(Fotografías de Luis E. Acosta)
Al fondo de la callejuela que nacía en la calle Mella, al oeste de la comarca, luego la calle Gastón Fernando Deligne, hasta el área del mercado municipal, en el este, en un sitio agreste donde abundaban los chivos, vivía la familia Moquete. Manjuila o Mimina Fernández era la matrona.
El pequeño pueblo del extremo suroeste, Pedernales, aún lucía aspecto aldeano con las viviendas de tejamanil habitadas por las familias originarias llevadas a partir de 1927 desde Duvergé por el gobierno de Horacio Vásquez. Pero la efervescencia cultural ya estaba en curso.
Allí se incubó la pasión por la fabricación de máscaras y disfraces y la voluntad por celebrar cada año el carnaval. Corrían los años cuarenta del siglo XX.
Los primeros artesanos, que además se disfrazaban y serían músicos de la banda municipal, fueron los hermanos Servio, Vicini y Negro Mimina (hijo de Mimina Fernández) Luego se integraron los hermanos Mancebo, comenzando por Milcíades (Nanano).
En los 50, en el patio de la casa de Atina y Memén, en la simbólica calle Juan López esquina Libertad, lo hacían sus hijos Joaquín (Carey) y Alibíades Féliz Pérez (Chichí Memén); Negro Minita, Aquiles Pérez (Aquilinazo, hermano del titán Clemente), Butí Galarza y otros amigos del vecindario.
Desde inicios de los 60, en la casa de Isidora Pérez (Lolola), en la 27 de Febrero, entre Duarte y Genaro Pérez Rocha, se enmascaraban Lolin, Ascanio y el hijo de la dueña de la casa, Fernelis Dotel.
Los jóvenes Apolinar Pérez (Chichito La Tuna) y Milagros Mancebo (Milagros Buenamoza) eran parte de la camada. “Milagros era un duro en la fabricación de caretas”, destaca Miguel Pérez, 83 años.
Nelson Galarza les siguió y era de los más llamativos. Tenía fama de súper veloz. Los mozalbetes debían tener “piernas” para escapar a su foete hecho con un mango de palo rústico atado a un lazo de cabuya y en la punta una vejiga de toro pedida en el viejo matadero municipal, camino a Anse -a- Pitre.
Su hermano Bulino fabricaba caretas y también se disfrazaba, como su hermano Leonardo (Palito Galarza). La casa del exoficial del Estado Civil y de los fundadores del Partido Revolucionario Dominicano en la comunidad, Francisco Galarza y Nila, en la Braulio Méndez frente al parque, era un activo centro de articulación de enmascarados de esa época.
Cuando salían a las calles, la misión de la muchachada que corría en todas las direcciones era, al reagruparse, identificar a cada persona detrás del disfraz a través de la estatura, el modo de caminar y los gestos conocidos en la cotidianeidad del pueblo. Y la de los actores, guardar sus disfraces, foetes y caretas hasta la próxima jornada de diversión gratuita porque la única paga para ellos era provocar alegría en la comunidad.
Como ellos, otros lo han hecho desde aquellos días en que el pueblo saltaba de emociones, pese a la distancia y al olvido gubernamental.
Del carnaval nacional
Los catedráticos Dagoberto Tejeda, sociólogo, y José G. Guerrero, antropólogo e historiador, han planteado que el carnaval “es la actividad más trascendente de la cultura popular dominicana”.
Lo catalogan como una celebración recreativa de libertad, integración e identidad a través de “las máscaras, la exageración, el sarcasmo” (Wikipedia).
Dos tipos de carnaval han sido identificados en República Dominicana: el de carnestolenda y el cimarrón.
El primero, de origen español, se celebra en todo el país a inicio de la Cuaresma, aunque ha ganado terreno en las fiestas patrias del 27 de febrero (Independencia Nacional) y 16 de agosto (Restauración de la República, 1863).
El segundo se origina en tradiciones africanas. En Semana Santa lo escenifican en comunidades donde hubo movimientos cimarrones durante la colonización española.
Cimarrones (jíbaros en Cuba) han designado los colonizadores españoles a los esclavos rebeldes escapados de las plantaciones durante el siglo XVII para vivir apartados e inaccesibles, pero en libertad, llamados palenques.
