Que desde el inicio de los dos primeros versos hasta el final de los últimos cuatro, el connotado poeta José Enrique García encuadre, en su poema “La tierra, sitio de estar”, sus vivencias a través de una rígida estructura determinista, conlleva a colocarnos no sólo en una encerrona concerniente a cada evento humano, sino que también pone a prueba la omnisciencia de Dios en cuanto a dictaminar, de antemano, nuestro destino.

La tierra, sitio del hombre

lo que se sueña, tal vez lo que se piensa

Precisamente, entre las paredes sórdidas y dominantes de los dos bloques de versos, el poeta despliega los anhelos, “lo que se sueña”, y las reflexiones, “lo que se piensa” aquí, en la tierra, recinto que pisamos, “no otro sitio”, donde cada individuo, atrapado, trama su tragedia, “teje su drama”, sin que pueda separar una sola brizna, “un solo hilo” de los que heredamos en el parto. 

Es la tierra, no otro sitio,

donde cada hombre teje su drama

sin que pueda desviar un solo hilo,

                de los dados al nacer.

 Entonces deviene, en el referido encierro de los implacables muros, el concierto de imágenes y acontecimientos de la experiencia vital. Resultados todos al margen circunstancial del acecho y, por lo tanto, “abiertos…a la mirada” del óculus, artilugio éste aledaño y lejano en su aspecto ojeador de la polvareda originaria, el brote de las madrugadas, el volumen extenso de las aguas y el fango, serranías, llanuras y baldíos.

polvo donde los pies se afirman

entre las albas, diariamente.

Espacio vasto de agua y lodo,

Montañas y planicies, estepas:

abiertos ámbitos a la mirada…

Tan cercana y distante, y tan la misma.

En un espléndido entretejido de la naturaleza y el hombre, el poeta se remonta, en el contexto anidado del encaje, a un mundo, lugar, sitio, o “asiento” del linaje manifiesto como “arcilla”, y al que el tiempo muda, dilata, “prolonga”, echando “raíces” absorbentes de fragancias, légamos, y la intermitencia, inherente e ineluctable, entre lo quebradizo y lo duro, las florescencias y las quiebras de la existencia humana en medio del conflicto entre el libre albedrío y el destino.

Aquí el mundo, el lugar, el sitio,

asiento de los pueblos,

arcilla que el tiempo nos prolonga

en raíces de aromas y de musgos,

en frágiles hierbas, y en legendarios robles,

a veces con entusiasmadas floraciones;

y otras veces con ruinosas ruinas.

Dibujo de José Enrique García, por Luis Ernesto Mejía.

La tierra, sitio de estar

 

La tierra, sitio del hombre

lo que se sueña, tal vez lo que se piensa,

polvo donde los pies se afirman

entre las albas, diariamente.

Espacio vasto de agua y lodo,

montañas y planicies, estepas:

abiertos ámbitos a la mirada…

Tan cercana y distante, y tan la misma.

Aquí el mundo, el lugar, el sitio,

asiento de los pueblos,

arcilla que el tiempo nos prolonga

en raíces de aromas y de musgos,

en frágiles hierbas, y en legendarios robles,

a veces con entusiasmadas floraciones;

y otras veces con ruinosas ruinas.

Es la tierra, no otro sitio,

donde cada hombre teje su drama

sin que pueda desviar un solo hilo,

                de los dados al nacer.