Lo más difícil que recordaba hacer de pequeña era tratar de no pasarse de la raya al dibujar, aprender a hacerse una colita sola, ponerse en puntilla para cepillarse sin derramar ni una gota sucia en su uniforme y miles de cosas más, tan difíciles que de pequeña las maldecía mientras soñaba en crecer para no tener que lidiar con ellas; porque cuando crezca ya habrá aprendido, será profesional de lo ignoto y hará todo lo que quiera cuando quiera, mentiría si no se emocionaba al ver esos mancebos caminar con lentes y cigarrillos en la boca, esos momentos eran donde más ansias y anhelo podía sentir, porque la vida adolescente es vida libre. Ese era su deseo más intenso de toda la vida, crecer.
Lo más difícil para ella hacer hoy en día, ya adolescente, es todo.
La alarma suena cada mañana más fuerte e insoportable, siente las vibraciones incluso en sus sueños, si es que ese día logró soñar. Lanza un bostezo, el primero de los 876 que vienen en el transcurso del día y con toda fuerza almacenada se levanta. Siente que a sus ojos le pusieron millones de hojas hechas de oro, por lo difícil que es mantenerlos abiertos. Su color favorito es el morado y se ve representado justo debajo como 2 ojeras sirviendo de cama para sus ojos. Estirarse suena inútil, pues nunca pierde la tensión de su cuerpo, así que se dirige lo más rápidamente que puede al baño. Quita la sábana que tapa el espejo y con asco mira su reflejo; ¿Cómo llega uno al punto de odiarse?
Peina su pelo con la mano izquierda, que no tiembla y con la derecha recoge los cabellos que caen como negras cortinas al lavamanos, maldice como una canción al estrés que causa esa caída. Avance rápido a su baño que lo hace a oscuras para olvidar el cuerpo que lleva y las heridas de las cuales ella es autora. Lejanamente escucha el recuerdo de su risa cuando se bañaba con burbujas en todas partes, pero melancólicamente despide esa memoria y se da prisa, el mayor logro que considera hoy es no desmayarse en su baño del hambre.
La ropa que tiene es simple, una escapatoria material que la cubre, su ropa esconde todo lo que quiere esconder y muestra todo lo que hay que mostrar: manos, pies y de cuello para arriba. El pelo lo tiene suelto, el mismo color y estilo que tenía de pequeña; siendo entonces lo único que se aferra a su pasado, antes usado como modelo y ahora usado como cortinas para esconder su cara; su cara sensible a cualquier comentario o mirada.
Baja vagamente y se sirve el desayuno. “Sirve” se refiere a que cuenta la cantidad y se vuelve matemática, analizando que tanto le afecta cierto alimento y masa de este. Ya puede comer sin sentir una guerra en su barriga que es exiliada por su boca a escondidas de la noche con ayuda de sus dedos, pero todavía le cuesta eliminar aquel sentimiento de culpa cuando termina. Aunque por más que intente, no puede dejar la rutina de pararse en un espejo, juzgar su reflejo y con sus manos limpias agarrar su cuerpo con apodo “asqueroso”, en sus palabras. Tampoco puede parar de jalar la piel y desear poder arrancarla y reemplazarla; dicen que solo tenemos una vida y ella no quiere vivirla con este cuerpo, le aterra ese pensamiento.
Sube de nuevo para confirmar todas sus cosas antes de partir, baja la sábana del espejo de nuevo para practicar sus expresiones, logra imitar todas, excepto la felicidad. Esa emoción por más familiar y cómoda que sale de su lengua, suena tan lejana. Cada día la capacidad de mover sus músculos y sonreír se convertía en un esfuerzo agotador a los primeros segundos de intentarlo. Siente dolor imaginario al mover los labios, lucha con ella misma para lograrlo, lentamente su cara cambia y con toda fuerza, ahogando cualquier sentimiento de debilidad, logra sonreír. Una sonrisa tan bonita que se escapa una risa melódica como canto de ave; Cualquier interpretador nota que son máscaras que esconden el grito de ayuda y salvación.
