I- INTRODUCCIÓN
La mirada, como facultad de situarnos ante nuevos universos tangibles e intangibles, también nos permite descubrir y autodescubrirnos, ante aquellas realidades que nos son imperceptibles, si no nos percatamos que ellas están ahí, en, y fuera de nuestros entornos.
Al mirar, hay otros que también nos miran. Cuando miramos una pintura, la pintura también nos mira y nos interpela. Ella sale del cuadro, se introduce en nuestro inconsciente y nos provoca una reacción de euforia o de espanto. Nos provoca un éxtasis.
Sentimos y vemos, como sus imágenes se mueven, a nuestro alrededor.
II- DESARROLLO
Ese éxtasis del espíritu, es lo que vivo, cada vez que fijo mi mirada en alguna pinturas del reconocido pintor e ilustrador dominicano, Román Castillo, catedrático de la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
Vivos colores, gente de barrio, expresión de nuestras costumbres cotidianas. Nuestra música y nuestros bailes. Grupos bailando, ataviados de coloridas vestimentas que simbolizan nuestros colores e imágenes de gente entregadas en música y baile, representando el espíritu y el alma de nuestra patria.
El azul, el rojo y el blanco se extienden por los límites de sus marcos, dejando instaurada una infinita simbología de signos, movimientos y gestualidades que le dan vida y movimiento a sus cuadros.
Mirar, en los cuadros pictóricos de Román Castillo, no se traduce en contemplar, sino en dialogar con imágenes y razón de interpelar y cuestionar la pintura y sus metáforas pictóricas.
Uno, cuando mira un cuadro de Román Castillo, se mira a uno mismo, se autocontempla, desde su rejuego cromático, porque hay un ritual de situaciones en armonías, desprendidas del pincel.
Son rostros que nos miran, para llenarnos de recuerdos, desde cualquier postura de sus imágenes. Tilapias, biajacas ("biejacas"), música y músicos, se deslizan, en un tropel de marchantas y ambientes barriales que nos configuran huellas de nuestras raíces identitarias.
Este es un pintor extraño. Habla a través de los trazos y los colores y su otra lengua, la de los símbolos y las configuraciones multicromáticas, nos dejan su errante narrativa, destellando relicarios de recuerdos. Así es el discurso de luz que brota de los movimientos y posturas de cada personaje asumido por este artista del pincel.
Para el pintor e ilustrador, Román Castillo, no es extraño el auto-dibujarse, porque, desde su interior suele autocontemplarse y se nos muestra ensimismado, extasiado en su fascinación por, y para el arte, sumergido en su propia aureola cromática.
Este es un trabajador sistemático del arte de pintar e ilustrar que procura construir caminos imborrables en su sendero, como creador.
III-CONCLUSIÓN
A manera de conclusión, puedo decir que, tanto en los cuadros, como en las ilustraciones de este pintor, hay marcas y grafias que son constantes en su travesía pictórica, como quien, a conciencia, va sincelando su estilo propio, muy personal, como artista, con el objetivo de delimitar su espacio y su impronta estética.
Hombres del barrio, de nuestro barrio, de su barrio, están registrados en su obra. Las marchantas con sus viandas o frutas de nuestra tierra, nuestros músicos, sus instrumentos y bailes, son parte integrantes de la sistemática hilación temática que sirve de soporte estético, a sus producciones pictóricas.
Llamativos trazos y marcadas líneas de enlaces extra e intraespaciales, van diseñando su arquitectura visual y comunicativa, para justificarse ante nosotros, como sujeto espectador.
Se trata de un poeta de la metáfora visual, vertida en tiempo y espacio, enarbolando la estética de la imagen.
Y para sorpresa del espectador, aquí, el pintor e ilustrador, en su aquí y ahora, es uno, como unidad ante el todo, para negar la nada, desde la mirada del otro, prefijando la cosmogonía multívoca y secular, a la vez, que se mueve, viviente y sintiente, de sus obras de arte.
En Román Castillo, el otro, como figura humana o como metáfora onírica, representa la imagen del todo.