Entonces,

 las palabras están hechas ahora de luz,

de sustancia sonora,

                                                         en el útero causal donde todo es primero”.

(Ramón Antonio Jiménez)

 Hablemos de poesía. Hablemos de Ramón Antonio Jiménez. Dominicano, de San Francisco de Macorís. De él digamos que vino al mundo para ser poeta. Ha escrito una veintena de libros, la mayor parte, dignos ejemplares de la  poesía; pero no de cualquier poesía,  porque este poeta no es cualquier poeta, no es cualquier creador. Jiménez está entre los grandes creadores de la poética dominicana; un hombre que se perfila, no solo a crear poesía, sino a crear un ideal estético novedoso, como lo es el ideal taocuántico, el cual se ha creado ya un espacio de respeto, a fuerza de la la calidad y autenticidad de los frutos ya mostrados.

Su poética  trasciende, va más allá de la física, bebe de la fuente de la cual han abrevado los grandes pensadores que en el mundo han sido, de aquellos hombres que vivieron hace siglos y que dejaron sus huellas en el sendero que trilla nuestro poeta. Dije que nuestro poeta Jiménez va más allá de la física, porque uno de sus temas primordiales transitan, con fuerte acento poético, la física cuántica, lo que sin duda alguna es una novedad como ideal estético; abriendo nuevos atajos en la búsqueda del sentido de la literatura, articulando todos los saberes humanísticos al ejercicio de la poética moderna, que tan  magistralmente domina.

Ramón Antonio Jiménez, también es un poeta que va por los trillos de la poesía mística, en ese su ejercicio de diario vivir con el que busca el término medio, como dijera Aristóteles; el equilibrio como sugiere el taoísmo. Coloco a Ramón Antonio Jiménez entre los grandes exponentes de la poesía mística,  como expresión de la espiritualidad,  la que él asume como una expresión de estilo de vida, como muy bien ha dicho él, y bien vive y comunica en su creación poética.

Nuestro poeta es natural de Valparaíso, Distrito Municipal de Jaya. Se puede afirmar que hay sitios, hay pueblos, existen lugares especiales donde emana una fuerza telúrica especial que incita al arte, a la creación; en este caso a la literatura. Ese lugar tan especial donde nació y se creció nuestro poeta, es un municipio de la  Provincial de Duarte, República Dominicana. Ramón Antonio Jiménez, no es cualquier poeta, no es producto del empirismo, es fruto del genoma del poeta con el que nació, y producto del estudio y del esfuerzo tenaz que lo ha llevado al sitial lirico donde está.

Es licenciado en filosofía y letras. Realizó diplomado en Educación Artística Integral y cursó Postgrado y Maestría en Lngüística en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, en la que es profesor en las cátedras de español y literatura. Formó parte del Taller Literario Yucahú, fue cofundador y dirigente nacional del Ateneo Insular, órgano del Movimiento Interiorista, promotor cultural y director de la editora Manjú J & P., Miembro Correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua; es creador del ideal taocuántico y director de la Comunidad Literaria Taocuántica.

No es casualidad que de este terruño llamado República Dominicana surjan voces poéticas de altos bates y de la calidad de Jiménez. El sol del Atlántico se impone en nuestras tierras como razón de ser. Las cordilleras se sumergen y tejen un cinturón que serpentea desde otros países hermanos, desde donde nacen los más importantes poetas latinoamericanos para el mundo. Dicho sea de paso, todas estas isla caribeñas están abrazadas por debajo del mar, son cordilleras, que una que otra vez, se levantan como un cayo, buscando el cielo, hacia la superficie del mar, abrazándose una con otra para formar así solar de islas, archipiélago también de voces enlazadas por debajo del aire.  Y así unidas van con fuerzas telúricas formando un collar de navíos estas islas del Caribe. Por lo tanto, como nos hemos de extrañar, que en estos bohíos respiren grandes talentos, como bien nos representa, en la poesía dominicana, el poeta francomacorisano Ramón Antonio Jiménez, creador exponente de la poesía taocuántica.

Nos llama a la atención, por lo que se acuna en esta obra, que más que ‘Raíces de agua’ ser, por su naturaleza un libro de poesía, también sondea la música, lo psicológico, la filosofía occidental y oriental, lo místico, así como la física en su grado más alto, que sin duda es la cuántica… pero, lo que más me toca es la musicalidad que imprime en sus poemas. Se aprecia desde el primer verso, un sentido musical exquisito, que Jiménez inocula en todo su contenido; incita un enriquecimiento espiritual y artístico. Invita a acercarnos, no solo al mundo metafísico-espiritual, sino también, al insondable misterio de la psiquis del hombre. El autor explica muy bien que una de las formas existentes para entender y testimoniar las vivencias trascendentales que recibimos de la infinitud del Universo es estar atento al significado simbólico; valernos de los símbolos, lo que no se puede decir con simples palabras; es ahí donde está la esencia de la poesía pura, que tal es su caso.

