María Teresa León (1903-1988) forma parte de un grupo de escritoras españolas del exilio republicano, al lado de Rosa Chacel, Concha Méndez, o Ernestina de Champourcin, entre otras. En 1960 publicó en Argentina Doña Jimena Díaz de Vivar. Gran señora de todos los deberes. Comprometida políticamente con la República, participó junto con Rafael Alberti en la fundación de la revista Octubre. Asimismo desarrolló una intensa labor de difusión y propaganda, tanto del teatro, como del Romancero, lo que explica su conocimiento de la España del siglo XII, que le permite dar vida a doña Jimena, esposa del Cid Campeador. Debe añadirse su conciencia de la situación de la mujer en las primeras décadas del siglo XX, sujeta al matrimonio, que la despojaba de libertades. En su obra narrativa invita a las mujeres a atreverse a ser felices, como ella misma, quien fuera una de las primeras en divorciarse en España.
En Doña Jimena Díaz de Vivar María Teresa León se inspira en el poema épico Cantar de Mio Cid intentado reconstruir la imagen de Doña Jimena, de quien nos transmite su dolor ante el presidio, el despojo de sus bienes y el destierro. La protagonista sufre el castigo a causa de las calumnias contra su marido, que urden los nobles de la corte de su primo, el rey Alfonso VI de Castilla, lo que pone en evidencia las tensiones entre nobles, villanos y soldados. Con dignidad, Jimena afronta el desprestigio del marido y se aferra a la esperanza de su triunfo, en las batallas que éste emprende contra los moros para ampliar las fronteras del reino. La autora juega con los datos recogidos en la Historia Roderici, y con los trabajos de Ramón Menéndez Pidal, aportando fechas, pero también fabulando a la manera de los juglares.
Entre la historia y la ficción emerge Doña Jimena, que ve partir al marido y debe refugiarse con sus tres hijos en un monasterio. Siempre a la espera de noticias, la mujer guarda las más estrictas normas de comportamiento. En la abadía se limita a sus habitaciones en compañía de otras mujeres, donde se dedicada a las labores propias de su condición, el bordado y los tejidos. Estas actividades se alternan con el trasiego de la cocina y los oficios religiosos.
Es muy significativa la intervención de la Iglesia en esta época que define lo que considera una “mujer virtuosa” y una “mujer pecadora”, según se acerque a la imagen de la Virgen María o la de Eva. Así la honra de la esposa está protegida y asegurada por la institución religiosa. Jimena Díaz de Vivar responde al estereotipo de dama de la nobleza, leal al marido, adornada con cualidades que le permiten sobrellevar con dignidad la adversidad. Se le atribuye capacidad para gestionar las propiedades y atender la crianza de sus dos hijas y del su hijo. Pero también se debe a ella la proyección de la fama de Don Rodrigo, buen vasallo injustamente desterrado, conquistador de tierras y riquezas que pone a los pies de su señor. Es Jimena la encargada de proclamar tanta lealtad ante el Rey, que todo lo da y todo lo quita.
María Teresa León nos sumerge en los valores de la época al dar cuenta de los hechos históricos fabulados que construyen el mito del Cid. Nacida también Castilla, la autora que vivió su niñez y juventud en Burgos, trae a su prosa la imagen poética de una tierra áspera donde Jimena comparte la vida familiar con los monjes de San Pedro de Cardeña, hasta que los caballeros del Cid vienen por ella, para llevarla a la ciudad de Valencia recién conquistada.
Tras la muerte del Cid en 1099, Jimena se convierte en señora de Valencia, asumiendo la dirección de la ciudad hasta el año de 1102, cuando Alfonso VI decide incendiarla y abandonarla a los moros, al no poder mantener esa plaza. Consciente del fragor de las batallas que se libran, Jimena se siente extraña en medio del lujo del palacio del rey Alcadir, ejecutado por los suyos. Comprende y calla lo difícil que es para los vasallos desamparados y proscritos ganarse el pan, y la confusión que convierte en enemigos a quien antes eran protegidos.
La figura del Cid se mantiene intacta a lo largo de los siglos, aunque para los nacionales encarnase la unidad de España, mientras que para los republicanos sería el símbolo de la resistencia. La imagen de Jimena, en cambio, se transforma ante la falta de datos sobre ella y da lugar a una rica literatura que ofrece distintas caras de la mujer. Antonio Gala en su obra de teatro Anillos para una dama (1973), le atribuye un romance con un sobrino del Cid. María Teresa León, por el contrario, nos ofrece un personaje femenino que suma a sus virtudes capacidad de liderazgo como gobernadora de Valencia, lo que subraya la capacidad de las mujeres en las distintas épocas.
Consuelo Triviño Anzola en Acento.com.do
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