El poeta, crítico y dramaturgo francés Théophile Gautier (1811-1872) escribió 1834 la novela epistolar Mademoiselle de Maupin, en cuyo prefacio expone la teoría del arte por el arte. En pleno auge del Romanticismo, tal concepción estética representó una ruptura con los jóvenes y extravagantes poetas del Pequeño Cenáculo al que pertenecía. Estos emulaban la imagen del artista atormentado, de palidez cadavérica, devorado por la pasión y los remordimientos, al estilo de Byron. Gautier rescataba en esta novela el hedonismo de la Grecia antigua, la celebración de la vida, el goce estético y la persecución de la belleza, no sólo de la naturaleza, sino de las creaciones humanas.
Si en Armancia, de Sthendal, publicada1827 ⸺a la que ya me he referido en esta serie⸺, el autor exponía la imposibilidad de una felicidad total en el mundo y su protagonista femenina trágicamente renunciaba al amor para resolver sus dilemas, Mademoiselle de Maupin simboliza el paso de la erótica a la estética, de la carne ideal al ideal de la carne, como principio vital. Aquí las dudas confunden al sujeto, bien sea femenino o masculino, en su relación con el cuerpo y la identidad sexual.
Alberto, poeta enamorado de un hombre en quien intuye rasgos femeninos, busca a la mujer cuyo misterio pretende desentrañar. Su ideal parte de una personal noción de belleza y los modelos no se encuentran en el mundo real, sino en el arte. Además, al realizar su deseo, experimenta el hastío, lo que lo lleva refugiarse en la contemplación de la naturaleza y de las formas artísticas. Su deseo suele despertar bajo imágenes femeninas con las que quisiera fundirse para completarse como andrógino.
Del mismo modo, la joven Magdalena de Maupin se siente incómoda en el encorsetado papel de mujer. Como hija de una clase elevada ha sido cuidadosamente educada y protegida para no saber ni sospechar nada de las quimeras que podría padecer. Su destino es casarse con un hombre, pero sospecha que los pretendientes no son lo que aparentan. Al contrario, se presentan ante las damas con una máscara, con sentimientos y lenguaje convencionales.
Para conocer a los hombres, la señorita de Maupin decide adiestrarse en las prácticas masculinas, la esgrima, la caza y la equitación. Prescinde del mundo femenino, de sus intrigas y complicidades, o de la necesidad de parecer hermosa. Aprovecha que la muerte del único pariente vivo la deja completamente libre. Puede lanzarse a la aventura de conocer el mundo masculino disfrazándose de hombre, antes que echarse un amante, ya que se siente incómoda en el papel de mujer y busca ser con otra identidad.
Bajo el nombre de Teodoro, Mademoiselle de Maupin, monta en su blanco corcel e inicia la aventura de descubrir los secretos de los hombres. Al anochecer se detiene en una posada donde coincide con un grupo de jóvenes vinculados a la Corte, aparentemente bien educados, con quienes bebe y charla, incluso debe compartir la cama con uno de ellos. Al escucharlos hablar se asombra del lenguaje soez y de su comportamiento poco decoroso. Unos se jactan de tener todas las amantes que quieren; otros intercambian tácticas para procurarse queridas; algunos ponen en ridículo a sus amantes. Estas actitudes evidencian la brutalidad y la furia con la que algunos se vengan de tener que humillarse para obtener el favor de las damas.
La obra, que empieza con una celebración del amor como exaltación de los ideales de la antigüedad clásica, adopta la forma de una comedia de enredo, en un capítulo en el que los protagonistas interpretan Cómo gustéis, de Shakespeare, que aporta las claves de la trama con elementos de la novela pastoril: por un lado la vida cortesana, por otro la naturaleza y, entre una y otra frontera, el juego amoroso que se convierte en un excitante intercambio de identidades. Magdalena es Teodoro en la aventura de desenvolverse entre los hombres como uno más pero, a la vez, representa a Rosalinda, quien en la obra de Shakespeare pasa por ser Ganimedes.
Lo novedoso de esta novela de Gautier, además de la exposición de sus ideas estéticas, referente para muchos poetas, entre ellos Baudelaire, es el desarrollo de la conciencia femenina que reivindica su renuncia a los hábitos impuestos a su sexo (callar, obedecer, bordar, sentarse recatadamente y hablar con una vocecilla aflautada) para dedicarse a lo que más le gusta, la actividad física que le exige esfuerzo y la libertad de salir a conocer el mundo. Su objetivo, según afirma, era emprender un estudio concienzudo del hombre y encontrar el “amante perfecto”. Pero mientras Alberto busca la belleza física, Magdalena persigue la del alma, sin pretender la posesión de la persona amada. En su concepción del amor coincide con Armancia, el personaje de Stendhal; al fin y al cabo, ambas son hijas del Romanticismo para quienes el amor se concreta en entrega y sacrificio.
En este juego de identidades, Magdalena concluye que pertenece al “tercer sexo”, que no tiene nombre ni es inferior ni superior, ni más ventajoso ni menos desventajoso. Poseer el cuerpo y el alma de una mujer, el espíritu y la fuerza de un hombre, un poco o mucho del uno o de la otra: la conciliación de contrarios que Magdalena resuelve en el acto amoroso, para dejar atrás a quienes ama (a Alberto, su complemento, y a Rosita, espejo donde se mira) y seguir su aventura en solitario. Pero, como el propio Gautier aclara en su célebre Prefacio a esta obra, la novela no pretende ningún fin utilitario, pues se podría prescindir de la literatura mas no de otros bienes de consumo. Sin embargo, el novelista bien puede sacrificar la vida por su obra.
Consuelo Triviño Anzola en Acento.com.do
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