La novela titulada El Regreso de Justin de Gerardo Roa Ogando, quien es cosmolingüista (un híbrido que, dentro de las ciencias del lenguaje, conjuga epistemología de saberes antropológicos, discursivos y semióticos) constituye un avance en la forma de narrar las cotidianidades de la vida rural y citadina. Hace poco Roa Ogando sorprendió al público lector dominicano al poner en sus manos, Cuentos del sinsentido (2019). Ahora continúa la avanzada con la novela, El Regreso de Justin (2020). Es una obra estructurada en treinta y cuatro capítulos breves, distribuidos en 187 páginas, sin prólogo, aunque sí con un corto comentario en la contraportada, en la que su autor no solo intenta hacer una presentación de la novela, sino justificar los hechos y acontecimientos que le sirvieron de referencia, como también, argumentar sobre el tema y el espacio ambiental deplorable donde se desarrolla. Adelanta el estado desesperanzador de los habitantes representados, los cuales aparecen consumidos por la pobreza extrema. Roa Ogando pone a volar la imaginación, explicando el cómo, el qué, el cuándo, el dónde y el porqué de tantas creencias y mitos sacralizados rurales y urbanos que solo contribuyen a la enajenación de las mentes jóvenes campesinos. Esta es la razón de las interrogantes expuestas al final de la contraportada.
La novela no contiene ilustraciones internas ni fotos. Aunque en la solapa hay una breve semblanza del autor, no aparece su fotografía, tampoco la fecha ni el lugar de su nacimiento. La portada tiene color azul dalia y mar; diseño editorial a cargo de Omar Jiménez y la corrección de estilo corresponde a Miguel José Ibarra Méndez. La impresión es de Soto Impresora, S.A. Santo Domingo, República Dominicana, octubre 2020. En la portada contiene una ilustración diseñada por el mismo autor de la obra, mostrando en la parte de abajo una fotografía de un pequeño tramo de la carretera Baní-Azua, más una guagua minibús en circulación, repleta de pasajeros dentro y otros expuestos al peligro porque van hasta sobre la capota del vehículo, mientras se observa la guagua atravesar dos colinas. La diagramación corresponde a Yissel Casado. La dedicatoria la reservó a su hija menor, Priscilla Roa Bazil.
En el texto, la abundancia y variedad lexical es un logro. Frases y oraciones cortas, mezcla de párrafos breves y extensos, así como la modalidad de expresión, esto es, la combinación de la forma descriptiva, narrativa y la brevedad de los diálogos, que son dinámicos, sacados de la inmediatez y cargados de humor. Además de las poesías, las coplas con sus jocosidades y los cantos melodiosos recitados por Enrique no aburren al lector. Cada capítulo nos da risa y las carcajadas fluyen por sí solas viendo cómo el autor pone a girar la imaginación con los hechos o acontecimientos contados, aun aquellos capítulos donde a través de entrevistas, investigaciones y cuestionamientos con los especialistas en el área, deja entrever su intención didáctica.
¿Qué nos cuenta la novela? Narra la historia de Enrique Montero, un joven al que acusaban de ser amanerado porque todavía con veinte años o más conservaba su castidad, lo cual ponía en tela de juicio su identidad y capacidad viril
El Regreso de Justin constituye una interesante historia basada en la realidad social de la juventud rural dominicana residente en la región Sur, cuyo escenario principal es Yabonico, sesión de Las Matas de Farfán, San de la Maguana. Un pueblecito consumido por la pobreza extrema y la indigencia a causa de la deforestación y a la propia aridez propia del lugar. El paisaje estéril e inhóspito, más el imaginario común supersticioso de sus habitantes, según nos los describe el sujeto narrador, son parte del paisaje que circundan los hechos narrados.
Transitan por sus páginas 42 personajes. Justin es el personaje que inicia la narración y se mantiene contando hasta el capítulo 7, página 28, cuando la guagua que lo trasladaba a él y demás pasajeros se accidenta y sufre traumatismo de gravedad, reapareciendo, luego, en el capítulo 34, página 186. Es decir, con Justin inicia la narración y con él concluye. En la página 29 aparece Enrique Montero, quien transmuta su vida con la de Tony Rajoña de Gomorra hasta el capítulo 19, pág. 94, con el retorno definitivo de Enrique, personaje narrador que nos cuenta sus cambios metamórficos, la búsqueda de sus progenitores y adversidades hasta la página 184, “cuando descendió sobre ellos una inmensa bola de fuego que los pulverizó sin que quedaran rastros de ninguno de ellos”.
