En 1945 Jorge Luis Borges publicó en la revista Sur de Victoria Ocampo el bello cuento El Aleph, sin duda uno de los cuentos más extraordinarios de la literatura universal. En 1949 lo incluyó en el libro homónimo que publicó ese año. Desde entonces ha pasado a ser uno de los trabajos más célebres del autor. El tema central gira en torno a un objeto —un aleph— que es una especie de calidoscopio que abarca no el mundo, sino, más bien, el cosmos. Es un objeto que contiene todas las cosas del universo y a su vez éstas pueden ser vistas desde todos los ángulos. Todas las formas y todos los puntos están en el aleph. Es el todo.

Turbulencia milenaria, mural de Ramón Oviedo.

Análoga situación ocurre con la obra pictórica del artista dominicano Ramón Oviedo, pues, como ese aleph borgeano, sus cuadros y murales parten desde un solo punto hacia todos los puntos; contienen el mundo, o más que eso: son el cosmos, puesto que el universo es reflejado y visualizado en sus infinitas posibilidades. Es por ello que el arte de Oviedo no es plano, sino esférico, pues sintetiza el universo en forma de esfera múltiple y, en consecuencia, no se resiste a una sola interpretación. Todas las interpretaciones son válidas y a la vez todas son erradas.

Es que, como en todos los grandes creadores, Oviedo crea un arte que va incluso más allá de la intención del artista. Ya lo he dicho, su arte es el cosmos. No hay tema humano que no esté plasmado en el arte pictórico de Oviedo, pues es una cosmovisión que lo abarca todo. Es que el arte es un universo de infinitos alcances: en él toda interpretación es posible, pero también, por eso mismo, toda interpretación es igualmente subjetiva. No se resiste a una sola mirada, sino que el arte, el verdadero arte, puede ser visto desde unas mil perspectivas diferentes. Esa es su esencia.

Oviedo tiene claro que es difícil para el ser humano olvidar sus raíces. Lo que le rodea, sobre todo en la infancia y en los momentos decisivos, queda tallado en la memoria del artista cual mancha indeleble. Sea como fuere, Oviedo ahonda en sus raíces y, con una cosmovisión que atrapa con garras de lince los momentos claves para su arte, transforma con mano maestra un instante, una escena, una realidad, un mundo, un cosmos. De ahí que su cosmovisión esté impregnada de una carga emocional que no es sino la materia del arte, la verdad del artista, vista a través del agudo y eficaz microscopio que visualiza y atrapa cada átomo de la materia que lo contiene.

Ese mundo totalizante con que pone en evidencia la fuerza artística de sus creaciones está en permanente comunicación con la idiosincrasia dominicana, sobre todo en los extraordinarios murales cuyos títulos son, por ejemplo: Raíces, realizado en la facultad de Arquitectura e Ingeniería de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD); Cultura tropical, en el Banco Hipotecario Dominicano (BHD); Turbulencia milenaria, en la Dirección General de Aduanas; y Bolívar es América, en la Embajada de Venezuela en República Dominicana.

Esa mirada múltiple del artista es igualmente obvia en sus principales cuadros, sobre todo en Forma milenaria, Ignorantes del tiempo, Especie inverosímil y Restos de un primario. Aquí Oviedo otorga como pocas veces estatura universal a la realidad dominicana, puesto que con su perspicaz mirada pinta la dominicanidad con un revestimiento de universalidad; estas pinturas no tienen fronteras; cualquiera que las vea con atención puede sentirse identificado con la realidad universal que proyectan. En ellas está plasmada la angustia existencial del hombre y el descalabro de la civilización y la barbarie.

Ignorantes del tiempo, cuadro de Ramón Oviedo

Oviedo plasma una escena que no es sino una novela épica, un universo total que contiene un tema que a su vez contiene todos los temas. Es, lo repito, un aleph borgeano, o, lo que es lo mismo, un libro infinito que contiene todos los libros, tal como el libro sin principio ni fin que aparece en el cuento de Borges titulado El libro de arena, cuyas páginas son infinitas.

Ese libro es también un aleph borgeano, como lo es asimismo esa biblioteca que contiene todos los libros en ese otro magnífico cuento de Borges cuyo título es La biblioteca de Babel. Y, por supuesto, en Oviedo la idiosincrasia dominicana es un aleph que contiene todos los temas, porque el artista parte de lo nacional a lo universal. Es que lo nacional, cuando es tocado por la magia del artista, adquiere estatura universal.

Oviedo pinta la dominicanidad en sus múltiples vertientes, y sin embargo se trata de una dominicanidad universal, o, más bien, una identidad, una identificación, que es dable en cualquier parte del mundo. Es una dominicanidad ciudadana del mundo. Es por ello que un español —como un estadounidense, como un francés, por ejemplo— puede sentirse reflejado en un cuadro o un mural de Oviedo. Es el mundo, el cosmos en miniatura.

Es un arte profundo que parte desde las más remotas raíces de un país bárbaro, pero en constante evolución. Sus raíces van desde lo indigenista a lo postmoderno, pasando por lo colonialista y existencial. En todo caso, es siempre la mirada de Oviedo, es siempre un tema dominicano que es a su vez germen y síntesis de todos los temas. Una biblioteca que contiene todos los libros, un libro que es todos los libros, un aleph que es la pantalla que refleja al universo.

Ver un cuadro o un mural de Oviedo es ser (al menos por un momento) Carlos Argentino Daneri viendo el cosmos a través del aleph; es ser Borges maravillado con un aleph que contiene a Beatriz Viterbo y que refleja —es lo mismo— un pensamiento que deviene en sustancia y cifra de todos los pensamientos; es, en fin, ser Oviedo contemplando el mundo, el cosmos en sus infinitas manifestaciones.

De ahí la perennidad de la obra de Oviedo. Una obra que es arte al más alto nivel y que, por ende, está destinada a sobrepasar la prueba del tiempo. Esta obra pictórica contiene los grandes problemas universales y desde un solo punto constituye un aleph borgeano que contiene todos los puntos y a todos los hombres. Es la Historia de la eternidad de Borges, cuyo tema es el de un hombre que es todos los hombres. Y desde luego la obra pictórica de Oviedo es, en fin, un aleph que contiene la eterna historia de un hombre que es todos los hombres.