They’re dancing with the dead. They dance with the invisible ones. Their anguish is unsaid. They’re dancing with their fathers. They’re dancing with their sons. They’re dancing with their husbands. They dance alone They dance alone. (Ellas danzan solas/Sting)
Ese día pasaba algo. Era adolescente y los adolescentes no siempre están al tanto del mundo exterior, pero pasaba algo. Algo así como que alguien acaba de encontrar cinco cadáveres de jóvenes en alguna cuneta, la UASD de nuevo militarizada con dos tanques frente a su Alma Máter, los rebuses de siempre en SFM, pero Balaguer siendo la paz, Don Elito Querido. La Cruzada de Amor te ama tanto que te regala muñecas envejecidas y sobrecitos de dinero entregadas por las manos inmaculadas de Doña Emma.
En septiembre de 1973, mi padre era corrector de estilo del "revolucionario" matutino El Sol. Temprano llamó a casa y ordenó que mi hermana y yo no saliéramos a la calle, que acaban de dar un golpe de Estado… en Chile. Eran los tiempos de terror de Balaguer y cualquier cosa que pasará en la Antártida era motivo para encerronas involuntarias y toque de queda desde la 6 de la tarde. Luego, en casa supimos a través del desaparecido vespertino Ultima Hora que allá abajo, casi llegando al final del mundo, Salvador Allende, presidente de Chile, había sido derrocado y asesinado por el salvaje webon de Pinochet y su banda de milicos criminales "que piensan que hacen una guerra
Y se hacen pis encima como chicos, que rondan por siniestros ministerios haciendo la parodia del artista". Los días por venir demostraron las ganas de matar del recién estrenado régimen dictatorial. No solo era sangre sudor y lágrimas. También mucho dolor, demasiado terror y abundantes torturas de todos los calibres. El infierno era una piscina para tomar el sol y Chile su resort para odiar al prójimo.
Mientras tanto, en Santo Domingo, mi padre llamaba todos los días para que, a la vuelta al colegio, nos quedáramos en casa, viendo tv, que el terror también anda cerca y no quiero que les pase nada.