14
El victimismo es una de las estrategias fundamentales con las que el dominicano se ha constituido históricamente. A la orfandad colonial le siguió el paternalismo republicano. Si España ninguneó a Santo Domingo en aquellos siglos “de miseria colonial”, con la República fuimos hijos ofrendados al albur de los caudillos locales. La flecha que iba del huérfano al caudillo fue subrayada con la tinta del victimismo. Sabiéndose así, podía legitimarse el conjunto de sus acciones y reacciones. ¡Vaya sicoanálisis tropical!
Gracias a esa conciencia victimista también se produjo la industria de la producción de nuevas víctimas. Si “éramos así” es porque ya sobre nosotros se había practicado violencia, lo cual nos hacía expedido cualquier acceso a los extremos. Si Trujillo fue así, fue por sus orígenes familiares, por el contexto histórico de San Cristóbal, de la Ocupación Norteamericana, y dejémoslo ahí, para no invitar a los sicoanalistas al caso. Siempre habrá una buena explicación para justificar la violencia.
15
La sociedad dominicana se lanzó al siglo XX con los “morenos”, “los hijos de Machepa”, los “rayanos”, los “hijos de”, los “de la alta sociedad”, “los humildes, los del montón salidos”, entre un amplísimo menú clasificatorio. Cada quien trató de aplicar sus lupas particulares: Antonio Sánchez Valverde, Juan Pablo Duarte, José Joaquín Pérez, Gabriel Moreno del Cristo, José Ramón López, Federico García Godoy, Juan Bosch, para sólo mencionar a parte de los más clásicos.
Desde “Ideas del valor de la Isla La Española”, del padre Sánchez Valverde, se ha estado tratando de explicar el estado de orfandad que durante nuestra historia insular nos ha vertebrado. De resaltar los rasgos con los que nos han caracterizado Samuel Hazard, Francisco E. Moscoso Puello y Américo Lugo -pongo tres ejemplos extremos-, pensaríamos que más que un ser humano el dominicano llegaría a la categoría de bestia.
Los dominicanos siempre fuimos víctimas de algo: España nos abandonó, los haitianos nos quisieron subyugar, los norteamericanos se apoderaron del campo y de la caña, aunque al final siempre tuviésemos un Guacanagarix instalado en el área de recibimiento VIP de todos los puertos y aeropuertos locales. Nuestra ilusión fue el que coincidiera nuestra central posición geográfica caribeña con cierta preferencia por parte de Ultramar. Fue un intento fallido, hasta que colapsó Cuba y Puerto Rico no dio más y ahora sí que somos el centro del universo.
En los pasillos operáticas de nuestra historia los pobres han sido ley, batuta y constitución. A diferencia de otras sociedad coloniales, como las de México, Perú, Chile, en Santo Domingo nunca imperó una oligarquía consolidada ni una mentalidad aristocrática particular. Tantos siglos con una base común de pobreza a pesar del color y los apellidos, nos ha conducido en el presente a un país esencialmente clase-mediero y naturalmente, en el siglo XXI, chopístico, léase: con una base inmensamente rural, desadaptada, teniendo que correr para asumir los nuevos valores de una clase ante la cual su vida misma estaba sembrada de todas las dudas imaginables. Para mayor información, consúltese “La comunidad mulata”, de Pedro Andrés Pérez Cabral.
Ciertamente echamos raíces en una cultura de la violación, de hijos por todas partes, desatenciones afectivas, que forjaron raíces coloniales y republicanas alejadas de todo principio de racionalidad. Aquí la cultura dialógica, aún y en pleno siglo XXI, tiene mucho por hacer. A esa mentalidad del colonizado tan bien estudiada por Frantz Fanon en los años 50 y 60 le deberíamos agregar los aportes de Oscar Lewis y su “cultura de la pobreza”, que en su tiempo tanto escandalizaron a los antropólogos tradicionales. Al enfrentarnos a los procesos de formalización de algo que podría ser “lo dominicano”, tendríamos que apelar a estas instancias de la sicología: la de las familias en condiciones de miseria.
16
La pantalla contemporánea de la dominicanidad transmite de manera intermitentes un cuadro cada vez más intenso de ex muertos de hambre: El Alfa, El Boli, Omega, Mamy Jordan, entre un sinfín de muñequitos Marvel del criolato. Son antiguos hijos e hijas de Machepa, que tuvieron la inteligencia y el trabajo como para “posicionarse”: haciendo jonrones, golpeando y cantando, manipulando y chantajeando, mostrando sus habilidades sexuales sin que nadie les pregunte, pero como en el callejón criollo todo está permitido, a la Virgen que reparta suerte.
