis meses después, María Nuris regresó a  La Descubierta, provincia Independencia, donde había estado antes con su esposo.

Capitán del Ejército Julio Rey Melo.

“Mi mamá recibió el ascenso a capitán de su esposo cuando ya él estaba muerto. Él dedicó su vida a la milicia, desde los 20 hasta los 40 años. Pero ella no recibió ni un céntimo para su pensión ni para los hijos huérfanos. Mi papá era viudo también y había dejado dos huérfanos de su esposa anterior”.

DE PELÍCULA

En La Descubierta, ella haría sus pinitos para conseguir dinero y mantener a su familia. Y nada tenían que ver con cine ni tienda.

“Ofertaba provisiones y comestibles al personal que trabajaba en construcción de carreteras”, recuerda Doris Elisa.

Años más tarde, cuando ya sus hijos alcanzaron edades para la escuela elemental, regresó a Pedernales, donde recibió todo el apoyo de sus abuelos Nicolás Féliz y Balbinia Pérez, sus padres, hermanos y la comunidad católica.

“Me contaba mi mamá que, en una oportunidad, ella y mi abuela se iban a la frontera en un mulo a negociar con los haitianos. Y, una vez, cuando cruzaban el río, mi hermana mayor, Glenis, que era su mano derecha desde murió papá, se cayó y por poco se ahoga”, relata.

Doris narra sus periplos por las colonias agrícolas de Pedernales, en plena Sierra Baoruco. Recuerda los trillos infernales y las escabrosas montañas, y, pese a ello, a la gente trabajando por doquier.

“Los padres de mamá, Fonsito y Sinencia o Nana, tenían sembradíos de café en a la loma. Nosotros, de niños, íbamos en mulos a ver el proceso de recolección y cómo lo bajaban y lo secaban en los glases adyacentes en las casas en Pedernales, antes del mercadeo y venta”.

Doris Reyes Mancebo.
Doris Reyes Mancebo.

Al crecer entre mujeres trabajadoras, emprendedoras e independientes –sostiene Doris- La Pupa aprendió que era más conveniente la independencia laboral.

Así, descubriría temprano que la venta de comestibles y el cheleo, que había practicado mientras estuvo entre Tamayo y La Descubierta, no le impulsaría hasta donde quería. E incursionó en el negocio de telas, calzados, ferretería, joyas, útiles escolares, juguetería.

En esos afanes, desde Pedernales viajaba a Santo Domingo por una “carretera” insufrible. Y en ese tráfago conoció a los comerciantes árabes, judíos y dominicanos. Eran sus proveedores.

Los retornos al pueblo resultaban tortuosos. La carretera no era tal. A ratos, los productos se iban por los despeñaderos y ella, menuda y frágil, hacía peripecias para recuperarlos.

Cuenta Doris Elisa: “Ella se dio cuenta que los judíos manejaban los cines y el alquiler de películas, y por ahí estableció ese tipo de relación”

Su trajinar parecía de ficción. “Muchas veces, las películas se caían en el trayecto, o duraban muchos días por llegar porque los transportistas las exhibían en los pueblos por donde pasaban, antes de llevárselas a Pedernales”.

En la Duarte esquina 27 de Febrero, en una de las casas construidas por Wascar Tejeda, funcionaría durante muchos años su popular tienda. 

LA CASONA DE LOS MIL USOS

Cine Doris, en Pedernales.

El cine comenzó a funcionar en la calle Duarte casi esquina 16 de Agosto en una casona rectangular de paredes y techo de cinc que el gobierno de Horacio Vásquez había construido para la despulpadora de café.

La despulpadora cerraría y el local albergaría la multibodega de Sadala Cury (hermano del jurisconsulto de Barahona, Jottin Cury), quien la abastecía a través de goletas que llegaban al muelle desde Barahona. Cury había traído como despachador a Rubén Bretón, quien era sastre en aquella provincia sureña. Pero, a mediados de los 40, Cury perdió interés por el negocio, y lo asumió Maximiliano Fernández. Pero Bretón se quedó en el pueblo como secretario general del Partido Dominicano y después presidente.

En el mismo sitio funcionaron luego el Club 27 de Febrero y el Partido Dominicano (de Trujillo), que después operó en la actual sede Club Socio Cultural, construida en 1956-57 por el brillante arquitecto Teófilo Carbonell.