‘Raíces de agua’ sondea incesantemente la “música callada”, no solo en lo concerniente al concepto de “musicalidad de los versos” sino, al sentido mismo, al propio significado de lo que es “música y de lo que es poesía, y que Jiménez embebe en todo el libro, evocando este concepto más de diez veces en la totalidad de la obra. Y no es casualidad, la “música callada”, la música de los sentidos, la danza (mirada, sonido, corriente y sentido), como evoca el autor en su poema “La mirada del símbolo”,  hay que proyectarlo al intelecto para saborearlo.

Ramón Antonio Jiménez, de seguro, ha estado bebiendo de los grandes pensadores e investigadores de la psiquis. Y no es de extrañar, porque en su introducción, como algo novedoso, nos habla de imágenes arquetípicas, conceptos capitales de la psicología moderna; nos habla del poder de la intuición y de los conocimientos antiquísimos y estrechamente enlazados que nos han llegado del Tao, que es precisamente el horizonte donde se quiere inocular la sustancia del “Verbo”, lo divino, un tono poético del autor de ‘Rumor de eternidad’; y no puede, no puede explicarnos estos arrebatos de manera ordinaria; sí mediante el lenguaje con  que hablan los poetas: el protoidioma:

Entonces, las palabras están hechas ya de luz,

de sustancia sonora,

en el útero causal donde todo es primero”.

Y su sabiduría expresa lo que todo hombre iluminado, diría:

La poesía me ha salvado

aun de mí mismo

en esta búsqueda permanente del sentido del Ser”.

 

Y es que Jiménez se conoce así mismo,  ha entendido lo que hace siglos Sócrates advertía: “ergo sum”, conócete a ti mismo, y que hoy se encuentra en alguna parte del templo de Delfos. El autor de “Apología del insomnio”, obra que corre por los mismos ríos, apunta un alto conocimiento gnóstico y propio de platón, Platino (…), porque incorpora en su poesía, elementos atribuibles a esa corriente filosófica-espiritual  o sea, que el hombre anda por todos estos mares insondables del pensamiento filosófico, y lo hace con una pregunta consciente del conocimiento que en su subconsciente alberga cuando dice: 

¿Puedes tú

hija

entender esto

que seas tú mi madre

que ha vuelto

para enseñarme a como ser hijo

    y no esté yo solo en el mundo

Y haces que caminas

detrás de mí

pero son en realidad tus huellas

las que voy siguiendo

como a una lámpara inequívoca

develándome lo sucesivo? 

 

O este otro poema, ‘Cenit’ ( Pág. 77), que imprime, prácticamente, el mismo enunciado y donde el poeta insiste y perfila con una figura literaria única llena de significados, ‘Sombra hundida’  y que alude un discurso de advertencia: 

Con su sombra hundida en el mediodía

la garza está sola…

 

… Este día que será conmigo sucesivo

antes de ser enunciado del sosiego

ya era memoria

latir de huellas calladas

de lo acontecido

y lo que acontecerá 

Un símbolo que siempre merece la atención en todos los poetas que respetan el oficio es, ‘La sombra’, y que la ciencia de la psicología lo define como uno de los arquetipos principales del uso literario metafórico de Carl Jung, para invitarnos a profundizar en esa parte nuestra que desconocemos, pero que ejerce un gran poder en nosotros. Ramón Antonio Jiménez lo sabe, lo encausa en su discurso poético y lo expresa de la siguiente manera, en su poema, ‘El encantamiento (pág. 22):

En el espesor

de su cerrado círculo

la sombra abre sus párpados

para mirarme en su pozo…

…esa otra vida

a la que vamos sin máscara

                                 a transitar los hombres

que tantas veces temimos ser

a fabular que estamos despiertos…

 

En otro poema,  ‘La Mirada del símbolo’, Jiménez, quien también ha oficiado con los principales arquetipos en otras obras suya, como lo es ‘La presencia del miedo’, hace una alocución interesante acerca de la similitud de vida y la inquietante sustancia que vibra en los árboles que enlazan el cielo y la tierra con el viento. Nos recuerda en este poema el interesante argumento de Peter Wohllben,,  autor del libro: ‘La vida secreta de los árboles'.  Este investigador argumenta lo que Jiménez nos dice en su poesía a propósito de los árboles:

Sin crepitar

los árboles incendian de verde el viento

Hacen con su danza una hoguera

para ver sin penumbra

la etérea estela que va cantando

en su boca el cielo

Y, en este mismo poema, nuestro poeta utiliza, pesquisas, busca elementos del subconsciente y se hunde en sus vivencias que tiene en su memoria primigenia y lo explaya este tenor:

