Durante el otoño de Chicago tuve el gustazo de caminar con Jochy Herrera por los jardines de la Universidad de Illinois en Chicago. Una tarde como para degustarla y guardarla. Entre una multitud de temas recuerdo que le comenté la discusión que habíamos sostenido con mis estudiantes de filosofía la mañana de aquel día. Resulta que incluso entre lo cotidiano puede uno rebuscar algún detalle que nos entregue el fuego necesario para salir adelante. Fue así como terminamos hablando de Descartes y el reconocido Pienso, luego existo. Uno de mis estudiantes, Colin Mitchell, había resaltado que, aunque la frase es común, en verdad la misma se hace más interesante cuando la estudiamos en su plenitud: Dudo, pienso, luego existo.
Dubito, cogito, ergo sum. Duda y pensamiento como elementos correspondientes, complementarios y fundamentales para el arte de la conversación, y a pocos conozco yo que hagan esto mejor que Jochy Herrera, quien en su escritura pone en práctica el hábito de la duda y el valor de la pregunta. En sus indagaciones, conversa con textos más allá del tema primario, comulgando sin complejos entre Wikipedia y Roland Barthes. Se refugia en estudios de artes plásticas mientras expande señales esotéricas en tratados de contundencia científica con gestos y delicadezas que solo pueden ser atribuidas al ámbito de lo poético.
En esta ocasión me refiero a De los objetos y el entorno, editado por Carlos Roberto Gómez Beras de Isla Negra y con fotografías de Sergio Beras. De manera atinada, Jochy Herrera plantea la tesis de que los objetos, más allá de lo trivial, asedian nuestro entorno en una fórmula del Serestar. En donde SER, aplicado al objeto, es igual al reflejo del entorno, mientras que el ESTAR, otorga sentido al objeto en tanto al lugar del mismo en el mundo, o fuera de este.
A través de una deliciosa y profunda polifonía, Herrera conversa armoniosamente sobre una serie de objetos a simple vista comunes, como el espejo, los relojes o las prendas de vestir. Esto da fe a lo que dice al iniciar el texto, ya que el objeto para él no tiene que ser extraordinario, solo basta con que “haga referencia a un elemento capaz de ser percibido por los sentidos, a distinción de lo subjetivo, de aquel que percibe”. En este sentir, mientras más cotidiano o cercano sea el elemento, más brillante será la poesía que de él emane. Ahora bien, para acceder a esa poesía, debemos indagar, meditar y reflexionar alrededor de la interacción del objeto con el entorno, que en palabras de Jochy, es lo que “constituye todo lo que rodea a los seres vivos e inanimados incluyendo el medioambiente, conceptualización que podría aplicarse además al mundo de la informática, las ciencias biológicas o cinluso el campo de las matemáticas”.
Entre los objetos escogidos por el pensador para debatir en este luminoso texto destacan el dinero, los relojes, la rueda, la ropa y los espejos. La importancia, y la belleza, de esta disertación es cómo Jochy Herrera conjuga estos objetos con el espacio, la historia y el tiempo. Más allá de un mero catálogo de la cotidianidad y sus trampas, la importancia de este texto radica en las maniobras de uso y las posiciones que toma el pensador para asediar estos objetos y ponerlos a interactuar con dudas, pensamientos y teorías. En tanto al entorno, es memorable lo que realiza el escritor al dedicar un espacio para hablar de la majestuosidad de las nubes o de la ciudad de Nueva York antes y después de los sucesos de aquel fatídico once de septiembre del 2001, en donde la ciudad es entorno y objeto, a la vez.
Es así como a través de estas páginas, Jochy Herrera nos seduce armado de ciencia, técnica y poesía, para proponer un dulce conflicto entre filosofía, historia, cotidianidad y bellas artes. Me atrevo a afirmar que su tesis es una de las tareas de la ontología. Etimológicamente, el término ontología se deriva del griego on, del participio presente del verbo einai, que es equivalente al verbo Ser. Literalmente, por tanto, “ontología” se refiere al ser, siendo. Por lo que cuando Herrera atiende al entorno y los objetos que le habitan, entra en un cuestionamiento y diatriba de la que se desprende el siguiente enunciado: los objetos son en la medida en que los mismos están en el entorno. Si acudimos a uno de los muchos ejemplos que esgrime en este libro, cuando Jochy habla del dinero se refiere al objeto como tal, pero nunca distanciado o divorciado del papel que juega el mismo entre nosotros, o sea, observa las maneras de ser y de estar de el dinero como objeto en nuestro entorno. Dice Herrera sobre la biyuya: “La filosofía moderna ha facilitado la comprensión del concepto dinero desde perspectivas que van más allá de su naturaleza de valor meramente instrumental, es decir, de estamento dotado de funciones económicas propias, enfatizando con ello sus simbolismos y rasgos socio-filosóficos. Entre los últimos, aparecen lo calculable, la racionalidad y la impersonalidad, características también comunes a las economías de mercado en su sentido más amplio”.
En estos momentos de tribulación, en donde lo fácil es perder la esperanza, la lectura de Jochy Herrera es una conversación que asedia lo trivial y nos acerca al mundo que rodeamos con nuestro ser, reflejando el entorno y en el estar, que nos hace otorgar sentido práctico, histórico y filosófico a nuestro devenir. Cuando digo historia no me refiero al pasado, ya que Jochy, cuando nos habla de los problemas socioambientales, por ejemplo, también propone que la historia es un arma cargada de futuro. Seamos amigos del mundo en que estamos, dice el poeta, y luego remata citando a un luminoso y atormentado Kafka, “En la lucha entre tú y el mundo, defiende al mundo”.