Pastor De Moya (La Vega, 1965), bien conocido por su obra poética y narrativa, lo es algo menos por sus acciones performáticas, aunque las ha escenificado a lo largo de dos décadas en diferentes espacios nacionales, europeos y latinoamericanos. Sus referentes más inmediatos son el chileno Alejandro Jodorowsky, el español Fernando Arrabal y el francés Roland Topor.
Estas manifestaciones, para las que ha acuñado la denominación de trances dilatados, carecen de precedentes en el ámbito dominicano. Son otra vertiente de su creación, aunque en él todo se amalgama: performance, poesía, escultura, instalación, artesanía editorial…, configurando una poética y una propuesta estética que, en palabras del crítico Odalís Pérez, constituye “un tipo especial de producto imaginario en el laberinto de la invención”, “un cosmos de la diferencia y la provocación del llamado fundamento literario y cultural”. Toda esa trayectoria artística se recoge en La escritura del ojo (2024), obra transdisciplinar que reúne el registro de buena parte de sus performances junto a poemas, ensayos breves, esculturas e instalaciones.
La performance pide audiencia, si algo la caracteriza es la interacción con el público. En esta ocasión su volcado en papel ha convocado también a un selecto grupo de espectadores que han sido partícipes de ese accionar. Es el caso de Danilo de los Santos, Odalís G. Pérez, Tony Raful, Fernando Valerio-Holguín, Inés Aizpún, Cayo Claudio Espinal, Manuel Llibre Otero, Víctor Saldaña, Ricardo Brito, Amable López Meléndez, José Enrique García y Yeyé Concepción, que componen una muestra representativa del panorama cultural dominicano. Voces autorizadas que han asistido a algunos o a muchos de los trances, desde Reposo de las piedras hasta Gestualidad y palabra, pasando por Historia de la noche y el espejo, El jardín de los enanos, El asado, Chivulo Ramos, La musaraña…, o a exposiciones como la titulada Comiéndome las manos, por no mencionar otro tipo de actos igualmente originales.
Por su carácter volátil, la performance ha sido asimilada por algunos teóricos del género a una actuación espectral, fantasmagórica. Pastor De Moya, cual demiurgo, ha materializado esa presencia evanescente en este libro de artista. Ya la performance ha saltado a los museos y protagoniza concurridas bienales. Por qué no registrarla en un libro y por qué no, dando una nueva vuelta de tuerca, engarzarla con su valoración, con su recepción, abriéndola a múltiples perspectivas.
Sobre ese carácter efímero de la performance y su registro han debatido ampliamente los estudiosos del tema. ¿Su materialización no conspira contra su esencia? Juan Albarrán, profesor de Arte de la Universidad Autónoma de Madrid, en su libro Performance y arte contemporáneo. Discursos, prácticas, problemas, incide en esta cuestión: “A menudo la documentalidad fotográfica, lejos de traicionar la experiencia inmediata de la performance, refuerza su carácter efímero potenciando la sensación de que algo irrecuperable ha tenido lugar”.
En efecto, al contemplar las fotografías de los trances dilatados en La escritura del ojo no podemos dejar de lamentar habernos perdido esos eventos; tales despliegues de provocación son verdaderas sacudidas en un medio tan poco dado a la iconoclastia como el dominicano. Así los caracteriza Cayo Claudio Espinal: “un verdadero acto de exorcismo y de reacción contra el conservadurismo social y el adocenamiento general, … acto liberatorio espectacular de todo encadenamiento y de todo encasillamiento” (p. 102).
El desaparecido crítico de arte Danilo de los Santos se hace eco “de las raíces vernáculas, de la oralidad fecundada y de un selectivo conocimiento sin prejuicios. … el resultado visual que consigue este autor deviene de muchas fuentes y nexos, … es un resultado que disuena, que se levanta contra corriente; por consiguiente, es no calificable” (p. 28).
Para Valerio Holguín, este artista “profana los valores tradicionales de la cultura dominicana en busca de una redefinición a través de una poética de la locura … a través de la yuxtaposición y el desplazamiento de diversos objetos y situaciones, una crítica a la cultura dominicana contemporánea, al establishment artístico, a la moral pequeño-burguesa, y la reivindicación de espacios populares (la gallera, la calle)” (p. 72).
Odalís Pérez alude a “una obra que documenta la perplejidad y la alteridad de objetos mágicos, abruptos, grotescos, gastronómicos, eróticos y tanáticos” (p. 182). Y Tony Raful se refiere “a la múltiple lectura de lo visual, al terreno movedizo donde ejecuta su danza maldita de impugnaciones. Lo que Pastor De Moya presenta no es un infierno fantaseado sino la reproducción del infierno real aquí en la tierra” (p. 37).
Esta es tan solo una breve muestra de la carga interpretativa que contiene este volumen, que incluye una nota del mismísimo Fernando Arrabal. Por sus páginas desfilan la ironía, la irreverencia, la libertad creativa, la alta cultura revolcándose con las cosas más profanas y devaluadas, todo lo cual nos sacude e interpela.
Si algo es connatural a la performance y ajeno a la edición es la improvisación. Pastor De Moya es consciente de los dos lenguajes y se mueve a la perfección en ambos mundos: si como artista improvisa, como autor-editor no deja nada al azar. El resultado es un producto editorial primorosamente cuidado en sus diferentes etapas. De este libro-objeto ha dicho la académica italiana Marina Bianchi que “cada página es un descubrimiento, un salto al vacío que no deja de estar lleno de hallazgos, de emociones, de informaciones, de preguntas que requieren respuestas…”. En una conferencia que recientemente pronunció sobre esta obra en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, la profesora Bianchi la insertó en la transmedialidad, entendida como “todo tipo de reutilización, adaptación, colaboración o diálogo entre medios, ámbitos del conocimiento y del saber, disciplinas, artes, géneros o culturas”.
La escritura del ojo se suma a una lista de títulos del autor, desconcertantes unos, poéticos otros, penetrantes todos: El humo de los espejos (poesía, 1985), Alfabeto de la noche (poesía, 1995, reconocido en 1996 como el Libro Más Hermoso y Valioso del Año por la Asociación de Libreros y el periódico Listín Diario), Jardines de la lengua (poesía, 2002), Buffet para caníbales (2002, Premio Nacional de Cuento José Ramón López), Altares y profanaciones (ensayos dilatados, 2005), La piara ((poesía-relato-ensayo, 2011), El libro del paladar viscoso (2011), Juguete de hielo (2017).
Sin duda, Pastor De Moya tiene magia para titular. Un recorrido por el índice de La escritura del ojo nos desvela epígrafes como Se huye del amor al sueño, Las preferencias engendran tiernos monstruos, El pez cero, Entrada de deditos hervidos en sangre de cayena, Obscena presencia de Marx, De libros y funerales [crónica rosa de las fiestas tristes]. Y los títulos de algunos textos críticos no se quedan atrás: La etérea sangre de las plumas, El escapulario de Pastor y el egoísmo de poseerlo… Nos invitan a adentrarnos en una especie de jardín de las delicias de lo insólito, lo profano, lo burlesco.