El reino del silencio
Con unas 444 palabras –quizá mal contadas–, “El reino del silencio” es el cuento más breve de los once que forman el volumen “Un hombre Discreto”, de Gustavo Olivo Peña, en el que el autor manifiesta su anhelo de vivir en una ciudad sin ruidos: “Nada de bocinazos, chirridos de frenos, acelerones: solo el trinar de aves”. (op.cit. p.159).
“El reino del silencio” es un canto a la paz y a la preservación del medio ambiente. Es un llamado a que vivamos en armonía con nosotros mismos y con la naturaleza.
Vivir ajeno al silencio es promover el caos, que deviene en incertidumbre y locura.
¿Quién ignora los efectos adversos del ruido? Son muchos y muy peligrosos, y dañan el organismo humano”: la audición, el sistema respiratorio, el sistema digestivo, el sistema neurovegetativo, el sistema circulatorio…
Además, el ruido interfiere con la palabra, el sueño, los procesos cognitivos…, con todo.
Cuando el ruido llega hasta nosotros, nos altera el sistema inmunológico, se nos dilatan las pupilas, se nos contraen los músculos y sufrimos taquicardias.
En cambio, el silencio nos proporciona tranquilidad mental, elimina la ansiedad y el estrés, controla la tensión arterial y es uno de los mejores remedios para los dolores de cabeza y migrañas.
Esta brevísima narración, que es la historia del encuentro de un “contador” y un anciano que “se relajaba con el aleteo de las palomas, a las que daba de comer”, acontece en una pequeña plaza que “estaba frente” a la empresa donde trabajaba el “contador”.
Como si se tratara de una escena surrealista –en los hechos lo es–, el autor nos traslada, con una sola pincelada, a lo imposible, a lo que debería ser y no es: “Estamos en el reino del silencio, expresó el anciano, apenas audible” (op.cit. pp 160/161).
Ese día reinaba el silencio porque se conmemoraban “doscientos años de la feliz decisión de la autoridad establecer el territorio libre de toda contaminación. Se cerraron las industrias, se destruyeron los vehículos, se eliminó el sacrificio y consumo de animales. Sobre todo, se puso fin al veneno que esparcían los medios de divulgación” (op.cit. p.161).
El surrealismo expreso en este cuento de Gustavo Olivo Peña, se traduce en un manifiesto contra el ruido, mal que ha llevado al hombre a olvidar los favores del silencio y a alejarse de “las verdades de su ser; con lo profundo de sí mismo” (op.cit. p.162), idea que nos traslada a los tiempos de Zenón de Citio, Crisipo de Solos, Epicteto Lucio Anneo Séneca y Marco Aurelio Antonino, representantes del estoicismo, y me hace recordar lo que Séneca exponía en una de sus cartas a Lucilio, en la V, creo: Entre los sonidos que hay a mi alrededor sin distraerme, están los carros que circulan por la calle, el aserrador vecino, y aquel que, cerca de la fuente de Meta Sudans, afina sus flautas y trompetas y más que cantar, berrea (la Meta Sudans fue una fuente monumental de la Antigua Roma, situada entre la base del Coloso de Nerón y el Arco de Constantino, justo al lado del Coliseo, construida por el emperador Domiciano entre el 89 y el 96).
“El reino del silencio” es un llamado a vivir en libertad, sin políticos malsanos, hacedores de señuelos que nos arrastran al abismo de la insidia y nos arrebatan –igual a la naturaleza– lo mejor de nosotros: nuestra creatividad e inteligencia.
A quienes han olvidado los beneficios del silencio, les recomiendo leer este cuento. Quizá, después de leerlo no tengan que preguntarse, como le sucede al “contador”, si el silencio que viven es fruto de un sueño.