El Encargo
Hacernos sentir y ver la muerte ajena desde una respiración forzada, y, aún más, aprehenderla como si estuviera en nosotros, sería un acto casi de magia de quien se proponga esta meta desde la acción y efecto de escribir. Así, en un “agotador respirar”, Gustavo Olivo Peña nos pone los pelos de punta porque el mensaje se convierte en una presencia permanente de la muerte, diciéndonos: prepárense que pronto estarán en mi regazo. Esta sensación se impregnó en mí tras leer el primer párrafo del octavo cuento aparecido en la lista de once narraciones reunidas en el libro: “Un hombre discreto”.
A fin de que compartan mi apreciación, invito a los lectores de Acento a echarle un vistazo al primer párrafo de El Encargo.
Ya al padre Neumann le resultaba agotador respirar. Sus pulmones, colapsados. De su espigada y delgada anatomía quedaban piel arrugada y secos huesos ( op.cit. p. 105).
Luego, mientras el padre se “ahogaba en el soplido que le salía con cada intento”, pudo decir que quería ver a Thomás, y lo repitió dos veces. Solo de ver el nombre de Thomás escrito en un contexto religioso, mi mente se trasladó a los intersticios húmedos y oscuros de viejas bibliotecas, en busca de algunos pensamientos de Tommaso d’Äquino, nombre de nacimiento de Thomas de Aquino (en latín), apodado Doctor Angélico, de la Orden de Predicadores.
Gustavo Olivo Peña no nos habla del santo, sino de un padre llamado Thomás (Daniel), oriundo de Inglaterra y franciscano, pero a mí se me ocurrió pensar en el santo siciliano por la forma en que está dicho en el cuento y no porque me viniera en gana: son eslabones de la ficción, de la literatura, los cuales habré de obviar en esta ocasión, pues de adentrarme en el mundo de quien fuera el principal representante de la enseñanza escolástica y una de las mayores figuras de la teología sistemática requeriría muchas páginas por delante, y nos alejaría demasiado de nuestro objetivo inmediato, que es expresar el proceso de abstracción del que se valió el autor para contarnos la historia de la relación amorosa entre una enfermera y el padre Igor Neumann, de origen alemán, miembro de la Compañía de Jesús, la que habría de ordenarle a él, a finales de 1962 ,“integrar una misión que iría a la República Dominicana” (op. cit. p.106).
Debemos destacar que el padre Neumann “Pisó suelo dominicano en momentos en que el país empezaba una nueva etapa, tras la ejecución del tirano. La población experimentaba algo diferente, entre la esperanza, la duda, que fue creciendo, y una suerte de aprensión” (op.cit. p.106). Estos datos referidos por el autor nos ponen en contacto con la realidad vivida por un pueblo que en medio de carencias inimaginables “no se quejaba”: con esta simple pincelada el autor retrata la alienación que imperaba por entonces.
Concomitantemente con los hechos sociales que transcurren en el devenir de la práctica religiosa del padre Neumann, salen a relucir, en soliloquios que nos recuerdan a San Agustín, “sus flaquezas espirituales, sus vacilaciones y contradicciones”, que se perciben de manera casi misteriosa, como a saltos y brincos, entre los numerales de un diseño fenomenológico narrativo que retrata una época fatídica, cuyos males todavía perduran.
La sorpresa
Con la aparición de Edna Gutiérrez Ortiz, enfermera de oficio, la trama narrativa de El Encargo se torna más compleja. Sabremos, cuando menos lo estemos esperando, que el padre Neumann le ha encargado a Thomás “reunir a la pareja”, pues ella, Edna “Ni siquiera presionó al padre de su hijo para que se casaran” –de nombre Héctor, nos enteraremos a seguido– (op.cit.p.110). Entonces surge el dilema del amor, más allá de cualquier compromiso con la Iglesia o con Dios.
Cuando Edna le confiesa al padre Thomás que ella y el padre Igor Neumann fueron amantes, la historia alcanza el clímax que habrá de sorprender al lector.
Ahora bien, más allá de otros relatos de amor puestos en boca de Edna (como el de su relación con el doctor Osvaldo Vargas, casado, y que finalmente la embarazó, o el de sus amoríos con el militar Héctor Robles Rodríguez), está presente la angustia de una mujer que se siente desamparada por una sociedad que le impedirá consumar con dignidad su consagración como madre y ente útil a la colectividad.
Por otro lado, el lector apreciará la audacia de que se vale nuestro autor para denunciar el oprobio de unas fuerzas armadas dirigidas, en los años envueltos en esta historia, por oficiales violadores de niñas, capaces, por demás, de aniquilar los pensamientos y acciones más puros entre parejas que se aman.