He mirado con satisfacción, el otorgamiento del Premio Literario Princesa de Asturias de las Letras de este año 2022 al dramaturgo español Juan Mayorga. Este premio es en reconocimiento de la labor escritural del autor de “Cartas de amor a Stalin”, un intelectual progresista, muy apartado del carácter belicista que se ha apoderado en los últimos meses del presente año de casi todos los europeos, en particular de los socioimperialistas españoles, franceses y alemanes. Esos que han asumido el papel de beligerantes armadores de fuego anticipado y fuego insito, atizado con saña en su lamentable papel de actores secundarios de los macabros juegos tragicómicos que escenifica la OTAN en el anfiteatro mundial; ahora en el escenario ucraniano, tras la intervención de la Federación Rusa a la hermana mayor eslava.

Parece como si con ese premio a Mayorga, pacifista de izquierda e intelectual honesto, la Casa Real Española quisiera desmarcarse de los desaguisados del borrego Borrell, jefe actual de la diplomacia unionista del decadente continente y del genuflexo fariseo Sánchez, presidente del país de la paella, del cante flamenco y del Quijote.

Juan Mayorga fue profesor nuestro, mientras cursábamos el doctorado en la Universidad Carlos III de Madrid, entre el 2003 y el 2007. La asignatura se llamaba -seguramente así la nombran todavía- "El dramaturgo como historiador".

Recuerdo que, como parte de los contenidos, analizábamos una premisa de la cual el profesor Mayorga es un apasionado. Se trata de las heridas históricas o heridas del pasado y su cura por cicatrización efectiva, no efectista, no cierre en falso de las mismas. Discípulo aventajado, aunque en la distancia, de Walther Benjamin, Mayorga mira la realidad literaria y escénica teatral con gran honestidad, con objetividad y como valor ético del artista comprometido críticamente con su tiempo.

En mi caso, aporté a los debates de la cuestión: La voz de los vencidos en la guerra, un estudio comparativo de dos obras, Los Persas, de Esquilo y, El Tuzani de la Alpujarra, de Pedro Calderón de la Barca. En ambas obras los autores otorgan voz al bando perdedor.

Vi en la obra del griego, que al entregar protagonismo a los personajes persas, este, tenía con ello un interés nada ingenuo. El soldado y dramaturgo griego hace uso de lo que hoy llamaríamos la guerra mediática, al servicio de la versión helenista de los hechos. Usa la voz de los personajes para destacar dos cosas fundamentales, ambas favorables a la causa griega. Pone a los ancianos persas en grado de murmuradores, acusadores de su rey Jerges, sus ambiciones y locuras, conduciendo al pueblo y ejército a una derrota segura frente a enemigos invencibles, protegidos por los dioses.

De tal modo que estos “fake news” de la antigüedad operan en la obra del también autor de Las Orestiadas como dispositivos preventivos, amedrentadores ante cualquier enemigo del futuro, interesado en lidiar con unas huestes poderosas y divinamente protegidas de los olímpicos.

La propaganda tenía más valor en tanto ella venía desde la razón y la voz del enemigo más poderoso de los griego, derrotado en las “Médicas” a pesar de su enorme número de efectivos y temible poderío.

En el otro caso, en cambio, en su obra Amar después de la muerte, que es el segundo adjetivo del Tuzani…, notamos en Calderón un espíritu conciliador, compasivo, sin soberbia ante la victoria, hasta comprensivo con el derrotado ejército morisco; Calderón no sucumbe al “pecado de hibris”como ocurrió con el otro intentando evitarlo.

El español, no obstante a ser el dramaturgo del reino, se muestra piadoso con el pueblo de esos viejos musulmanes o de “cristianos nuevos” hecho ruinas en las Alpujarras de Granada.

Así, y esta es la síntesis, hay heridas históricas que el tiempo transcurrido no consigue cerrar correctamente. Esas heridas, de no ser bien curadas, pueden ser de nuevo lastimadas por cualquier imprudente agente que las estimule a ello.

El liderazgo político occidental ha vuelto, de manera irresponsable, a lastimar las heridas que el resto de la gente común creíamos correctamente cerradas ya entre el Pacto de Varsovia y la OTAN con el fin de la Guerra Fría, que daba por ganador definitivo al sector atlantista.

La historia del dramaturgo, ha de ser entonces, no sé si la más verdadera, pero sí la más verosímil, la más creíble, logrando así su cierre definitivo y real, para que nadie pueda abrir jamás esas heridas de la historia. Son peores las recaídas.