Recoge sus cosas y abandona las deprimentes, porque si las lleva es avergonzada por todos y llamada malagradecida, dramática, buscadora de atención, perra y todo apodo que corta más profundo que cualquier cuchillito de afeitadora que ella había probado en su piel. Piel que todavía andaba con los fantasmas de los dibujos que se hacía de pequeña con la lengua afuera para que sea perfecto, ahora saca la legua y la muerde en concentración, para no cortar una línea recta sin ensuciar ni gritar.
Abre la puerta, da un suspiro de soldado y con el corazón en la garganta se dirige al colegio, instituto avaricioso de toda felicidad y gobernante de su vida. Por el se pasa su juventud encerrada escribiendo papeles de temas que no entiende, cuando antes se la pasaba corriendo y jugando con vecinos. Colegio, primordial razón por la cual hay tanta presión y expectativa deseada en sus hombros puestas por sus padres y sociedad, porque ahora su mera existencia y validación son sus notas y esfuerzo escolar, números y calificaciones verdes, no su persona y existencia, dos cosas que todavía intenta encontrar cuando tiene tiempo libre, que en plena honestidad, es nunca y aún así cuando lo intenta se le hace difícil, es que no sabe nada del mundo y la sociedad, si fuera a vivir en la calle, moriría perdida, el colegio solo le ha mostrado lo superficial y aunque en el proceso su intelectual verdadero sea sacrificado, se enfoca más en pasar el curso.
Aún así no desea regresar a casa, la última fase de su rutina es acostarse en su cama, contar hasta 10 y relajar su cara con todas las expresiones falsas mientras su mirada se vuelve borrosa a causa de las lágrimas familiares que caen, mientras se abraza, reemplazando los brazos de su abuela, su ángel de la guardia, ahora enferma rezando en su cama por misericordia. Su abuela es su persona, que cuando la ve se siente en paz y por un segundo, por más rápido que sea, se siente pequeña. Esa afección crece grande velozmente y lo único que ella hace es gritar, gritar más alto que sus pensamientos y memorias, para que estas se esfumen del susto y no vuelvan; grita con la esperanza de que todo se vaya y ella pueda empezar de nuevo.
Así que, con los brazos pegados a su cuerpo, se da el permiso de llorar, dejar que las lágrimas caigan y que expresen todo anhelo a vida libre y buena, vida sin cargas ni problemas, es decir, en toda realidad vida completamente inexistente. Siempre habrá problemas y cargas, todo depende de como uno agarra el peso y camina con ellos, presumiéndolos como coronas.
Se dice que una persona tiene una cierta capacidad para aguantar algo y ya la suya llegó al límite, así que cuando no le quedaba voz y volvió a sentirse como siempre, vacía y cansada, agarró la punta más filosa, contó hasta 10, al mismo ritmo que contaba cuando le tocaba buscar de pequeña jugando al escondite y al llegar al 1 no se volteó para buscar a sus amigos, sino que pintó de sangre sus muñecas y se acostó, no hubo beso de su madre para que se sanara, ni regalos de lo fuerte que fue, solo hubo silencio y viento que venía de la ventana que dejaba entrar la luz de la luna.
Ella desea decirle a su pasado que ser adolescente es fingir y ahogarte bajo tus propios gritos, pero si le dice eso le rompería el corazón y ya ella ha pasado por ese dolor como para otorgárselo a otra persona. Maldice su pasado por pedir tanto crecer y maldice su pasado por no apreciar su infancia, desea más que nada que ese deseo infantil desaparezca y que el universo no haya hecho caso. Lo más difícil para ella hacer hoy es aceptar la realidad de que creció, porque la vida adolescente es vida prisionera y su deseo más intenso de toda la vida es reiniciar, así que hoy lo hará realidad.
Contexto de Diario de un perdulario
Escribí este corto en algunos días, por puro aburrimiento e interés por el concurso literario del año 2022 anunciado en mi colegio. Tenía como idea escribir un cuento de un tema serio, como es los trastornos alimenticios y la depresión; quería enviar un mensaje al colegio sobre los daños que este puede causarle a algún estudiante y a la vez, quería mandar un mensaje transmitiendo lo que una persona puede estar pensando y sintiendo; en general, quería un cuento sobre un tema serio que haga al colegio abrir sus límites y relaciones con el estudiantado y su salud mental. Para escribirlo, me base en historias escuchadas y contadas por, tanto extraños, como conocidos en las oscuras de las noches, donde los secretos y experiencias suenan más fáciles para contar y aceptar.