El concepto “chopo” duele, molesta, asusta.

Desde su invención en los 70 hasta este primer cuarto del siglo XXI fue el concepto burgués por excelencia para denigrar a los de la clase media para abajo. Y ahora que hay una deriva fundamentalista en cuestiones léxicas, cuando el lenguaje inclusive nos sumerge en ciertos niveles de bipolaridad, porque si bien acentúa un déficit semántico al mismo tiempo intensifica un régimen único, cuasi autoritario en el decir.

Recordemos que los conceptos van mutando, como las sociedades. Comparar el diccionario de Nebrija con el de María Moliner traería océanos de asombros. Por ejemplo, la palabra “gaucho” en Argentina, que como nos explica Beatriz Sarlo, “significaba, hasta casi fines del siglo XIX, vago y mal entretenido. Cuando llegaron los inmigrantes italianos, la palabra "gaucho" rápidamente cambió el significado y pasó a ser quien te hace una "gauchada", un favor, quien tenía la mano abierta”.

En la sociedad dominicana van escaseando las palabras. Como consecuencia, proliferan los sociolectos. La población está más interesada por recortar frases palabras sin saber después qué hacer con el “tiempo ganado” en esas exclusiones, generando menos diálogo, contoneándose en ese lenguaraje populista del klk y el tá tó.

Llegamos entonces al concepto “chopería”, que según mi interpretación, consiste en esa cultura de la hibridación donde esos hábitos de la pobreza se remachan sobre márgenes de bienestar generando ese particular “kitsch” tropical, esa combinación tóxica entre antiguos déficits y actual derroche. Estado y/o situación, la chopería, dicha así sin comillas, ha llegado para establecerse como la espina dorsal del país dominicano. Del “todos tenemos un primo en el Canal de la Mona” del poeta Homero Pumarol hasta “todos somos chopos”, del artista visual Raúl Recio, la conseja va por el mismo sendero: a reconocernos en esos valores triunfantes, que al no ser reconocidos triunfan aún más, porque combaten en nuestro imaginario sin asumirse uno en sí mismo.

Hagamos un poco de descripción o tal vez de caricatura, con un guiño cariñoso para Tahira Vargas…

El “chopo” está muy lejos de la mesura, el recato, el pensamiento propio. Viviendo en un afuera obsesivo, su obsesión por el reconocimiento es demostración de sus grandes insatisfacciones.

¿Fue previsto el chopo por Robert Venturi y Gilles Lipovetsky? ¡Atención! De seguir la ruta de Learning from Las Vegas” (1972) del primero, y “La Era del vacío” (2005), del segundo, encontraríamos muchísimas claves para definir este aspecto crucial de la dominicanidad. Y si a estos autores le agregamos como postre “Papi” (2005), la novela de Rita Indiana, entonces no necesitaremos lentes de contacto.

Cuerpos, indumentarias, gestos, corporalidad, todo es una “marca” movida.

El chopo sólo vive en lo visual, en la demarcación de un territorio, en un plano donde solamente existen las variables “subidas” y “bajada”. El chopo habla con la boca llena, usa sus dedos como herramientas públicas, para molestias en el cuerpo o detalles gastronómicos.

El chopo se parece a los maquinotrones de Soucy Pellerano: aunque está atado a una tierra, tiene que dar la sensación de que en algún momento despegará hacia el idilio de algún Salomón en la tierra de los Salmos.

Para el chopo su auto es una carroza, su cuerpo un homenaje a la animalidad en ambientes contrarios. El chopo siempre se está defendiendo, aunque su mirada felina trate de escabullirse de algún filtro para elefantes.

El chopo viste con más colores que una caja de crayola aunque confiese que no quiere llamar la atención. Domingo Bautista podría considerarse como el Sumo sacerdote de la ropería chopa, lo cual no deja de tener sus grandísimos encantos, e incluso, de mi parte, la mayor reverencia. Si fuera por mí, le ofrecería una corona en Chavón, pero sabemos que en este país ya no dan coronas, ni siquiera en los cumpleaños de Burger King.

El chopo habla y gesticula más que Maikol Miguel, aunque debo también confesar que MM es el único que confiesa su amargamiento dentro de esos escenarios. Pero así es la vida, que “tampoco es un edén”, según el filósofo Julio Iglesias.

