En el mundo de la poesía, el poeta se presenta como un elegido, un servidor del Arte, esa deidad caprichosa que lo utiliza para dar voz a sus deseos más profundos. Ser poeta, entonces, no es un don común; es un privilegio que no todos poseen. Esta concepción del poeta como instrumento del Arte se encuentra profundamente plasmada en el poemario Condeno la noche y sus perros de caza de Ronny Ramírez, donde la voz poética, aunque sometida a los caprichos del Arte, utiliza su don para denunciar las cadenas que oprimen al ser humano dentro de sistemas deshumanizantes.

Este libro, a través de 32 textos que oscilan entre poemas y cuentos en verso, nos guía hacia realidades cotidianas, dichas de una forma en la que cualquiera puede identificarse. El poemario está dividido en tres partes en las que el autor despliega una crítica mordaz contra los sistemas contemporáneos que deshumanizan al individuo, revelando las sutiles pero profundas cadenas que aprisionan al ser humano en los ámbitos laboral, familiar y social.

La primera parte del libro, titulada Sueños desde mi cubículo, se constituye como un territorio donde la alienación laboral alcanza su máxima expresión. Ramírez utiliza la metáfora del trabajador como un engranaje desechable, desprovisto de identidad, reducido a una mera función productiva y ágilmente descartable luego de haber dado alma y sueños a unas manos que jamás defenderán la esencia verdadera de un ser humano.

En el poema «Aniversario», el autor despliega una crítica demoledora al mundo laboral que reduce al individuo a una condición de esclavitud moderna. El poeta retrata un sujeto atrapado entre «deudas e hígado graso», sujeto a «cadenas de esclavo» que depende «del capricho de algún funcionario». La nómina se convierte en un «libro celeste de la vida», un documento que determina y condiciona la existencia misma del trabajador.

Esta metáfora de la esclavitud laboral se profundiza en el anhelo de liberación. El sujeto poético aspira a volver a su naturaleza, a su amor primero, a «perderse en páginas de un viaje entre líneas». Es un grito de resistencia contra un sistema que le impide desarrollar su verdadero trabajo, su esencia más íntima; y me atrevo a señalar que es, en este caso, la labor del poeta.

El poema «Deshoras» lleva esta crítica a su punto más álgido, expandiendo la metáfora del encierro y la opresión. La imagen de la luna saliendo de un «escotillón» mientras el poeta se mantiene «cautivo y esterilizado» es una alegoría poderosa de la limitación en la que nos mantienen los sistemas. El término «cautivo» intensifica la sensación de prisión, retención, violación de una libertad y retención emocional, mientras «esterilizado» revela la incapacidad de crear, soñar o desarrollarse plenamente.

La referencia al «teatro de quienes barajan los destinos» introduce una dimensión política a esta opresión. Es una crítica a las estructuras de poder que manipulan el destino de los individuos comunes, subrayando la desconexión entre quienes detentan el poder y quienes sufren sus consecuencias.

La «oscura inercia de relojería» se vuelve una metáfora sobre la existencia contemporánea. Las acciones mecánicas, repetitivas y carentes de propósito representan la reducción del ser humano a un mero engranaje en la máquina productiva. El hablante acepta esta realidad con una resignación que roza lo trágico, pero no sin un dejo de cuestionamiento.

El momento más hiriente y, para esta servidora, cúspide del poema emerge en los versos: «Hasta sonrío cuando me piden / que deje ir otro día por el sanitario». Esta imagen condensa la crítica total al sistema: el tiempo, recurso más precioso e irrepetible, se convierte en un residuo descartable. La vida se reduce a un ciclo interminable de tareas sin sentido, donde el individuo es tan desechable como el papel higiénico.

Frente a esta realidad opresiva, Ramírez introduce elementos simbólicos que representan la resistencia y la preservación de la esencia humana, para lo que en realidad está llamado, para lo que en verdad le hace pleno que es este símbolo de la flor. La flor que emerge como el símbolo central de este proceso de preservación. En «Hora de almuerzo», el verso «No hay cadenas que retengan la pequeña órbita de las flores» se constituye como una declaración de principios. La flor representa la capacidad del ser humano de mantener su núcleo esencial incluso bajo las condiciones más adversas.

La segunda parte del poemario, Bajo el candor de la ciudad, amplía la crítica más allá del ámbito laboral, presentando un retrato urbano profundamente complejo. Ronny desentraña la ciudad como un espacio de múltiples contradicciones, donde una aparente luminosidad superficial oculta realidades profundamente sombrías.

La ciudad es mostrada como un escenario marcado por la violencia, la corrupción, el abandono y la deshumanización. Cada poema funciona como un lente que ve y expone diferentes capas de degradación social, utilizando imágenes que fusionan lo cotidiano con lo simbólico, mostrando tanto la esclavitud en el sistema como fugaces destellos de resistencia.

Otro de los temas presentes en este libro es la vulnerabilidad infantil que se convierte en uno de los núcleos más marcados de estas críticas sociales. Los niños y jóvenes surgen como las víctimas más indefensas de un sistema que los consume y maltrata sin misericordia. Poemas como «La fotografía que rondaba por el suelo» condensan esta realidad con una imagen devastadora: «El joven no aparece y su foto / se llena de días y plegarias». La fotografía se transforma en un símbolo de ausencia, de promesas rotas y esperanzas truncadas.

En «Las sombras del parque solitario», la imagen «Aquí quedó varada / la risa de un niño que nunca volvió a casa» genera un vacío existencial, exponiendo la fragilidad de la infancia frente a una realidad urbana hostil. La risa, símbolo de inocencia y esperanza, se congela como un momento suspendido, un recordatorio de la violencia que arrebata la vida y la alegría.

«La bella durmiente» lleva esta crítica a un nivel aún más desgarrador: «La niña que reía y soñaba con sábanas limpias / hasta que llegara el camión de la basura». La metáfora es fuerte en medio de su simplicidad. Los sueños infantiles, representados por las «sábanas limpias», se yuxtaponen con la imagen del camión de basura, simbolizando cómo los sistemas sociales reducen la infancia a algo desechable.

Tantas cosas que decir y tan poco el espacio, es mi sentimiento al momento de escribir sobre este libro. Pese a esta realidad quiero terminar diciendo que Condeno la noche y sus perros de caza, aunque pequeño en extensión es enorme en cuanto a significado e intención. El poeta busca cuestionar y señalar tantas realidades que parecen ser ignoradas por toda una sociedad. Nuestro poeta, Ronny Ramirez, ha parido una obra que no busca solo describir, sino provocar, cuestionar las aceptaciones tácitas y las resignaciones silenciosas que definen nuestra existencia. Finalmente, Invitamos al lector a no ser un mero espectador y a cuestionar su existencia de la mano de Condeno la noche y sus perros de caza.