Tú, Pedro Rosario, a quien de bien te llamaron Lindo
Regresas con la serenidad de un aire espeso y frío
A este tu suelo que apesumbrado dejaste un día.
Otros espacios del mundo procuraron
Repartir tus sonrisas entre otras auroras lejanas
Y la humildad que de tus adentros respiraba.
Rostro, siempre, amontonado de ternuras
Y una sonrisa tan cercana a la piel del otro
Que amansaba la ira hasta de la brisa más furiosa.
Recorriste las distancias de múltiples mares y horizontes
Repoblando en un puñado, afable y bondadoso,
El desprendimiento que tu alma acompañaba
Y que ahora, con todo el amor y la ternura, tú nos deja.
Presente frente a todos
Tus ojos relumbrando el crepúsculo
Sendero de todos y de tus vástagos.
Pedro, Lindo, este último camino, por igual, también nos toca
Pero el tuyo, justo ahora, por el Dios divino asegurado
Dándote las manos en el encuentro después de tu partida.
Hoy, nada te aterra y nada te aturde,
Eres más de uno: tu cuerpo que andará hecho polvo
Y tu espíritu, en sosiego, que vuela alto sobre el polvo.