Hace varias semanas, en uno de los programas virtuales del PEN Santo Domingo que dirige Aquiles Julián, se abrió una discusión sobre la cultura de cancelación. Para algunos era un concepto nuevo, pero somos tan entusiastas que refutamos aun lo desconocido.  Sin embargo, fue bueno dar a ver un asunto que lleva ya un tiempo preocupando a intelectuales de otras latitudes. 

La cultura de la cancelación es una forma posmoderna de censurar subordinando la propia existencia social a la anulación del pensamiento disidente. Solo se validará el pensamiento y opinión convergente, de acuerdo a patrones preestablecidos por determinadas comunidades. 

La anulación de los escenarios de debate debería, al menos, preocupar, puesto que dicha práctica es incongruente con los discursos libertarios que los propios normalizadores de la censura enarbolan tanto en las derechas como izquierdas que conviven en modelos cada vez mas lejos de lo que otrora era la filosofía que los sustentaba. 

El individualismo liberalista y el progresismo de izquierda hoy parecen siameses emergidos de la misma madre: la derrota de las ideas.  

Nicholas Chistakis.

El problema de la libertad académica es la primera cuestión afectada por la cultura de la cancelación. Nicholas Chistakis, y su esposa, profesores de Ciencias Sociales de la Universidad de Yale, fueron rodeados de manera hostil por haber enviado un correo que contravenía la postura institucional que advertía del uso de disfraces “ofensivos”.  Nos preguntamos: ¿Cuáles disfraces no resultan parodia de alguna condición? 

La cultura de la cancelación  implica un autoritarismo que atribuye el poder a un grupo para decidir sobre los discursos del otro, de tal modo que cualquier postura disidente es considerada ofensiva. Hemos pasado de la censura de la palabra a la anulación de la persona por vía de la descalificación y el desprestigio. 

Asistimos a una especie de linchamiento intelectual y a la vuelta al ostracismo de la caza de brujas y la quema de libros. Lo curioso es que esta práctica provenga de los grupos que defienden un discurso inclusivo cuando en la práctica pugnan por un decir exclusivo. 

Solapado en las llamadas nuevas izquierdas, encontramos trazos de una experiencia ultraderechista: persecución, descrédito, anulación, en fin, cancelación. Recuerda el guion de aquella película alemana, ambientada en la era de la caída del muro: La vida de los otros, donde un escritor es vigilado por un miembro del Stasi. 

El riesgo de ser cancelado toca al que represente a un papel que la “sensibilidad” etiquete como victimizante. Es herejía el chiste, la  pintura, la música de los nuevos heresiarcas  que no han sido bautizados por las comunidades que constituyen el nuevo poder.  Pero esas mismas comunidades, en sus relatos, sí podrían etiquetar, ofender, imponer su mirada del mundo sin esperar otra reacción que la aceptación a priori. 

La eliminación de libros de indudable valor literario  ha sido ejercicio de la cultura de la cancelación. Después de tantas criticas a las prohibiciones de los fundamentalismos religiosos y las dictaduras, ahora las falsas minorías se arrogan el derecho de decidir que leer y que no.  Por otro lado, dichas minorías censuradoras buscan imponer en las escuelas  libros de “la educación sexual integral.”  

Esta nueva “retórica  oficial” se postula en oposición a las ciencias establecidas, de tal modo que corre el riesgo de cancelación aquel que propone la cuestión genética en un debate de “género”, el problema de los neologismos y las necesidades lingüísticas, así como  la cuestión evolutiva propuesta por los estudios antropológicos o las teorías del desarrollo diferencial en psicología. 

Todavía en las universidades locales gozamos de cierta libertad de  cátedra, ninguna ideología me impide aún el debate necesario en los escenarios académicos. Pero, conociendo las formas de dominación de las metrópolis sobre la mente colonizada, preocupa su posible aparición.

Otro escenario de la cancelación son las redes sociales. Resulta asombroso la cantidad de programas insultantes, de lenguaje soez, basura mediática que, sin filtro, pueden ser  consumidos por niños en pleno proceso de desarrollo moral y cognitivo. Sin embargo, esos mismos medios podrían penalizarte si tu discurso contraviene lo falsamente inclusivo.  

Mientras cuestionamos el rol del Estado en el diseño de la convivencia, e hipertrofiamos las libertades individuales hasta tocar la propia existencia del socius, por otro lado erigimos nuevas normas, nuevas formas de censura y exclusión. En nombre del derecho de ciertos individuos aplastamos el de otros que pueden y deben disentir. 

El escenario de neo/poder ostentado por el odiado que odia, el excluido que excluye, conforma un bucle de minoría aplastante que no parecería tener fin (lo que se evidencia en el absurdo de las decenas de “géneros”).

Denunciar la ambidiestra censura es una posición difícil pero necesaria.