Los investigadores sostienen que el carnaval dominicano tiene influencia de las Antillas Menores inglesas a través de los cocolos. El personaje más trascendente de ellos son los Guloyas de San Pedro de Macorís.
Y producto de la ocupación haitiana, el Robalagallina.
El más común de todos los personajes es Diablo cojuelo, o Diablo cajuelo. En Pedernales le llaman Diablo cajuelo o Macarao. En La Vega, Cojuelo; en Bonao, Macarao y en Santiago Lechón.
Este personaje debutó en el primer en el “primer carnaval celebrado en América de 1520”, consta en el portal de la embajada dominicana ante el Reino de Bélgica, el Gran Ducado de Luxemburgo y la Misión ante la Unión Europea.
El texto explica que luego se expandió por América Latina y el Caribe adoptando las características propias de cada región. En República Dominicana se ha enriquecido con la herencia cultural africana y se representa en diferentes expresiones culturales y religiosas. Vestimentas y caretas tienen gran colorido. Resaltan los cascabeles, espejitos y cintas de colores. No es extraña la crítica social y política en las representaciones.
“Este personaje era un demonio juguetón que colmó la paciencia del mismo diablo y este lo arrojó a la tierra, lastimándose una pierna al caer, quedando cojo o cojuelo. De ahí que en su forma original el diablo cojuelo fuese una representación de un demonio cojo y malvado pero con el tiempo evolucionó hasta convertirse en un personaje más festivo y travieso”.
En Pedernales, los jóvenes que sentían pasión por disfrazarse los días de la Independencia (27 de febrero) y con más resonancia el Sábado de Gloria, primero, y luego en Domingo de Resurrección, madrugaban en el matadero municipal para recoger los “cachos” (cuernos de los toros) para colocar a las caretas y la vejiga que disecaban y luego inflaban para colocar en la punta del foete y así dar vejigazos.
Configuraban la máscara en un molde de barro, papel sobre papel, con pegamento, y, al final, los recortes y la terminación correspondientes.
De los pioneros
Julio Antonio Mella (Cucuyo), 82 años, es nativo de Pedernales, hijo de Pedro Mella, albañil constructor de la mayoría de las casonas con arquitectura vernácula que caracterizaban pueblo, como la que albergó a la logia Progreso de la Frontera (1952), en la Duarte frente al Cine Doris, quemada por “desconocidos” en los años duros de los 70.
El mismo Pedro Mella que hizo de capataz de los pobladores originarios que construyeron a pico y pala sobre roca viva el primer camino carretero Oviedo-Pedernales e instaló en los años treinta el primer trapiche para moler la caña que sembraba a la entrada del pueblo Genaro Pérez Rocha, uno de los primeros habitantes de la Sabana Juan López (Pedernales) en el siglo XX.
Cucuyo sitúa el origen del carnaval en Pedernales en los años 40.
“Tengo conocimiento, desde que era niño, sobre los carnavales de caretas, o cúcara mácara, como le llamábamos los muchachos de Pedernales. En esa época hacían una competencia de caretas y también carreras de cintas a caballo donde participaron Pedro Mella (agricultor y albañil), Maximiliano Fernández (comerciante); también participaron el abuelo de Chimbo y muchos más”.
Resalta que “en esa época, Vicini, como otros tantos, se dispusieron a realizar un carnaval todos los años”.
Pedernales no mancaba con sus tradiciones durante las décadas 40, 50 y 70. Para la celebración de la Independencia Nacional bullía en actividades culturales mientras la juventud desafiaba adversidades para estudiar en la universidad estatal.
La fiesta del Día de Santa Cecilia, patrona de los músicos, era esperada. Comenzaban con la alborada, seguía con actos subida de la bandera en la fortaleza y hermosos acto lírico-culturales que terminaban con una gran fiesta. Estaba en boga el poema que arrancaba risas entre los músicos, en boca de Pura Rivas, hermana de Inesita Rivas: “Si un músico te enamora, nunca le digas que sí porque siempre te dará de comer do, re, mi, fa, sol la sí”.
