La orden de muerte contra Salman Rushdie, emitida por un ayatolá iraní en 1989, no solo obligó al escritor británico nacido en la India a permanecer escondido durante 10 años, sino que durante ese tiempo el estado británico tuvo que asignarle seguridad 24/7 y trasladarlo cada tres días de una casa de seguridad a otra.
Como consecuencia de aquella fetua, ambos estados rompieron sus relaciones diplomáticas y no fue hasta 2015, 26 años después del edicto, cuando el Reino Unido e Irán restablecieron los lazos rotos.
Por lo menos 21 seguidores del Islam han muerto en manifestaciones en contra del autor, desde aquella sentencia. Muchas personas relacionadas con el libro “Los versos satánicos”, cuya autoría fue el motivo de la persecución contra Rushdie, han sido atacadas, y varias de ellas han resultado heridas, incluso letalmente.
En julio de 1991, Hitoshi Igarashi, el traductor japonés de la novela que ficcionaba al profeta islámico Mahoma, fue apuñalado hasta morir, en la universidad donde enseñaba árabe, historia y literatura persas, en Japón. El caso fue cerrado sin que llegara a conocerse el autor del crimen.
Ettore Capriolo, el traductor italiano de la obra, también resultó gravemente herido, en ese mismo mes de julio de 1991, en su casa de Milán, por un desconocido de origen iraní. Dos años más tarde, en octubre de 1993, William Nygaard, el editor noruego de la obra, recibió tres disparos fuera de su casa, en Oslo, resultando, de igual manera, herido de gravedad.
Por lo menos 21 seguidores del Islam han muerto en manifestaciones en contra del autor, desde aquella sentencia.
La fatua fue mantenida por el gobierno de Irán después de la muerte del ayatolá Jomeini durante 10 años, hasta 1998, cuando el presidente iraní Mohammad Khatami, considerado relativamente liberal, dijo que Irán ya no apoyaba el asesinato. Es entonces, cuando Rushdie comenzó a hacer apariciones públicas de nuevo, pero la sentencia seguía en su lugar, con una recompensa económica adicional, emitida por una fundación religiosa iraní semioficial.
33 años después, cuando ya hacía tiempo que el escritor había “decidido vivir su vida”, como declaró apaciblemente en una entrevista a la prensa, luego de que el régimen iraní hubiera flexibilizado el edicto, un chico de 24 años, residente en New Jersey, atacó al escritor en un relajado centro cultural de Nueva York, donde Rushdie justamente dictaba una conferencia en la que destacaba a Estados Unidos, donde ahora reside, como un refugio seguro para que los escritores perseguidos puedieran ejercer la libertad.
¡Oh, paradoja! Allí fue apuñalado por Mr. Matar (ese es el apellido de quien intentó asesinarlo). Frente al público, el joven Hadi Matar le apuñaló el cuello y el estómago al novelista de 75 años, quien permanece interno en Nueva York, con respiración asistida por un ventilador, sin capacidad de habla, con heridas en un brazo, el riesgo de perder un ojo y de daños graves en el hígado. Mr. Matar fue inmediatamente apresado por la policía, que aun no ha dicho la nacionalidad del atacante como tampoco si actuó solo o como parte de algún grupo terrorista.
Esta historia, y este último episodio en particular, nos ratifica el enorme precio que la humanidad ha tenido que pagar y tiene que pagar, día tras día, para proteger la libertad, un intangible tan poderoso como frágil, que nunca debemos dar por sentado y siempre cuidarlo y apreciar el hecho de disfrutarlo. También nos enseña que una vez desatada la intolerancia, peor si combina la política y la religión, se expande como fuego en el bosque, resultando casi imposible recoger el odio derramado por esa mezcla inflamable.