“En 1950, doña Nurys lo compró al municipio en diez y ocho pesos. En 1952 comenzó la readecuación para el cine…  Primero era como un gallinero y se proyectaban las películas de sur a norte y luego se cambió de oeste este. Ella sobresalía entre las mujeres de la época inicial… Era sumamente competente, sobresalía en el mundo empresarial, su tienda fue una de las más visitadas. Los días de Reyes era un centro de entretenimiento para los niños, pues había muchos juguetes… Doña Nurys implementó el fiao (a crédito)”, ha referido su sobrino Luis Vencedor Bello Mancebo.

Luis Méndez (Chema).

Miguel Pérez, 80 años: “Pipín, que fue el primer operador de los proyectores del cine, entrenó a un grupo de muchachos, entre ellos estábamos Glory, Tiquito y yo… Entonces él se iba a descansar y nosotros dábamos las películas. Luego, Glory se quedó”.

Explica Miguel, en tono suave: “Exhibía películas en 16 milímetros, en blanco y negro. Al terminar cada rollo, había que hacer una pausa para montar el siguiente rollo, y continuar. Años después, cambiaron los proyectores para cintas en 35 milímetros, a color. Como el transporte confiable era el servicio de correo, que llegaba interdiario, se adelantaba con películas de varios días. Eran famosas las mejicanadas, las de Cantinflas, las de Santo el Enmascarado de Plata, las de Agustín Lara…”

Jorge Luis Méndez (Luis Chema) piensa que “doña Pupa merece todos los homenajes del mundo en Pedernales porque fue  pionera en el comercio, y en su vida familiar fue madre ejemplar”.

De su tiempo de niño evoca a Felicia, hermana de La Pupa, quien “nos dejaba pasar por cinco y diez centavos y hasta de bola cuando no teníamos dinero, y recuerdo a Fernelis Dotel (El Chivo) anunciando las películas por las cuatro bocinas, como simbolizando los cuatro puntos cardinales. También recuerdo el buen trato de Manolín bicleta”.

Para Doris Elisa, es imposible olvidar a su madre. Madre y padre a la vez.

“Nunca existió una familia más amorosa que la mía en la faz de la tierra. Y todo debido al temple de mi mamá. No importaba cuán distantes, siempre poniendo a Dios en el centro de nuestras vidas y siempre muy de la mano de su comunidad religiosa, primero católica y luego testigo de Jehová. Cosa esta última que le costó mucho rechazo familiar porque no le querían escuchar. Nunca por nosotros sus hijos, ya que, aunque católicos practicantes, siempre mantuvimos un vínculo armonioso y de muchísimo amor y respeto en nuestro entorno familiar con mi mamá y mis hermanos, que permanece hasta nuestro hoy”.

En 1960 María Nurys, o La Pupa, se fue a la capital. Había comprado una vivienda en la calle Espaillat de Ciudad Nueva. Pero sus negocios siguieron bajo la administración de su hermana Felicia, aunque venía a menudo. Lulú Pérez Heredia arrendó la sala cinematográfica y le puso el nombre LP (Lulú Pérez). Al término del contrato, en los años 70, fue cerrado. El viejo armazón sobrevive como testigo de la época.

Otro cine, el Pedernales, abriría en la 27 Febrero, del Barrio Alcoa. El edificio, ahora en ruinas, es un cuadro de cemento sin estética, destechado, con ventanas inclinadas y asientos también de cemento. Los huevos podridos y hasta piedras lanzadas por mozalbetes rebeldes, a ratos, alborotaban a los públicos y dañaban arrumacos.

Con proyectores modernos de 35 milímetros, a carbón, exhibía películas facilitadas por el cine de la minera estadounidense, en Cabo Rojo, y su escenario fue utilizado para la presentación de festivales de la voz y de artistas de alta popularidad como Vickiana y Fausto Rey.   

Doña Pupa nunca volvió a casarse. Murió en Santo Domingo el 4 de mayo de 1984, a los 66 años. Su hija Doris Elisa, 72 años, vive hace décadas en Estados Unidos.

Hoy, el pueblo carece de cine, casa de cultura y de anfiteatro.

(tonypedernales@yahoo.com.ar)