“Federico (Güingo), mi hermano, siempre repetía ese poema. Era una costumbre, en nosotros, los días de fiesta tocar alboradas, tocando merengues por las calles con la bandita de música a la que yo pertenecía”, acota Miguel Pérez, 83 años.
La fiesta de San Andrés o fiesta blanca, el 30 de noviembre era muy esperada. Los hombres impecablemente vestidos de drill blanco expresaban orgullo de sus trajes hechos a la medida por una de las modistas más finas del pueblo: Energina Moquete (Gina).
“Todavía recuerdo a mis primos Miguel y Federico (Güingo) interpretar la pieza Teléfono a larga distancia, uno dentro del local y el otro afuera”, resalta Elsa Pérez.
En el poderoso Partido Dominicano, en la Antonio Duvergé frente al parque central, realizaban a menudo actos “lírico-culturales” con derroches de talentos locales, aunque con la indeseable marca del endiosamiento obligado del Jefe (Presidente Trujillo).
Desde inicios de los 70 protagonizó el proceso el Club Socio Cultural, pero desde la perspectiva contestataria. Otros activaron conforme su misión, como los clubes Leo, Leones, René Tousignant y Carlos Sención Noboa.
Pedernalenses compelidos por circunstancias económicas y deseos de formarse profesionalmente para zafarse de la exclusión social marcharon para ser parte del ejército de residentes fuera de la provincia. Llamados ausentes, pero desde siempre han sido claves en el accionar cultural del pueblo.
El Colegio de Profesionales Universitarios de la Provincia Pedernales fue reconocido por un decreto único del presidente Héctor Bienvenido Trujillo Molina emitido el 7 de junio de 1958, tras analizar “el acta de asamblea celebrada el 20 de mayo de ese año en la que fue elegida la junta de directiva que deberá permanecer en funciones durante el período que terminará el día 31 de junio de 1950”.
Para la celebración de la Independencia Nacional del 27 de 1844, no faltaban el “palo encebao”, las carreras de bicicletas, en saco, a caballo y en bicicletas para engarce de argollas colgadas de cintas.
Recuerda Elsa Pérez que “también salían los macaraos, que disfrazados y con un foetes salían a dar gusto a la muchachada que corría detrás y delante de ellos, vociferando. Recuerdo que los años 50 hacían las caretas y se disfrazaban en el patio de Atina y Memén, que eran nuestros vecinos (Calle Juan López esquina Libertad). Allí iban sus hijos Tinito (Carey) y Chichí, Negro Minita, Butí, Negro Mimina, entre otros”.
“Butí se hizo experto en eso de hacer caretas. Aparte ellos se hacían unos disfraces con mucho colorido, muy atractivos. Ellos salían los días como el de la Independencia y Sábado de Gloria. La iglesia celebraba el Sábado de Gloria, no el Domingo de Resurrección”, cuenta Miguel.
Cruz Galarza relata que en tiempos de carnaval, a ella, Deyanira y otras amiguitas les vestían con trajecitos hechos en papel crepé a colores que –cree- hacía la modista Mireya Fernández, la esposa de Rubén Bretón, quien fue presidente del Partido Dominicano.
“Desfilábamos dando la vuelta al parque, era un atractivo para el carnaval”, precisa.
El director de la academia y de la banda de música municipal, Ramón Méndez (Mon Bulaca), y el exgobernador Leovigildo Méndez (Rubio Gelín), coinciden en que, en sus tiempos de niños, a inicios de los 60, fueron Chichito La Tuna, Milagros Buenamoza y Butí.
“Nosotros veíamos que Milagros salía discretamente de su casa para que no les viéramos. Salía con una fundita en las manos con su uniforme para disfrazarse en otro lado. Nosotros teníamos miedo a las máscaras; prácticamente nos orinábamos cuando las veíamos, eran bonitas con sus cachos (cuernos). Nosotros vivíamos en la casa de Luis Casquito, al lado de las viudas, como les decíamos a Yara y Leticia (en la Mella)”, narra Rubio Gelín. Mon avala el relato y sonríe.
Cruz María José Vilomar vivía en la 27 de febrero, a unos cuantos pasos de la Duarte, al lado de la legendaria Lolola, fallecida recientemente cuando coqueteaba con los cien años de edad.
