Mamen Horno Chéliz: “Tener mucho léxico nos ayuda a ser más reflexivos, a comunicar mejor y a afrontar el paso del tiempo y la enfermedad”.
Un cerebro lleno de palabras (Plataforma Editorial, 2024) se publicó en febrero del presente año y en apenas cuatro meses suma cuatro ediciones. Sin dudas, está dando mucho de qué hablar esta obra de María del Carmen (Mamen) Horno Chéliz, doctora en filología hispánica y vicedecana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza, España.
En 180 páginas, esta autora habla, mezclando acertadamente el rigor del dato con la amenidad de la exposición, sobre cómo se guardan y se pierden las palabras, la importancia de tener un lexicón amplio, las ventajas insospechadas de la ambigüedad léxica, las limitaciones del cerebro para el pensamiento abstracto, o para que sirven, en definitiva, las palabras.
La he entrevistado acerca de esos y otros temas a propósito de la conferencia Un cerebro lleno de palabras que ofreciera a los miembros y relacionados de la Asociación Profesional de Directores de Comunicación de la República Dominicana (ASODIRCOM).
LMG. Uno tenía la idea de que las palabras estaban en “una cajita” del cerebro, disponibles para nuestro uso, según necesidad y circunstancia; pero usted nos muestra en su libro que las palabras son más bien conexiones, redes neuronales; explíquenos esto.
MHC. La verdad es que a veces los resultados de laboratorio contradicen nuestras intuiciones. Contra lo que podríamos creer, la memoria humana no funciona como una “caja de caudales” en la que se guardan y se recuperan recuerdos. Por el contrario, recordar un evento consiste en volver a producir las conexiones neuronales necesarias para revivirlo mentalmente (y por eso, porque recreamos y no recuperamos, es que a veces la memoria nos engaña). Del mismo modo, traer palabras a nuestra consciencia implica poner en funcionamiento un conjunto de redes neuronales que las recrean.
LMG. Pero parece que, a su vez, las palabras entre sí también se organizan en redes.
MHC. Así es. Las neuronas que procesan las distintas palabras establecen redes también entre ellas, de tal modo que, si escuchamos o pronunciamos, por ejemplo, casa, aumenta la posibilidad de que acudan a nuestra consciencia todas aquellas unidades relacionadas (porque riman, como pasa, porque significan algo similar, como mansión o porque lo vinculamos por la experiencia, como familia). Nuestro cerebro está formado por redes neuronales y nuestra mente por redes de palabras.
LMG. La ambigüedad léxica suele gozar de mala fama; la condenamos, asociándola a un insuficiente conocimiento de la lengua que dificulta la comunicación o porque evidencia vaguedad en el acercamiento a un tema; pero en su libro, usted se refiere a un trabajo de Natalia López Cortés en el que la ambigüedad no sale tan mal parada; ¿cuál es esa ventaja que se le atribuye?
MHC. Las palabras ambiguas son especialmente eficientes, porque pertenecen a distintas redes de palabras y, por tanto, establecen relaciones entre ellas. Como dice la Dra. López-Cortés, son puertas o pasadizos que te permiten pasar de una red a otra y recorrer más rápidamente el diccionario mental. Además, tenemos que saber que no todas las palabras acuden con la misma rapidez a nuestra llamada. Algunas vienen muy rápidamente y otras parece que se nos escapan. En este sentido, las palabras ambiguas presentan una ventaja, seguramente porque las vías de acceso son mayores.
LMG. Las palabras son símbolos y al mismo tiempo materia, cuerpo; háblenos de este maravilloso proceso que asocia la palabra con la situación física a la que se refiere.
MHC. Para entender o pronunciar una palabra ponemos en marcha las redes de neuronas que se vinculan a su significado. Pongamos un ejemplo: para entender una palabra como correr utilizamos una red de neuronas motoras, que son las que nos permiten activar nuestras piernas. De alguna manera, procesamos la información con las neuronas que utilizamos para vivir. Me gusta decir que utilizar el lenguaje es simular que vivimos.
LMG. Los seres humanos no somos capaces de pensar en abstracto, nos dice usted en su libro; ¿cómo nos las arreglamos en estos casos?
MHC. Hasta donde sabemos, no tenemos redes neuronales específicas para procesar los conceptos abstractos. Por ello, para comprenderlos, los “traducimos” a experiencias más corporales. En nuestra cultura, el amor, por ejemplo, lo interpretamos a través de la experiencia de la temperatura (cuanto menos se ama, más frío se siente); el tiempo, a través de la experiencia del espacio (con los días que vienen o se van), etc.
Un lexicón rico y actualizado
El lexicón es el diccionario que llevamos en la mente y que nos permite hablar y entender lo que nos dicen. Lo vamos creando desde la niñez y Horno Chéliz recomienda que sea lo más amplio posible. Pero, ¿tenemos un lexicón para cada área de conocimiento, incluso uno por cada idioma que dominamos, o hay un lexicón único que se encarga de todo?
MHC. Esta es otra ocasión en la que los resultados del laboratorio contradicen nuestra intuición. Hemos estudiado la influencia que ejercen unas palabras sobre otras en esta red léxica de la que hablaba antes y hemos encontrado que es independiente de la variedad lingüística a la que pertenezcan. Por tanto, podemos decir que tenemos un único lexicón, que coloniza todo nuestro cerebro y que alberga todas las palabras que conocemos, sean de la lengua o la variedad que sean.