Tony Rajoña de Gomorra es un profesor campesino de la época, procedente de Moca, del Cibao central, que, aunque producía discurso satírico respecto a las costumbres sureñas, gozaba de navegar entre las aguas del lenguaje de los campos del Oeste, del Sur, del Norte y de la forma del español escolar que aprendió para desempeñar su oficio de maestro de las escuelas rurales.
¿Qué nos cuenta la novela? Narra la historia de Enrique Montero, un joven al que acusaban de ser amanerado porque todavía con veinte años o más conservaba su castidad, lo cual ponía en tela de juicio su identidad y capacidad viril. Es decir, lo que en pocas palabras pudiera decirse, Enrique era tildado de “marica”. Dice el narrador que “muchas fueron las propuestas que recibió a fin de ayudarlo con su situación”. Sin embargo, él sabía a fondo sus gustos y atracción por las mujeres, pero tenía una meta a lograr, encontrar a su familia desaparecida misteriosamente, que según pensaba, por influencia de un monstruo indescriptible llamado, el comeperros, razón por la que poco le importaba lo que pesara y dijera la gente sobre sus destrezas sexuales.
La historia que narra Enrique sobre la región y sus habitantes no es nada halagüeña. No solo de la vida de él y los jóvenes del presente, sino que se remonta al pasado con los bisabuelos, los abuelos y los niños nacientes del futuro, a los que él vaticina un porvenir incierto y que la única opción es emigrando a otros horizontes. Es por eso por lo que su vida se desarrolla en medio de un mundo de confusiones, en todos los sentidos, lo que lo hizo experimentar un cambio radical para sobrevivir. De ser un pobre campesino inculto, o sea, analfabeto, pasó a ser un hombre docto en conocimientos y saberes. Un hombre educado y de cultura y no el joven sumiso y pendejón que hasta la mamá y su padre dudaban de su masculinidad. Siendo sus maestros Bill y Lewinsky, con quienes se topó mientras exploraban en la Cordillera Central y, otras veces, en la Sierra de Bahoruco que conectan con Haití. Ambos le educaron por medio de estrategias de uso de la escritura y la lectura de los clásicos, de manera que Enrique aprendió a escribir poesías, cuentos, cartas, leyendas, a investigar sobre temas que desconoce y no comprende a fondo, poseer amplio dominio de su lengua materna y lenguas extranjeras como el inglés y el francés. Enrique, como buen alumno, aprendió a pensar mejor y a encontrarse y codearse con el mundo civilizado, con la intelectualidad del país.
Durante ese largo proceso de desarrollo hacia la razón, su mente despertaba. Fueron muchos los pormenores que le sucedieron. Así que, introdujo numerosas alusiones a personajes emblemáticos y situaciones sociales de su época y del pasado histórico que él conoció y se nutrió intelectualmente a través de la lectura de libros, estos son: Isadora Duncan, la bailarina estadounidense de alta alcurnia, pero adicta al alcohol y promiscua (pág. 66); María Montez, actriz barahonera conocida como “La Reina del Technicolor”, muerta en 1951; los maestros de generaciones en la Escuela de Letras de la UASD, Celso Benavides, lingüista (p.101) y Abelardo Vicioso, de literatura (p.103); el maestro del cuento, Profesor Juan Bosch (p.105); el destacado lingüista español Daniel Cassany (P.106); el también lingüista francés André Martinet (p. 98); el joven periodista del periódico El Caribe, Orlando Martínez, acribillado durante la época de los doce años (p.108); y también del mismo diario, los españoles Manuel Valldeperes y María Ugarte (p.108); los norteamericanos Bill y Lewinsky, que no son más que el expresidente Bill Clinton y Mónica Lewinsky, su secretaria, quienes protagonizaron el tremendo escándalo sexual escenificado en la Casa Blanca. De Mónica dice Enrique que fue su principal consejera y recuerda cuando le decía: “Estudia y hazte una licenciatura, aunque sea en mierdología, pero hazla”. (p.131); el destacado intelectual y profesor Memén Tornillo, miembro importante del grupo El Puño, quien afirmaba que “el gobernalismo quisqueyano no ha sido más que una sucia contabilidad de la mentira” (p.104); y la escritora que más cautivó su atención, dice que fue, Agatha Christie, porque al leer “Carta sobre la mesa”, “descubrió que la novelista narraba hechos relacionados con su vida y las de su familia”. (p.106)
Otros personajes secundarios son: el tío don Bijú, marido de tía Josefa, quien les decía a sus hijos: no casen con mujeres prietas para que no dañen los hijos”. (p. 71); doña Pancha, la curandera mulata y partera, que era una mujer de cuerpo enorme, piel oscura y busto bien abultado, identificada como afroantillana. En consulta, dice a los políticos que recurrían a ella para apropiarse de la silla presidencial que le recomendaba el fraude. A los hombres celosos les recomendaba hacerle todo tipo de locura sexual a sus esposas; y termina diciendo de ella, que se “había ganado el favor de los presidentes, en sus respectivos turnos gubernamentales, gracias a los ungüentos que los preparaba para hacerlo ganar las elecciones sin mucha inversión de tiempo y dinero, como bien me contaba mi madre. Doña Pancha llegó a ser muy conocida en el país por sus prácticas ocultistas”. (cap.2).