“Yo estaba pequeñita y recuerdo a los muchachos que se enmascaraban. El hijo de Lolola, Fernelis; también Ascanio y Lolin son los que yo más recuerdo. Esa gente era un show”.
Critica que “el concepto de carnaval ya no se lleva a cabo como lo hacían antes. Antes, todo el mundo lo esperaba, especialmente los jóvenes. Teníamos hasta miedo porque nuestros papás nos decían: ¡Ahí vienen las máscaras! Y nosotros nos mandábamos de una vez. Era muy diferente. Cuando ellos se disfrazaban, nadie les veía ni nadie sabía quienes eran. Nos poníamos a adivinar quién era cada quien. Uno los identificaba por un algún gesto. Era muy diferente. Ellos se plantaban en un solo lugar y ahí iba toda la muchachada, y nos divertíamos, gozábamos… Ahora se ha dañado totalmente. En aquella época gritábamos: ¡Ahí vienen las máscaras! Ellos explotaban los foetes y nosotros corríamos y nos metíamos debajo de la cama. El carnaval debería organizarse como patrimonio nacional, porque lo es”.
Miradas del presente
Rafael Beltré hace un montaje de comparsas que desfila por algunas calles y termina con una demostración en la cancha municipal, en el centro de la comunidad.
“Desde que comencé a tener conocimiento, a los siete años, el carnaval se celebraba con caretas de cartón y periódicos hechas por los fallecidos Nelson Galarza y Rascacio, y por Japón, que aún queda vivo. Los disfraces los hacíamos de vestidos viejos que encontrábamos abandonados y les colocábamos tiras de otras telas a colores y papel crepé, y un fuete de la soga que, a veces, quitábamos a los animales. No se desfilaba en ese tiempo, si no que salíamos a los colmados y las calles a pedir dinero”
Precisa que los años 80 y 90, José Luis Castillo Infante (Tabaco) tuvo el comando de esa actividad, “pero después lo dejó y no sé por qué, y yo lo tomé en el 2000. En el 2021 no lo pude hacer por falta de recursos económicos. Cuando empecé, 28 mil pesos me daban para pagar a los grupos y comparsas, y hasta me sobraba dinero. La gente y los funcionarios cooperaban. Ahora, nunca he llegado a tener 400 mil pesos en las manos. Dije que me iba a retirar en 2025, pero el alcalde que ganó (Alfredo Francés) dijo que me va a ayudar”.
Fue imposible obtener la versión del alcalde sobre las perspectivas de tal expresión cultural y su significado de cara al desarrollo turístico.
José Luis Castillo Infante (Tabaco) explica su experiencia y plantea su posición para el presente y el futuro del carnaval.
“El carnaval de Pedernales lo hemos estado viendo como un bien de desarrollo cultural de la provincia de Pedernales y para rescatar valores de la cultura. Su existencia viene desde muy lejos. Tomó mucho auge durante las gestiones de la alcaldesa Amalia y el alcalde Victoriano Samboy. Ellos, a nosotros, que fuimos creadores de grupos culturales, nos dieron apoyo para celebrarlo”.
“Nosotros creamos Las Marchantas, que eran unas jóvenes que vendían sus frutos por la calle; Los Indios de la Sierra de Baoruco, Los Negros Esclavos, Los caníbales Los burros con pantalones, Los monteros (en homenaje a los criadores de ganados y cazadores de puercos y chivos cimarrones de Pedernales. Entre las personas que se enmascaraban recuerdo a Luis Aquiles, Papa viejo, Luis Yoi, que creó una comparsa de Robalagallina… Muchos jóvenes, muchas jóvenes. Era hermoso el carnaval de Pedernales. No era poner niñas a dar piquete y a hacer insinuaciones sexuales. Nosotros creemos en la cultura y es lo creo que se debe implantar en Pedernales. A mí lo único que me interesa es que la provincia Pedernales tenga un festival institucional”.
Asegura que en 2004 sometió una propuesta a la sala capitular solicitando la institucionalización de tales expresiones culturales y su celebración en el marco de las actividades del aniversario de la fundación de la provincia (1 de abril de 1958).