LMG. ¿Cuál es la importancia de tener y enriquecer continuamente nuestro lexicón?
MHC. Una red léxica más densa tiene múltiples beneficios: en primer lugar, nos permiten pensar de un modo más sutil, más certero. Por ejemplo, cuantos más términos de color conocemos, más capacidad desarrollamos para distinguirlos; en segundo lugar, contribuye a que las palabras acudan a nuestra consciencia con mayor rapidez, por lo que nos convertimos en mejores oradores; por último, permite que conservemos mejor nuestro vocabulario ante procesos neurodegenerativos. En general, por tanto, tener mucho léxico nos ayuda a ser ciudadanos más reflexivos, a comunicar mejor y a afrontar con más fortaleza el paso del tiempo y la enfermedad.
LMG. ¿Para qué sirven, en definitiva, las palabras: ¿para pensar, para comunicar, para interpretar?
MHC. Las palabras nos permiten fijar la atención. Por ejemplo, aquellos hablantes de lenguas que propician los verbos de “manera de moverse” (del tipo de cojear), recuerdan mejor el modo en el que se ha producido el movimiento. Además, aunque uno puede sentir y pensar sin palabras, el lenguaje humano es la mejor herramienta para un pensamiento profundo. Por otra parte, las palabras nos permiten comunicar mejor. Sin embargo, en la comunicación cotidiana, son insuficientes. De ahí que las combinemos con otro tipo de estrategias comunicativas: la expresión del rostro, el lenguaje corporal o incluso el tono de voz.
LMG. Finalmente, ¿Qué sucede con nosotros cuando las palabras se marchan, cuando el cerebro se queda sin palabras?
Hay distintas situaciones por las que las palabras dejan de acudir a nuestra llamada. A veces se trata del simple deterioro cognitivo propio de la edad (que afecta en primer lugar a los nombres propios); otras veces tiene que ver con procesos de migración prolongados, en los que se deja de tener contacto con la lengua materna y cada vez nos cuesta más usarla; por último, puede deberse a un problema más grave, como cuando se sobrevive a un ictus o se desarrolla un proceso neurodegenerativo. En todos los casos, la pérdida de las palabras provoca mucha inquietud y, en virtud de la gravedad de la afección, problemas de comunicación, de identidad e incluso de autonomía. Es muy importante cuidar la salud mental de las personas que presentan problemas de acceso léxico (también llamado anomia) y también es fundamental prevenirlos. Hay que asegurarse de que la ciudadanía tiene acceso a la cultura, para que todos podamos tener un cerebro lleno de palabras.
En Un cerebro lleno de palabras, la doctora Horno Chéliz intercala en el texto unas viñetas o recuadros sobre temas asociados al asunto central del libro y que refuerzan su intención divulgativa. Dichas viñetas se refieren, por ejemplo, a la necesidad de oxígeno y glucosa para el cerebro en tiempos de exámenes; cómo inciden la gestualidad y la prosodia en la adquisición del lenguaje; o la equivalencia entre las lengua de signos y las lenguas orales. Le preguntamos a la autora sobre dos de ellas, el mutismo selectivo y el lenguaje inclusivo.
LMG. “Quedarse sin palabras”, no querer hablar, se asocia comúnmente a la timidez, una forma de ser; pero usted advierte que ese mutismo selectivo entrañaría una patología que es necesario atender. ¿Cuáles serían las consecuencias de no tratarla?
MHC. Cuando una criatura ha desarrollado el lenguaje de manera ordinaria y deja de hablar en algunos contextos (por ejemplo, en el aula) durante más de un mes, es posible que este mutismo selectivo sea un síntoma de un proceso de ansiedad. Recordemos que los problemas de salud mental pueden ocurrir en cualquier momento de nuestra vida, aun en contextos en los que la causa no es evidente. Por lo tanto, es importante poner el caso en manos de un especialista en ansiedad infantil. Cuanto antes se detecte el problema y se trate, mejor. Por una parte, porque la ansiedad no se debe afrontar en soledad (y menos aun en la niñez); por otra, porque hacerlo puede traer problemas de salud mental a medio y largo plazo.
LMG. En el uso del lenguaje inclusivo, usted recomienda usar directamente formas femeninas si se quiere dar visibilidad a la mujer; ¿está de acuerdo con que esto se haga con las palabras ya existentes en la lengua española o cree realmente necesario el uso de nuevas fórmulas (como elles, l@s, etc.) que proponen algunos grupos?
MHC. Es muy importante hablar en femenino para visibilizar que existen las mujeres: decir la juez y nunca el juez, si es una mujer, doblar de vez en cuando si los grupos son mixtos o usar el femenino genérico si hay mayoría femenina. No me convencen las estrategias léxicas como el uso de nombres colectivos (profesorado en lugar de profesores), porque ni visibilizan ni expresan exactamente lo mismo. El uso de la –e para marcar el neutro no es mala estrategia, pero tampoco nos hace tan presentes. Por último, no recomiendo el uso de las propuestas gráficas, como la x o la @, porque dan muchos problemas a los programas de lectura para invidentes.