Bartola Soler, la abuela y esposa del lugarteniente Poncio Aureliano Roa de los Santos, que “es un ser herido por la vida, debido a los fracasos matrimoniales que experimentó a lo largo de sus días. De sus tres nupcias, su primer esposo era un hombre antisocial y los dos últimos eran vividores, holgazanes e infieles hasta la saciedad.” Ella siempre esperaba que sus nietos le llevaran algo de comer. Pero lo que más le agradaba era ver la plata. Le gustaba el dinero”. (p.16-18).
Poncio Aureliano Roa de los Santos, era el marido de Bartola Soler; la tía Magnolia, la dueña del jardín desaparecido por la falta de agua de invierno (p. 19); el primo Fabito, quien lo enseño a montar caballo al pelo (p.19); la tía Josefa, quien decía: -Al Sur todo llega tarde, siempre esperando la carta de su enamorado desde Santiago (p.24).
Tony Rajoña, “campesino cibaeño que vivía en el paraje y que presumía demasiado de su linaje norteño. El era un hombre blanco de estatura mediana. Tenía el pelo lacio y rubicundo. Su voz era muy, ¡uuh!, grave. Se había radicado en Yabonico huyéndole a la cruel influencia de la Segunda Intervención Norteamérica, que ya una vez había dejado sus secuelas en el país”. (p.29); la meretriz desvirgadora Milagros, propietaria del burdel Barra Pando. Fue ella quien llegó a ser responsable de la degradación moral de ese sector. Se decía que Milagros había acabado con la inocencia de todos los hombres mayores de 18 años y menores de 45, pues con orgullo enarbolaba la bandera de la juventud, diciendo con pedantería que por su lecho no había pasado ni pasaría nunca un falo senil. (p.30).
Don Obdulio Montero, un campesino lugareño, alto y fortachón. Valiente labrador de la tierra, muy amigo de Tony Rajoña, de él decían que desde joven practicaba la zoofilia. Tenía un ganado de tres vacas flacas que de lejos se distinguían por sus extensas costillas y su largo y perfilado espinazo. Lucían hambrientas. Don Obdulio era el padre de Enrique y esposo de Clemencia (p.32-33); el devoto católico Julito Mejía.
Angélica, la comadre de Obdulio Montero, dueña del potrero donde Enrique busca leña para que su madre cocinara; Beato Artiles, el camillero quien tenía por lema: La buena vida es cara, la hay barata, pero no es vida” (p. 51); Restituyo, el maestro de filosofía; Tufí, el viejo médico árabe; Nela, tía de Tony Rajoña, que siempre le gritaba “¡Tony, cuerno loco!” (p.64); Héctor Creales, el vecino gordo y pendenciero que se divertía de la situación de los otros y que vivía de las remesas que enviaba su hijo de New York (p.66); Alba Iris, la dueña de la tienda donde Héctor Creales compraba el tinte negro para el pelo; Eufemía, compañera de escuela de Enrique y por quien él se iba en babas (p.71); Wanda, su otro amor y que nunca se lo dijo pensando que por su maltratada y baja autoestima la creía demasiado para él. Sin embargo, salió preñada con 15 años del limpiabotas del barrio (p. 72); Pasín, Basilio, Papito y Mallé, personas que él menciona porque fueron víctimas de sus maldades ( p. 70); la vecina Tatica, con quien Tony se deleitaba mirándole las nalgas; el abuelo de Tony de quien él decía que era malo, avaro y mujeriego y le caía como la carreta al burro (p. 73).