Naturalmente que valoramos las vías del sacrificio. Recordemos la mítica pelota de trapo con la que practicaba Juan Marichal en aquellos olvidados campos de Montecristy. Pensemos en la dureza de la infancia de un Samuel Sosa y un David Ortíz, para sólo mencionar a dos de los más deportistas más icónicos. Imaginémonos en concentrarse en aquellas pelotas a mil por hora, lo picante del sol, alguna fundita de plástico con un pan con aguacate, el estómago chispeando, la vuelta a casa para enfrentar nuevamente ese cuadro de jarritos de aluminio y alguna sopa de fin de semana para disimular. Claro que son parte del heroísmo nacional. Pero ahí no termina la cosa. Por más que queramos conservarlos en sus pedestales, también hay que enfrentarlos al resto que formarán parte de la tripulación contemporánea: los otros igualmente exitosos, aunque haya sido por llamar a la violencia en sus canciones, por gritar sus intimidades en público, por enarbolar la bandera del morbo y pretender que las misma aterrice en cualquier bizcocho cumpleañero.
Aquellos barcos de los sacrificados coinciden con los de facilones en los premios tal y cual, en los programas de farándula, en las planas que recogen sus anécdotas, sus consejos, en las secciones de farándula donde diseccionan cualquier picada de ojo o movimiento de las cejas, confesando sus secretos, que sirven para hacer una rica comida como igualmente para dejar satisfecho al más o a la más golosa en la cama, ay qué rico, mami.
Debido a su condición de ex pobres o ex muertos de hambre or whatever, ante cualquier señalamiento se escudan en el escudo de “mi propio esfuerzo”, lo cual no deja de ser una acción loable. Pero “mi propio esfuerzo” no sólo es esa moneda corriente en las alturas, sino también el cheleo de todo buen conductor de Fenatrado, de todo habiente de un chinchorro en la costa o de un puesto de mabí en el Alto Manhattan. “Mi-propio-esfuercismo” es la filosofía de todo propietario de un carro del concho o una guagua en ruta Azua-Punta Cana que puede ser el mismísimo ángel demoledor en las carreteras. Es el “esto es mío” o se acaba el mundo, el haber llegado a cierta tierra de promisión que en segundos se llenará de alambres. Porque eso sí que tenemos: una voluntad de cercar, de convertir nuestra ropa o nuestros autores en máquinas guerreras, de amparar nuestro hábitat bajo una cortina de púas, no importando si tu mismísimo edificio fue diseñado por Le Corbussier o Gustavo Moré.
17
El lobbysta Ángel Rondón hizo su película, donde mostraba su infancia con una caja de limpiabotas que tuvo la misma fuerza que aquellos barcos rotos con los que comenzó el imperio de Onassis. También Corporán de los Santos se vanagloriaba de una infancia de canillita, viviendo en un tugurio de la calle Licey, en Villa Francisca. En la pelota, por igual: salvo el caso excepcional de un Alex Rodríguez, entre otros, el 190 por ciento de los peloteros son super-hijos de Machepa, y ahora para dolor de cabeza de los nazis criollos, ¡hasta descendiente de “nacionales” haitianos! Y no sólo ellos: también el atletismo, el judo, levantamiento de pesas, voleibol, en todo lo que tenga pinta de sudar la gota más gorda, ¡habrá descendientes haitianos!
18
La sección deportiva de nuestros periódicos y los pasillos de la Suprema Corte de Justicia tienen algo en común: ahí dilucidan los antiguos pobres sus accesos a la mismísima gloria, ya sea en la pista o robando, sea en la cancha o viendo a ver cómo le arrancan el brazo al último infeliz, con tal de poder fletar un avión y pasar por Aspen o Dubai.
Tras cada viejo o nuevo medallista olímpico, se levanta el fantasma de alguna infancia llena de yaniqueques y chocolates de agua, de tenis comprados en alguna reguera o una cama acogiendo a todos los hermanos y primas, porque en la pobreza no siempre la sábana alcanza para todos.
Tras cada acusado de corrupción, hay un antiguo muerto de hambre hartándose un Chivas de 18 años y otro igualmente emburujado con buen saco hecho a mano por un famoso de Broadway o una yipetica de esas que los Jaguares te la mandan en una caja por Logicpaq y que ellos se la regalan al amor de su vida.
El mantra de peloteros y bachateros y narcos en activo, retirado o en la zona in between, será encontrar el amor de su vida para poder regalarle un carro mejor que el que le regalaron a fulanita, porque sabrás que no es saludable bajar de nivel.
La tabla de valores -y de costos- de la felicidad se vive disparando a razón de cada nuevo amor que encontrará la estrella de turno. Bajar de costo es rebajarse. El cuerpo es el nuevo espacio inmobiliario: se consolida gracias a labios más protuberantes, a nalgas más insidiosas, oh Lord. Ya no hay conquista ni seducción: se invierte, aunque se sepa lo del quiebre inevitable en alguna instancia próxima de la vida.
Al final de la tarde, bachateros, peloteros, narcos, faranduleros, metedores, jodedores, participarán del concurso eterno de quién invierte más en el amor de su vida, de quién da la mayor propina por una pelada, de quién puede ayudar a niños con cáncer al igual que invierte en una botella de champaña con precios que ni los marcianos en Marte podrían asumir.
Así andamos dentro de la estratosfera del cosmos chopístico nacional: mareados.