La novela El montero de Pedro Francisco Bonó ha resistido diferentes análisis desde distintas perspectivas. Dentro de los que figuran, el de Odalís G Pérez (2018), quien lo denomina cuadro de costumbres representativo del campo dominicano e ideal patriótico en ocasiones.
Mukien Adriana Sang (2013) coincide en parte, y además la define como retrato poético de la dura vida rural dominicana y de la presencia arrolladora del caudillo. Además, toca, en su análisis la situación de relego y el reducido espacio de acción de la mujer, desde sus ojos de historiadora pondera el sacrificio de los hombres y mujeres que forjaron la sociedad de hoy.
En cierto modo, Pérez y Sang coinciden con Rodríguez Demorizi, citado por Raymundo González (2017) al destacar el costumbrismo. Los análisis, además, destacan el paisaje de la zona con su flora virgen y exuberante. Valorados y comprobados dichos aspectos en las distintas lecturas de la obra, este artículo pretende poner en perspectiva otro punto; el machismo, la masculinidad hegemónica de la época, lo cual sigue presente en la sociedad dominicana, aunque con otros tintes.
La masculinidad recreada por Bonó es deshumanizada y violenta. El honor y la hombría se demuestra con la ausencia de emociones, como el miedo, por ejemplo; no solo en el cumplimiento del deber, sino con la mutua agresión física. Así lo retrata este fragmento:
"–Tal vez Manuel cogió miedo de andar solo –dijo Juan– cuando está acostumbrado a montear con un compañero que se exponga a los peligros por él.
" – Si no fuera por el respeto que debo a la casa en que estamos, yo le haría ver que no soy mozo que le huye al hierro."
Hay un sentido de posesión, de cosificación de la mujer, Juan no resiste la idea de no poseer a María, de hecho, lo intenta por medio de la fuerza, le tiende emboscadas, su idea se mantiene firme, el tiempo de cárcel no fue suficiente para desistir, hay perversidad en sus acciones. No solo se ve el machismo en Juan, los demás hombres esperan descansando los servicios de las mujeres, de comida, agua… Las fiestas son dirigidas por ellos, lucen armas y juegos de tiros con orgullo. El criador miente por vanidad respecto a un percance con su pistola, Hay juegos de poder en el fandango.
Los roles están bien separados; los hombres en el trabajo de montear para proveer la subsistencia, las mujeres en el trabajo doméstico. El hombre inicia el cortejo, la mujer reacciona de forma discreta. La mujer comienza a servir al hombre desde el noviazgo, como si estuviera a prueba. Aquí termina su espacio de acción y pensamiento, fuera de cualquier toma de decisiones que repercuta en ella o la colectividad.
¿Por qué se afirma que el perfil de masculinidad de El montero persiste en la sociedad dominicana?
Basta sintonizar cualquier medio de comunicación para ver las reseñas de acciones violentas en perjuicio de las mujeres. Homicidios o intentos, en algunos casos frustrados; golpizas recurrentes, la muerte alcanza no solo a la víctima relacionada sentimentalmente con el agresor, sino, hijos, suegras, otros parientes y cercanos. La mayoría de las agresiones son perpetradas por parejas o exparejas, el mayor de los motivos aparentes son los celos o rupturas de relaciones, no sin antes pasar por una historia de maltratos en todos los órdenes.
La reducción de espacios y radio de acción no solo se limita a lo doméstico, en el ámbito laborar hay profesiones vedadas para ellas y otras con una gran segregación de estas. Así como diferencia de salarios por el mismo trabajo en su perjuicio, a pesar del crecimiento del número de mujeres en las universidades y menor índice de deserción de estas. Un ejemplo de ello fue develado por el ministro de salud al inicio de la pandemia de Covid19, quien expresó que le había sorprendido las condiciones de trabajo y lo bajos salarios de las bioanalistas, una profesión ejercida mayormente por mujeres.
Otro punto es el acoso en todos los órdenes y contextos, niñas y mujeres son acosadas por jefes, maestros, parientes y cercanos sin que parezca un tema de interés para nadie. Al contrario, es un acto normatizado en la sociedad dominicana, no tipificado por las leyes. En la mayoría de los casos las mujeres pasan de víctimas a victimarias, son señaladas como provocadoras de este, con argumentos superficiales que aluden su forma de vestir o actuar en determinadas circunstancias. En el imaginario popular las mujeres deben manejar un perfil de invisibilidad para no provocar al hombre. Las denuncias, en la mayoría de los casos, son ignoradas, a menos que un medio de comunicación se haga eco se procede en contra del agresor y no siempre se logra una condena.
Finalmente, la sociedad dominicana en su conjunto tiene una gran tarea sobre justicia e igualdad con respecto a sus mujeres. El currículo de educación debe hacer lo propio, las campañas publicitarias deben revisar su discurso en cuanto los roles, lo mismo que las familias, los medios de comunicación y legisladores, a fin de civilizar ese montero que a pesar de la escolaridad y todos los avances tecnológicos sigue presente. Aunque atisba, asoma tímidamente un nuevo modelo de masculinidad queda un trabajo arduo y complejo que es responsabilidad de todos. Hoy los medios de comunicación de masas, la conectividad virtual, en especial las redes sociales, desnudan más que nunca esa realidad, se hace visible para todos, lo que, si bien es cierto, la fomentan de algún modo, también es cierto que ofrecen la posibilidad de cambiar de discurso y concientizar sobre el valor de la justicia y de la igualdad.