Totona, la vecina experta en detectar enfermedades de las aves (p.77); Ramón, La Puerca, compadre de mi papá y cuñado de mi madre, un campesino que presumía de ser un experto en curar animales (p. 77); Maruca, su gallina preferida que enfermó y murió de la peste negra. Así la describe, “Entre toda aquella pasarela de hermosas beldades se hallaba Maruca, la cual era mi favorita por ser una excelente madre criadora, ponedora y defensora de lo suyo. Maruca era diferente; era mi amada gallina, la que nunca he podido olvidar” (P.75); igual amor muestra a la sencillez y la naturaleza, lo refleja por su caballo Pichilo, cuando murió ahogado en el río: -Mi pobre Pichilo, mamá. Mi pobre Pichilo, mamá. Corra papá, se ahoga mi caballo (p. 20); Maco, el chofer de la guagua de color verde que transitaba de Maguana a Yabonico. Dice que le llamaba así “Maco”, por su enorme pansa. “Un hombre sincero. Un tipo al que no le gustaban las mentiras, que trató de olvidar su pasado y no pudo. Todavía le perturbaba el recuerdo. Sí, la penumbra que sufrió cuando su mujer y sus diez hijos fueron víctimas del ciclón David (p.25); Negrita, su adorada tía que lo acompañó a llorar a Maruca (p. 79); el doctor Espaillat, el médico de consulta del pueblo para adquirir conocimientos sobre anatomía (p. 82); el vecino Gilberto, la maestra Estiorfela y la tía Beata, en el capítulo 16; Coral, la joven de Puerto Plata (Cap. 24); Anfalia Encarnación, la mujer áspera y tozuda con pelo crespo, monstruosamente alta y de espesor exagerado que le dio hospedaje por una noche y además, intentó echarle encima a su hija, Mafalda, a quien describe como una “Plota, cara de infierno y cuerpo de gloria” (Cap. 25 y 26); Malle Alcántara, la vieja que le alquiló la mula prieta por cincuenta centavos; Chita Arbaje, comadrona árabe dueña de la fonda de venta de comida a los vendedores del campo y donde Enrique compró un servicio de mondongo (p.139); Quirino Castillo, taxista que circulaba rumbo a Comendador, lugar caracterizado por el desorden, tráfico de ilegales y centros espiritistas ( p. 140).
En Juana Méndez, dice que “se hospedó en la casa de una humilde y generosa familia rayana que había ganado el favor, tanto de haitianos como de emigrantes dominicanos. No era para menos, eran personas carentes de prejuicios raciales. Esa familia estaba compuesta por don Pasín Ogando; cabeza de la casa. Era un señor que medía unos seis pies de altura y sus ojos eran tan claros como la luna llena. La generosidad era la cualidad que mejor lo describía. Manuela era su esposa, doña de unos cuarenta y cinco años; gorda y obesa, pero cortés y atenta con los visitantes de la zona. Contrario a las características de sus padres, Basilio, el hijo del matrimonio, era un niño muy egocéntrico”. (P. 141); don Obdulio Montero, padre de Pasín, el progenitor de Basilio, hombre que conocía cientos de juegos, miles de cuentos y cantaba la canción “Por amor”, con una voz de barítono aterciopelada. (P. 144); La Prieta, es la joven rayana que Enrique conoció en Juana Méndez y se enamoró, pero luego descubrió que La Prieta, era una ramera cualquiera, con “cara de niña y cuerpo de infierno”; Don Plutarco Pierre y su esposa Simé, el misterioso y orgulloso señor propietario de cientos de kilómetros de terreno apto para la siembra, producción y el narcotráfico, lugar donde Enrique rescató a su amado padre Obdulio Montero, su madre Clemencia y hasta su vecino y amigo, Tony Rajoña de Gomorra (p.189); Ruperta, madre de Justin.
El Regreso de Justin es una novela dinámica que no aburre y con fuerte carga de humor. Jocosa. Tiene estilo e intención cinematográfico. Justin, Tony Rajoña de Gomorra y Enrique Montero, este último nacido en Yabonico, al principio del último cuarto del siglo XX, son una reencarnación del propio autor, Gerardo Roa Ogando. Lector aficionado de los clásicos y que descubrió, a través de la lectura y la escritura, que la escritora que más cautivó su atención fue Agatha Christie, al leer Carta sobre la mesa, porque la novelista solo narraba hechos relacionados con su vida y la de su familia, y es lo mismo que hace el autor. La obra está muy bien construida, hilvanada con mezcla de tradiciones, historietas y los relatos fantásticos que nos contaban los padres como una manera de entretenimientos y hacernos dormir, pero que el autor modifica y actualiza, introduciéndoles hechos, acontecimientos y vivencias de la realidad social del momento. Es una crítica social, una denuncia contra los políticos demagogos, corruptos y delincuentes que manipulan al pueblo a su manera. Veamos este pequeño texto, cuando Enrique responde al papá: -Pero papá, el comeperros es en realidad la ignorancia y el olvido. Quienes en realidad nos devoran son los funcionarios, a quienes elegimos cada cuatro años para que nos defiendan, pero a ellos sólo les importa enriquecerse a costa nuestra.” (P. 181)
Roa Ogando, Gerardo, El Regreso de Justin, Editorial Soto Impresora S.A., Santo Domingo, octubre 2020.
Ramón Núñez Hernández, 7 / 11 / 2020