La actriz y cantante dominicana Cecilia García ha estrenado en el Teatro Nacional la pieza dramática ‘La novia del viento’, sobre el personaje Alma Mahler, escrita especialmente para ella por Herbert Morote. La trayectoria de este autor peruano radicado en España incluye una serie de interesantes títulos entre estos La visita de Bolívar, Olivia y Eugenio, El guía del Hermitage, y Los ayacuchos.

En el marco teórico de la literatura dramática las últimas décadas arrojaron nuevos enfoques en torno a la definición del monólogo como subgénero del arte de la palabra.  Las diferentes antiguas tesis han sido debatidas a fin de llegar a la formulación de un enunciado de ajustes concluyentes. Resulta claro que los más recientes manifiestos al respecto le consideran una forma acabada principalmente a partir de los modelos de Robert Browning, -su colección ‘Hombres y mujeres’ es considerada por muchos un conjunto de las formas más perfectas de monólogos- entre los que descuellan ‘My last duchess’ ‘Fra Lippo Lippi, ‘Las exequias de un gramático’, ‘El amante de Porfiria, o el grandioso ‘Soliloquio de un español’. Además de Browning siguen en listado otros posrománticos victorianos, Alfred Tennyson, Dante Rossetti: una proclamación que de cierto es objeto de múltiples debates mientras mantenemos la vigencia de los clásicos griegos, los de la edad Media, del siglo de Oro español y el inmenso Shakespeare.

En el monólogo la voz en alto del actor no se vincula espontáneamente con un discurso de asociación de ideas, sino que se plasma en una composición estructurada puesta ella misma en guardia en forma de confesión, expansión, advertencia o declaración. Mediante su locuacidad, el personaje nos deja al descubierto unas informaciones capitales que le conciernen y que nos delinean poco a poco los contornos de una situación insólita, la mayor parte del tiempo conflictiva: ‘’un buen monólogo sumerge al lector-espectador en una crisis de la que nada sabe, ni siquiera si llegará a saberlo todo’’ (Abrahams, 1957). En el caso que nos ocupa, el escritor asume los rasgos de un personaje histórico o de la ficción ya desaparecido –Alma Mahler- con el cual se identifica y al que da voz en primera persona, poniéndose su máscara y confundiéndose con su identidad: se convida al lector, pero solamente en un segundo grado.

En general, los teóricos están de acuerdo en que para considerarse monólogo dramático una pieza literaria debe tener un hablante y un auditor implícitos, y que el lector –espectador a menudo percibe una brecha entre lo que dice ese hablante y lo que realmente revela. Y luego aparece, como elemento matizador, el actor y su trabajo interpretativo. A despecho de que es siempre necesario deslindar literatura y teatro como dos artes diferentes, el actor será, invariablemente – y aún más específicamente tratándose de monólogos- quien realice finalmente la síntesis dramatúrgica. Un enorme reto para nuestra actriz Cecilia García y su director.