Los chopos han conquistado los espacios radiales de la mañana, la tarde y hasta los sueños. La noche, por suerte, todavía no, porque ahí ya están bajándose cualquier cosa y ensayando para el día siguiente, además porque no hay que exagerar. Aunque tampoco se descuiden: Jochy Santos tiene todas las herramientas divinas de la consagración chopa, desde “El mismo golpe” o cosa parecida, hasta su programa de los martes en el canal 9, la pasarela por excelencia del jolgorio chopístico nacional. Raymond y Miguel nos martillean siempre con sus relumbres de niños pobres ahora convertidos en diamantes, un humor chopo que mira atrás a la pobreza con ingenio y desfachatez. Lo que en el humor de los años 70 fue motivo de burla gracias a Boruga y Milton Pelaez, en estas alturas del siglo es la pesadilla de la nueva clase media, mediana y mediática del Polígono.

Si buscamos un marco histórico preciso, aventuraría la idea de que la chopería comenzó con su indetenible curso en 1978, con el ascenso de un presidente antichopo: Antonio Guzmán. Aquella borradura de doce años de Balaguer trajo como consecuencia la mismísima neo-balaguerización del país dominicano, hasta hoy. El PRD se sirvió a gusto de todas las mesas y el pueblo acabó derrotándose a sí mismo en 1986, con el vuelve y vuelve balagueriano.

El primer pistoletazo de que los “pobres” estaban tomando culturalmente el poder fue el éxito de “Pena”, del añoñaíto Luis Segura, en 1982. Ahí comienza el paso avasallante de la bachata, luego consagrado universalmente por Juan Luis Guerra en una vertiente “en buena onda”, aunque luego Romeo Santos y “Aventura” volvieran a los tradicionales carriles.

Concluidos los diez años del segundo Balaguer en 1996, los antiguos “cadenuses” e “innovadores” fueron integrándose en el vendaval del río chopense. La Era Baninter consagró a través de la figura de Sammy Sosa y “todas las posibilidades” y sus cumpleaños más que hollywoodenses la Era Glacial de la Chopería en la que ya estamos viviendo.

Lo que la sociología clásica denominaba como populismo, la menos parsonsiana y neo-weberiano -en la que muy orgullosamente me he inscrito- de seguro que entiende a la “chopería” como una categoría lo bastante consistente como para interpretar este momento.

¿De qué momento hablamos? ¿Qué es el momento chopo de la política, por ejemplo?

Cuando la política deja de ser el escenario de las ideas para convertirse en el de representaciones sin contenidos sustanciales, con sólo el “cómete este pescadito para entretenerte”, eso es chopería: la adherencia al líder porque este demuestra populachería, “identificación” con el pobre, con la pobreza de su lenguaje, sin que medie la intención honesta de un diálogo.

La chopería sólo genera monólogos, porque lo que media a los actuantes es el efectismo, no la convicción. Se pulsea con la fuerza, el poder, la obsesión por ser más pueblo que el plátano vacío, y así, al final, la democracia se reduce, porque entonces yo puedo manipularte por tus carencias.

Son muy poliédricos los espacios y las esferas de la chopería. Podríamos caer en una suerte de casuística o amplio anecdotario, lo cual no es la intención lógica de ningún artículo de periódico digital, como es este.

La chopería está aquí. Recuerdo una serie de televisión de mi infancia, “Los invasores”, con la misma frase: “Los invasores están aquí”, de manera que cualquiera persona con un problema en el meñique era propensa a ser enclaustrada en tal concepto.

Reconocer la chopería no debería ser síntoma de escarnio o de ofensa. En algún momento se integrará a la sociología, a la antropología o a las ciencias humanísticas en general.

La chopería definitivamente está aquí. Hay muchos temas pendientes: la corporalidad del perfecto chopo en los buffets, el cómo comportarse debidamente según los códigos choperiles de los pueblos, en especial los cibaeños, etc.

Pero no se ofenda el lector o la lectora, que la chopería existe como la gripe, los huracanes o hasta la misma figura de Satanás. ¿Se imagina algún ser humano un mundo donde no hubiese ninguno de estos factores que alteran el equilibrio? Yo no. Tal vez algún chopo, o anti-chopo o no chopo o pos-chopo me ayude con semejante camino de Damasco y me salve de mis miserias.

Amén.