El artista plástico y profesor universitario, Dionisio de la Paz (Cano), cree que “el asunto del carnaval en Pedernales es muy complejo, delicado, porque han pasado muchas generaciones que no tienen memoria de las tradiciones carnavalescas”.
“Allá se celebraba el carnaval, por lo regular, en Semana Santa, y era gente que espontáneamente guardaba todos los años sus uniformes y, cuando llegaban las fechas, se enmascaraba. No había una institución que avalara eso como una tradición cultural; sin embargo, ellos salían y nosotros corríamos cuando nos daban los vejigazos. Eso fue menguando año tras año hasta desaparecer. Me parece que al pueblo habría reeducarlo en torno al tema del carnaval porque la generación que ha subido no está en eso, ni valora eso, y las personas mayores que están allá ya están muy avanzadas en edad. Habría que crear una cultura para ver si las nuevas generaciones se motivan. Se necesita una gran voluntad para diseñar y ejecutar un proyecto en esa dirección”, afirma.
Andrés Pérez y Pérez (Chichicito), exclubista, ingeniero, excatedrático residente de Estados Unidos.
“Los 27 de febrero salían los diablos cojuelos. Esos enmascarados parecían salidos de un cuento mágico. Tanto niños como adultos los seguían y participan en la actividad. Ellos mismos hacían sus máscaras, diseñaban y costeaban sus disfraces. El diablo cojuelo más emblemático de los años 60 al 70 era un señor de más de 6 pies de estatura, llamaban Tímpano, hermano de doña Linda Cumbero (Mamá Linda). Tímpano lucía su atuendo de manera impresionante. Tenía una agilidad felina y con su látigo que terminaba con una vejiga de toro inflada… Pocos nos escapamos de los latigazos de Tímpano”.
Chichicito considera que el carnaval de Pedernales debe ser la mejor apuesta para revivir y mantener las tradiciones como pueblo y así apuntalar la identidad cultural.
“Para lograr ese objetivo debe crearse un comité permanente del carnaval de Pedernales, integrado por representaciones de los clubes culturales, asociaciones estudiantiles, Ministerio de Cultura, Alcaldía, Gobernación, Asociación de Pedernalenses Ausentes (ASPA), las escuelas y otros grupos afines. El carnaval es patrimonio del pueblo de Pedernales”, destaca.
La presidenta de la ASPA, Ruth Villegas, expresa que la organización abogará por las sinergias Gobierno-sociedad civil en torno al tema y facilitará actividades para motivar la creatividad y hacer más auténticas las expresiones del carnaval y otras manifestaciones culturales.
Marilín Díaz, directora provincial de Cultura, opina que el carnaval de Pedernales tiene una importancia muy grande “porque, de esa forma, nuestra cultura, nuestras raíces, se trasmite de generación en generación, recuerdo cuando Tabaquito se disfrazaba, emocionante”.
Dice que se esfuerza para que expresión cultural se institucionalice mediante la articulación de los ministerios de Turismo y Cultura, las alcaldías, la gobernación y todas las organizaciones socioculturales de la sociedad de Pedernales.
El Gobierno ha dicho que ejecuta un proyecto de desarrollo de turismo sostenible que involucra a la comunidad.
El director ejecutivo y viceministro de Cooperación Internacional de Turismo, Carlos Peguero, ha reiterado que no solo habrá respeto absoluto por los recursos naturales, sino una interacción sostenida con la comunidad y la puesta en valor de su cultura y saberes populares
El historiador e investigador José Guerrero, autor de Carnaval, Cuaresma y Fechas Patrias (2003), miembro de la Academia Dominicana de la Historia, exdirector del Museo de Historia, entiende que en Pedernales hay muchas posibilidades para canalizar la creatividad de la gente y expresa su voluntad para colaborar hasta lograr ese objetivo.
“Se puede hacer algo bien novedoso, innovador, sin copiar a nadie, sin copiar a La Vega, ni a Santiago, ni a Barahona… Un carnaval de allí, sería un palo. Y no es tan difícil. Simplemente hablar, ponerse de acuerdo, y dejar a la gente en la creatividad, que de hecho tiene… Tendría que trabajarse a nivel institucional, la escuela es muy importante, los barrios y las instituciones. Los artistas, sobre todo. Un carnaval sin artistas es una pendejada”.