En la columna que le dediqué a Emma, de Jane Austen, ya mencioné el nombre de madame de Genlis (1746-1830) quien, aunque francesa, fue un referente en la Inglaterra del siglo XIX para la educación de los jóvenes, especialmente de las niñas. Rompo con ella esta serie dedicada solo a narraciones con nombre de mujer, para comentar La femme auteur, breve novela sentimental publicada en 1825 bajo el Imperio y la Restauración, cuando la autora regresó a Francia del exilio y publicó sus célebres Memorias. Casi al final de sus días trata en esta novelita los problemas que debe afrontar la mujer que escribe y publica con su nombre.
Con la vocación pedagógica que la caracteriza, Madame de Genlis recurre a los paralelismos para plantearnos cómo el arte y la literatura pueden significar una desviación fatal cuando quien pretende entregarse a sus intuiciones, sueños y reflexiones es una mujer. Seguimos a dos hermanas huérfanas educadas en un convento en París, Dorotea, la mayor y Natalia, la más pequeña. Ambas provistas de excepcionales cualidades morales, pero, sin embargo, muy diferentes. La mayor demuestra una gran fuerza espiritual, una conducta intachable y una extremada prudencia. Natalia, pese a poseer virtudes similares, agrada menos que su hermana; pues posee gran curiosidad, facilidad para entregarse al estudio y un gusto apasionado por el arte y la literatura, dedicándose a tantas cosas que da la apariencia de ser inconstante.
En su afán de cultivarse a sí misma, Natalia cae en excesos, que pueden ser peligrosos, ya que es desinteresada hasta la locura, con una franqueza, finura y capacidad de penetración que rayan en la imprudencia. En sociedad, tampoco se muestra coqueta, lo que causa extrañeza entre hombres y mujeres de su entorno; pese a inclinarse por la vida disipada de la clase a la que pertenece, prefiere el sedentarismo y la entrega a los libros. El primer consejo que recibe de la sensata Dorotea, de distinto talante, es que oculte su condición de escritora y no se le ocurra jamás publicar.
También es cierto que muchas de las cualidades de Natalia la acercan al mundo de los hombres donde algunos seres excepcionales aprecian su talento, inteligencia, sinceridad y solidaridad, incluso para con las mujeres que se presentan como rivales en el cortejo amoroso. Así, antes que dedicar el tiempo a conquistar a Germeuil, Natalia se entrega con pasión a escribir, y se defiende así: “Cuando se escribe desde la verdad y solo se busca en el corazón los sentimientos profundos que deseamos expresar, se experimenta un placer que puede remplazar a la felicidad”.
Natalia incurre en el error de publicar sus obras, lo que provoca reacciones violentas en la sociedad, especialmente entre los hombres que se burlan de ella, y entre los críticos literarios implacables, que no toleran que una mujer compita con ellos. Le ocurre incluso con su pretendiente Germeuil que, decepcionado por esa osadía, rompe su compromiso. Este llega a negarse a apoyarla ante quienes se proponen destruirla y su argumento es simple: si la mujer abandona el lugar que le corresponde para usurpar el reservado a los hombres, deberá emplear las armas de que dispone para enfrentarse sola a ellos.
La amarga conclusión de madame de Genlis cuando pone en la balanza la vida de Dorotea, es que por la felicidad de que disfruta bien valdría sacrificar la celebridad de una mujer autor, dado que esta última “pierde la amistad de las mujeres y el apoyo de los hombres y saldrá de su mundo sin ser admitida en el otro. Los hombres no aceptarán jamás a una mujer autor en igualdad de condiciones, pues sentirán más celos de ella que de otro hombre y nunca permitirán que los iguale, ni en las ciencias ni en la literatura”. Una conclusión dolorosa en una escritora de tanta influencia en la educación de las grandes familias de su tiempo.