Mi abuelito, mi tío Francisco y mi padre, José Manuel Tejeda Valera, eran zapateros en un barrio popular de Baní. Papá se graduó de bachiller, consiguiendo de inmediato ser nombrado profesor en el pequeño poblado de Las Calderas, convirtiéndose en su primer maestro, en las cercanías de la recién creada Base Militar de la Marina de Guerra en la década de los cuarenta, teniéndose que ir a vivir a esta comunidad con su familia. Pequeño, conocí las Dunas y el patio de la casa estaba que lleno de arena y aceitunos.
Con sus ahorros, papá regresó a Baní y en un extremo del pueblo, organizó un colmado que quedó del lado del legendario y simbólico barrio de Villa Majega, donde viví varios años. Cuando comencé a ponerme pantalones largos, un día papá me llamó a un cuarto de la casa y me dijo muy pausadamente: “Hijo mío. Te he guardado por mucho tiempo este baúl que es mi tesoro”. Lo abrió lentamente y ¡estaba lleno de libros! ¡Papá era un lector incansable!
Allí estaba la “Historia Dominicana”, de Don Antonio del Monte y Tejada, escrita en 1890; “Introducción a la Historia de Santo Domingo” de Fidel Ferrer, publicada en 1912, “Reseña de la República Dominicana”, editada por la Secretaría de Fomento y Obras públicas; “Recopilación de los Juegos Florales de La Vega Real” celebrados en 1924”, “Cotúi: Lo que es, lo que fue y lo que puede ofrecer”, de 1935; una conferencia de Rafael Damirón “Nuestro Sur Remoto”, de 1938; “Apuntes sobre límites, División y otros datos de la común de Imbert”, escrita por Alfredo Reyes en 1942; “Historia de la Concepción de La Vega”, escrita por Guido Despradel Batista, en 1938; folleto de Fredy Prestol Castillo sobre “Paisajes y Meditaciones de una Frontera”, editado en 1943.
“Descripción sobre San Cristóbal”, preparada para la Exposición Universal de París en 1889; “Historia de la División Territorial (1894-19439)”, escrita por Don Vicente Tolentino Rojas, con motivo del Centenario de la República y entre otros, “Reseña Histórica de Baní”, publicada por Joaquín S, Inchausteguí, en 1930.
Devoré sin hacer pausa, con curiosidad extrema, la Reseña de Inchausteguí, porque para mí era una revelación fascinante la historia de mi pueblo. Entonces sentí curiosidad por la de otros pueblos, produciendo en mí una pasión por las historias locales. Comencé a investigar, buscando en todos los lugares que visitaba y en 2016 mi colección llegaba a 385 libros y folletos sobre las realidades locales a nivel nacional, las cuales doné al fondo bibliográfico del Centro Cultural Perelló, a disposición en la actualidad para todos, incluyendo adicionalmente 355 números de la Revista Páginas Banilejas, y 34 libros sobre la vida y la obra sobre el Generalísimo Máximo Gómez, históricamente el más ilustre de todos los banilejos.
Las historias locales, así como aspectos específicos de sus realidades, son siempre expresiones del amor por su terruño, de su orgullo de pertenencia, escritas más con el corazón que con la razón. Normalmente son crónicas nostálgicas, con testimonios personales, de un pasado que es siempre presente, sin rigores académicos-científicos, con algunas excepciones, como por ejemplo la “Historia de Matanzas” del sociólogo Héctor Bienvenido Melo, ido a destiempo o la “Historia de Santiago”, del joven historiador Edwin Espinal.
Pero tienen la importancia y la trascendencia de aportar aspectos particulares, que están ausentes en las macro historias, contribuyendo de esta manera a completar la historia global, dándole niveles de especificidad, que incentivan al orgullo local.
Incluso, diversas investigaciones de investigadores e intelectuales, tomaron como su universo a barrios de varios pueblos, muy especial de la Ciudad de Santo Domingo como por ejemplo, “Una Obra de Progreso” por S. Azor, “De Soslayo”, de Rafael Damirón, “La Misericordia y sus Contornos”, de Francisco Veloz, “Villa Francisca”, de su hijo, Marcio Veloz Maggiolo y últimamente en el 2020, “Indigenismo, Carnaval e Identidad en Dominicana”, de Dagoberto Tejeda Ortiz, que es la historia de la comparsa de carnaval de “Los Indios de San Carlos”, fundada en 1942, con un teatro callejero, cuyo contenido es único en el Caribe y América.
Con esas preocupaciones, en 1974, hace 48 años, escribí “Mana, Movimiento Mesiánico Abortado”, un libro que recoge la historia de Bibiana de la Rosa, una legendaria curandera en las montañas entre San Cristóbal y Baní, luego “Cultura y Folkore de Samaná”, una recopilación de varios autores sobre su historia, su cultura y su evolución.
Con el tiempo, Dagoberto Tejeda (algunos con otros autores), ha publicado el libro sobre “San Juan Bautista y la “Sarandunga de Baní”, “Economía y Carnaval en la Vega”, “Chuines, Boleros y Sarandunga en Baní”, “El Folkore, la Gastronomía y la Identidad de Samaná”, “Historias locales y la Historia Nacional”, “El Almanaque Folklorico Dominicano”, el “Calendario Folklorico Dominicano” y “Festividades de la Cultura Popular Dominicana y Símbolos Nacionales”. Además, “Economía y Carnaval en La Vega”, “Interrogantes del Carnaval Vegano: Tres versiones”, “El carnaval Domiciano: Antecedentes, Tendencias y Perspectivas”, donde hay una descripción de todos los carnavales locales.
En el 2017, por iniciativa y con la coordinación de Dagoberto Tejeda, la Dirección General de Cultura de la UASD, aprobado por el Consejo Universitario, fue celebrado un “Encuentro Nacional de Historias Locales”, con historiadores pueblerinos, investigadores, estudiantes y profesores, con ponentes de calidad y prestigio, como por ejemplo, el historiador, maestro, Frank Moya Pons.
Reiteramos, la importancia y la trascendencia de las historias locales, como expresiones que complementan y enriquecen las macro historias, haciendo más completa y atractiva la historia nacional.
A pesar de eso, es una gran pena que la enseñanza en las escuelas y colegios, ni siquiera en las universidades, contemplen en algunas carreras la enseñanza y divulgación de las historias locales, sobretodo en sus extensiones, con la cuales habría un mejor conocimiento nacional y para contribuir a estimular un mayor orgullo por sus pueblos.