Que en el prolegómeno lírico de la obra Recodo, “Fragmentaciones”, el primer poema asista a la cimentación originaria de la Tierra, “inicio único”, y que el último presencie la mengua inexorable del verde y azulado planeta, “aquel orden de la vida se trastorna”, el poeta dominicano de la imagen o la memoria palpable, José Enrique García, nos invita a observar un pronóstico sombrío a menos que, “tras de un nuevo esfuerzo de los dioses”, volvamos al redaño “de unos límites violables”, aunque complejos y difícil de aprehender, para levantar otros objetos, crear demás espacios y mandamientos en un nuevo trance de la creación divina.
Y es que esa interpelación convocante de “Fragmentaciones”, inicial y postrera, constituye la preocupación sustancial y embate de la retentiva tangible del poeta vinculada a esa “primigenia superficie” que había empezado dando tumbos de ruptura, “ajena al tiempo prolongado”, hasta atravesar, en su lento desmorono, “nada temporal recuperable”, los flujos migratorios, inherentemente inciertos, de los subsiguientes versos, y así, en astillas, finalmente colapsar “al verse el hombre cercado por sí mismo / y por los otros”.
Uno de los más profundos desconciertos existenciales en que vivimos, a partir del lúgubre arranque de las líneas inaugurales del poema, “Desnudo el mundo”, responde a ese íntimo y absoluto pesimismo e incertidumbre emparentados, ambos, a la que pisamos, seca, y que Dios llamó Tierra, “tal vez la última”. La misma que “Fragmentaciones” evoca, en términos de aniquilamiento mutuo, como un obsequio temporal, inútil y arriesgado. Augurio sombrío billones de años en el futuro, en lo inmediato, quizás mañana, de la antediluviana arcilla y “las raíces del sueño / la certeza de la noche” de ese hombre brutal en su día al que será llamado a Juicio.
De hecho, aquí, en el Recodo, maquetado, “Todo joven…Nada adulto, agua, y sol y cielo”, empezará la resquebrajadura prematura y total a partir del tiempo “presente” como “única temporalidad tocable” y que, inevitablemente, dará al traste con “los anales del recuerdo / borradas las señales del principio”. Así las cosas, ese universo de existencia concreta y juego del azar maldito entrará en un tambaleo apresurado que dejará “plano el rostro de las cosas…sin huellas las superficies”. El ensaño y el depredo agrietará, igualmente, los “labios…los besos…la sonrisa…el caminar”. Además, “la vejez”, en circunstancias tales, importaría ya poco. Incluso, “hasta Dios”, asimismo, entraría en la fórmula, incógnita, de todo lo que vive, se degasta y muere.
Paso a paso, en los efectos de su andadura, el poema “Fragmentaciones” habrá de recoger, en el día a día, los múltiples aconteceres de las vivencias cotidianas, “bestiales desnudeces…la sangre en deseosas huidas”, que, eventualmente, entrarían en el expediente de sus propias “agonías”, disueltas, o posiblemente extendidas a “otros cuerpos”, enseguida las “criaturas amantes” apercibieran, irreversible, “todo agua / voz y el tiempo / agua envejecida / confusa de orígenes…larvaria…turbulenta…” Y como cada rastro y movimiento algún día acabará junto al costado de este fragmento azul verdoso, habría que “reiniciar las fundaciones…” recurriendo al mismo Creador también “hecho agua”, rogativa oscura y helada, apuntalada y reiterada al cierre de los versos terminales, “para construir otra cosa / otra aldea / otro orden…”, aunque sea en los predios de la duda, socavando la idea de Dios y sus designios.
Precisamente, “cosa…aldea…orden” que, en el transcurso o devenir prístino de la Tierra, irrumpe en sus fundamentos “desde las aguas” precursoras. Cada temporada inicia “el trabajo de verla florecer” hasta el despliegue de su edad adulta, “crecer en sangre y aconteceres”. Asimismo, el prolífico desagüe de los partos, “el humo de los alumbramientos…en las distancias”, a lo largo y ancho de todo paradero, confines habituados y “la luz de las palabras [y] los actos de la…carne” surgidos “de la antigua voz del barro”.
¡Ah!.. Luego acaece el desenlace del oráculo que acechaba a los apóstatas de Dios cuando a éste lo impugnaban, perdiéndose, así, “la armonía de las horas / la labor de las manos / y las lluvias” bajo una bruma apocalíptica de cenizas, tenebrosa, misteriosa y fría. De pronto, “aquel orden de vida se trastorna” en los huecos recónditos del alma, “perdida la memoria”, o en los frágiles recodos del poeta.
Fragmentaciones
1
Desnudo el mundo
la tierra,
-tal vez la última-
desnudas sus criaturas
y elementos…
Ahí, todo aún virgen,
quietas las cosas, extrañas las urgencias
Imperceptibles ritos, los quehaceres cotidianos
que enhebraban días y noches…
Inicio único,
Lineal
en una primigenia superficie
ajena al tiempo prolongado…
2
Todo joven, aún,
isla, tierra
las raíces del sueño
la certeza de la noche
el advenimiento de la mañana.
Nada adulto, agua, y sol y cielo,
el fuego y el viento; las dos albas
como las criaturas que nacen y permanecen
con una misma entidad
por la voluntad de los dioses.
3
Perdida la memoria,
ausentes los anales del recuerdo,
borradas las señales del principio,
nada temporal recuperable,
lo nuevo y lo antiguo, confabulándose,
el presente, única temporalidad tocable;
y así, plano el rostro de las cosas,
sin huellas las superficies,
jóvenes los labios, los besos siempre,
la sonrisa, el caminar, todo,
hasta Dios…
La vejez, no solamente,
Obra del tiempo…
4
En la isla,
las criaturas amantes
se violan unas a las otras
en bestiales desnudeces,
muerden los labios, los vientres,
y la sangre en deseosas huidas
cae sobre las hierbas,
sobre las ramas…
Como todo acontecer,
al final, las agonías se diluyen
o tal vez se prolongan en otros cuerpos
diferentes, y los mismos…
5
Ellos lo advirtieron;
todo agua,
voz y el tiempo
agua envejecida
y tumultuosa…
Agua confusa de orígenes,
agua piel de musgo,
germinal y larvaria
fluida y turbulenta…
Agua, agua, todo agua.
Vieron o soñaron
a Dios hecho agua,
y esperaron por Él
para reiniciar las fundaciones…
6
Un día soñaron esta tierra,
y no hubo que tejer el tiempo,
el origen surgió desde las aguas:
y entonces todas las estaciones
iniciaron el trabajo de hacerla florecer.
Promontorio que ante sus ojoes
Comenzó a extenderse y a elevarse,
a crecer en sangre
y en aconteceres
hasta sentirse adulto
como sus predecesores aguas.
7
Y el humo de los alumbramientos
se disipa en el horizontes,
en las distancias,
en las direcciones múltiples.
Ya no era sueño,
de la antigua voz del barro
nacían las articulaciones,
la luz de las palabras,
los actos de la indecisa carne.
8
Y de pronto
Aquel orden de vida se trastorna,
al verse el hombre cercado por sí mismo,
y por los otros,
y maldice al dios que lo engendró
con unos límites violables.
Las costumbres,
la armonía de las horas,
la labor de las manos
y las lluvias
reducidas al olvido…
Y la obra del mismo creador
Pierde el favor de sus admiradores,
Entonces habrá que ir
Tras de un nuevo esfuerzo de los dioses,
Para construir otra cosa,
otra aldea,
otro orden…
Luis Ernesto Mejía en Acento.com.do