Un lugar común es decir que se admiran las novelas de Vargas Llosa y se tiene en menor estima sus posturas políticas. Su libro La llamada de la tribu, que él ha definido como una «autobiografía intelectual», nos acerca más íntimamente al contenido de su credo político, el liberalismo, de la mano de los siete intelectuales que más influyeron en él a partir de su ruptura con el socialismo, a saber, Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friedrich August von Hayek, Karl Popper, Raymond Aron, Isaiah Berlin y Jean François Revel.

El libro me resultó de gran ilustración respecto de estas figuras que, sobre todo desde la economía y la filosofía política, han presentado una exégesis del devenir humano donde el progreso material y moral está supeditado a la libertad individual. Destaca desde las primeras páginas la pluralidad del discurso liberal:

El liberalismo no es dogmático sabe que la realidad es compleja y que a menudo las ideas y los programas políticos deben adaptarse a ella si quieren tener éxito, en vez de intentar sujetarla dentro de esquemas rígidos, lo que suele hacerlos fracasar y desencadena violencia política.

Aunque Vargas Llosa afirma que fueron el radicalismo y la vocación censora de Cuba y de la URSS que le llevaron a un gradual desencanto del socialismo y sus utopías redentoras —el caso Padilla finalmente cortó definitivamente su cordón umbilical ideológico—, reconoce

también el liberalismo ha generado en su seno una 'enfermedad infantil', el sectarismo, encarnada en ciertos economistas hechizados por el mercado libre como una panacea capaz de resolver todos los problemas sociales. A ellos sobre todo conviene recordarles el ejemplo del propio Adam Smith, padre del liberalismo, quien, en ciertas circunstancias toleraba incluso que se mantuvieran ciertos privilegios como subsidios y controles, cuando el suprimirlos podía acarrear en lo inmediato más males que beneficios.

(Aquí no puedo sustraerme a un sentimiento de paradoja: ¿no encarnan Hayek y Friedman este radicalismo con su capitalismo libertario del lassez faire? ¿No son radicales las objeciones al New Deal de Franklin Delano Roosevelt?).

Cuando uno lee Dos conceptos de libertad, de Isaiah Berlin y Sobre la libertad, de John Suart Mill, uno comprueba lo que señala Vargas Llosa en otra parte de su brillante texto: quienes aspiran a la libertad económica y pretenden prescindir de la libertad política, incurren en un error fatal. Por tanto, aunque la libertad económica, un Estado pequeño y la defensa de la propiedad privada sean principios básicos y vitales en la pluralidad de matices del liberalismo, Vargas Llosa juzga ineluctable para una sociedad plena el derecho de cada individuo a forjar su destino, como lo concibieron los autores de marras.

El Premio Nobel de Literatura hace una gran defensa de lo que muchos han denominado la «revolución conservadora» de los 80s, con los gobiernos de Ronald Reagan en Estados Unidos, y Margaret Thatcher en el Reino Unido, a la cabeza. En el caso de la primera ministra británica, la influencia que recibió de ella fue más notoria por haber vivido él en Londres durante los primeros años de su administración, la cual se extendió de 1979 a 1990. Vargas Llosa había transitado un periodo de grandes dudas sobre sus ideas, tras la comprensión de que el modelo comunista era un fracaso, y las reformas económicas liberales protagonizadas por estos dos gobernantes, a quienes pudo conocer en persona, le permitieron una definición vertical. Afirma que

Por fin aparecían en el mundo unos líderes sin complejos de inferioridad frente al comunismo, que recordaban en todas sus intervenciones los logros en derechos humanos, en igualdad de oportunidades, en el respeto al individuo y a sus ideas, ante el despotismo y el fracaso económico de los países comunistas.

También refiere que el tomar partido por un programa liberal en favor de su país fue lo que le conducto a buscar la presidencia de Perú en 1990.

En cada capítulo hay un interesante repaso de la biografía, las ideas principales y hasta el estilo de escribir de cada pensador. Vargas Llosa se permite críticas y discrepancias hacia ellos, pese a la admiración. El enfoque fundamental del libro es glosar las obras de estos autores que han robustecido las teorías liberales, sin caer en el fanatismo y sin dedicarse excesivamente a la crítica de las economías planificadas sino en las virtudes de lo que Popper denominó «la sociedad abierta».

La llamada de la tribu invita a la disección del legado intelectual liberal, sobre la base de oráculos como La riqueza de las naciones, de Adam Smith, Camino de servidumbre de Friedrich Hayek y La rebelión de las masas de Ortega. En los tiempos que corren, donde el presidente de Argentina, Javier Milei, se erige como un adalid libertario, conviene recordar que el liberalismo, nos simpatice poco o mucho, está intrínsecamente alejado de las actitudes fanáticas.