Amor sacro y amor profano, dos alegorías de la pasión y la vida, dos miradas en un mismo ámbito de imágenes donde la flecha de la cupiditas, de la carne apetecida se ligan en una visión que se expresa rompiendo los límites de la materia pronunciada en la pulsión de Eros y Thántos. Dos principios que gobiernan al cura Alginatho. Sin embargo, el sacerdote admite su límite sin considerar su dinero como una falta porque como ya lo ha confesado, para él amar a una mujer no fue ni se puede considerar un pecado.
La pauta ficcional que induce a pensar en algún “mal de siglo”, en tal sentido, repropone toda la historia desde la cual el tiempo marca la huella sin impedir que la verdad aflore como núcleo temático fundamental. Lo amoroso y lo pecaminoso en este caso constituyen un núcleo sensiblemente y a la vez contradictorio, donde apariencia y esencia, confluyen en el personaje que en su condición ya se ha convertido en voz, lejanía y a la vez presencia, auto-motivado en las diversas fases de su escrito.
Pero evaluamos de nuevo al núcleo temático de la tortura y la inquisición en esta novela. Todo el tejido narrativo se expresa como finalidad del escritor que, en este caso no es el autor de la novela, sino el personaje de la misma. Lo que se “manuscribe” no es en este caso un deseo o un evento de tipo personal sino, la historia institucional, la historia de un cura-párroco, las vivencias de un sufriente ya legendario, la visión de un extravío moral de la autoridad eclesial:
"De repente, vio todo cubierto de humo. Vio varios cortinajes blancos, verdes y azules enganchados de columnas de zafiros, anudados con cordones de lino. Vio, además mármoles de diferentes colores y nácar puestos en el piso. Detectó al joven entre el humo, y se asustó cuando palpó en su mano izquierda una aguja morada con una hebra de hilo de cobre ensartada. Efectivamente el muchacho estaba ahí, a su lado y le mostraba la aguja con magistral movimiento de danza clásica en los dedos. La voz, cual maullido siniestro, se le desató en la furia. "Esta aguja y este hilo son para ti", dijo". No quiero la aguja ni el hilo -le respondió el comisionado- prefiero un jarro de agua y un plato de comida, pues necesito saciar esta sed y esta hambre de días. Aléjate del mal y del terror -gritó, como si adivinara cuál iba a ser su destino-. Haz el bien. Busca y persigue la paz". (ibíd.)
“Pero el joven con apariencia de diablo no paraba de reírse. El comisionado convencido de la similitud entre este muchacho y el diablo entregó su alma al señor. Miró con lástima al verdugo y vio ante sí lo que a continuación le dije: “Hace dos años soñé con unos malvados. Desenvainaron la espada del todo poderosa y con ella asesinaron a los de camino recto. Luego tesaron su arco y repitieron lo mismo. El glorioso no lo evitó. Amordazaron a los buenos y los arrojaron a una fosa común, donde los incineraron”. El joven furioso, le arrancó las cejas y le tapó la boca “jamás hablarás”, le dijo.” (pp. 621-622).
Lo que sorprende, pero a la vez transmite Alginatho como escritura remite a la relación creyente-Iglesia, sacerdote, mundo, tortura-liberación, horror-profano, horror-sagrado, a través de una instancia que impulsa el escrito como actitud y archivo. Asistimos a la puesta en página y lugar de una versión individual desde una historia eclesial. El sujeto en cuestión, Alginatho muestra sus debilidades y con ello, la debilidad de un cuerpo escrito, de un tiempo fundacional y con su estructura “secuencial”.
Es por eso que el testimonio de Alginatho se orienta a los fundamentos morales de la función y la acción eclesial politizada y alejada de lo humano como esencia creada por Dios. El proceso de tortura psicológica del personaje se desdobla reflejándose en el muchacho que vigila, cuida o encarcela al comisionado por orden del obispo. Una pugna, un secreto, la urgencia de ocultar un hecho indecoroso, escandaloso; la necesidad de esconder un crimen espantoso, el pecado que taladra el espíritu de una época. Todo lo que se intenta encubrir en este orden es lo que constituye la materia de esta oceánica, fantasmal y profunda novela.
Haffe Serulle ha logrado construir, organizar, estructurar las etapas de una historia que refleja varias historias a través del recurso de las risas, los rumores y las sombras prohibidas. Como narrador y autor comparte con el personaje principal y los demás personajes complementarios la responsabilidad de hablar su mundo, el mundo del personaje y los mundos sombríos de la sociedad civil de su época. Hemos puesto de manifiesto en ensayos anteriores sobre esta novela el hecho de que la misma asimila como técnica y suma de procedimientos narrativos y textuales los elementos que estructuran el espesor, la intensidad, las funciones. Los niveles y mundos que confluyen en lo que hoy llamamos textualidad novelesca y cardinal de relato.
La importancia de los manuscritos de Alginatho en el contexto de la novela dominicana y caribeña actual permite entender el campo de lectura., representación y comprensión del imaginario ficcional y dogmático de una estructura social definida por unos ejes de decadencia infraestructural y moral. Se trata de un movimiento de la conciencia desgarrada de toda una época perforada y extendida como cuerpo enfermo, como cultura que se afirma en el síntoma y el reflejo de sus estructuras arcaicas y seudomorales.
La lectura catártica y crítica de esta novela permite descubrir los significantes visibles y los significados polisensoriales de un ritmo narrativo articulado como conciencia de escritura. La vitalidad narrativa de Haffe Serulle influye en la orden creacional y ficcional de aquellos que hoy se pueden reconocer en la novela europea, asiática, africana, latinoamericana y caribeña de nuestros días.