Y te comes

con atroz estruendo las palabras

sin saber que están en ellas

desde Adán hasta ti todos los hombres 

 

Siempre he dicho que para leer poesía hay que activar el intelecto. En otras palabras: hay que ser inteligente para interpretar, pero sobre todo para sentir, las grandes verdades que dicen los poetas. Señores, lo que este hombre está diciendo, es que la palabra ya existían antes de que nosotros existiéramos. Es una expresión mística, cuántica, primigenia, llena de sabiduría, en otras esferas, en el mundo de las ideas de Platón:

…Catedrales antiguas

archipiélagos de niebla mirándose

imprecisas sensorialidades en la memoria

batallas lujuriosas de monjes eunucos

acumulaciones palpitantes

frutas maduras de donde el día se fatiga…

Sabes ahora que no eres carne

sino alegoría en quien te mira

 

Hay aquí una desnudez de la personalidad en cada ser, de cada hombre en su género. Lo que el poeta esta diciendo es que somos el ayer hoy y el devenir, que somos en la eternidad de un instante que lo abarca todo, que nuestra esencia humana es un todo. Pero, lamentablemente, no se puede decir tanto, la poesía hay que saborearla, no es para explicarla y no está hecha para las masas sino para aquellos que vinieron al mundo con cierto grado de sensibilidad estética.

En el poema ‘El portal’, sigue esta comunicación arbórea; ahora hecho viento, danzando, subiendo a las nubes para que llueva y vuelvan a ser raíces, justificando así el título de su obra, cuando dice:

Entre estos follajes de luz

en los que sin fatiga trepa

el día sus andamios

me voy hecho viento danzando en levedad

a pulir las aguas en las que se mira el cielo

para que se hagan raíces

con las que la voz llama a la vida

en su caldo de números singulares 

 Y se mete de lleno, nuevamente, en su hondo ingenio del poeta que sabe bucear en los mares más profundos del subconsciente: caldo de metáforas en que se da “el embeleso” , el arrobamiento, el éxtasis que sintió el poeta: 

Yo que me creía de barro…

 

Esta suerte de poesía no es sólo sonidos, no es sólo música, hay

ahí muchas cosas que alimentan el espíritu:

Yo que me creía de barro

de impostora carne

también estoy vaporoso

Todas las cosas

en un instante de eternidad

puedo ver en mi consciencia

 

El poeta, al sumergirse en su mundo alado, liviano y espiritual, convierte la carne en su primera esencia, el barro  entiende los átomos que conforman la materia y proyecta su consciencia hacia los enteres, precisamente para hacer que su alma madure de experiencias y se valga de la parte espiritual que ostenta. Es aquí donde el poeta Ramón Antonio Jiménez, nos adviene con su canto, con su mensaje, con su lírica, arremetiendo con un verso que recrea la duda; nos hace recordar aquella imponente expresión del gran pensador francés, Descartes: “Cogito, ergo sum”, y que nuestro poeta, infiere, diciendo:

Nada es lo que ves afuera

Todo es niebla cerrada de espesor

Y te pierdes atientas buscándote 

 

Nuestro poeta ha bebido en la Fuente, la que trata de explicar lo inexplicable del inconsciente, y llena de esperanza la fuente de dudas que dejó Freud, a quien incluso, le dedica un poema, una ofrenda poética más de la psicología, si se quiere, que tituló, ‘Decir Freud:

Si despiertas en el fondo del sueno

abres una puerta y sales

y no logras regresar

no temas perderte

estás dentro

 

Yo diría más todavía: estos cinco versos resumen de un modo irrebatible todo los postulados relacionados con el inconsciente para los cuales necesitó Freud muchas páginas. De manera que pequeña tarea no es sentenciar a través del exquisito decir de la poesía tanto tiempo y arribo a las convenciones establecidas por la psicología moderna en brevísimas palabras, con la gracia propia de la auténtica poesía, y para lo que necesitó Freud, Jung y otros  muchas páginas y argumentaciones y aturdimiento de desvelo.

Una contraposición medular atribuible a San Juan de la Cruz, se exalta en el poema, ‘360 grados’ cuando de inicio, se lee:

Sin resplandores

el paisaje es un abismo

de verde música callada

Y desnudo de mí

puedo verme en la otra ribera con mi padre

de niños en el jardín donde aún estamos felices

sin entender nada

libres de insomnios

de terribles interrogaciones

 

De niña también mi madre canta con mi hija

Me enamora oírles

Todos los hombres que he sido

Me están mirando 

 El poeta Ramón Antonio Jiménez no es uno más, sino un fiel exponente de una poesía que ha ganado su merecido espacio en el capítulo de las letras. Sin duda ha logrado la gracia de conocer el valor y el sentido de la poesía; se le ve vivir vinculado a lo que profesa el ideal que  lo anima.