Estaba oscuro no había ni una gotita de estrellas cuando nos dimos cuenta de que no estábamos en condiciones de protegernos de la guerra y de la muerte entonces nuestro fuego se transformó en nubes de humo allá en lo alto como recordatorio a nuestros descendientes de los peligros de caminar en este mundo. ​​

En el sueño se escucha el galimatías provocado por el ímpetu de la corriente subterránea. Estamos protegiendo la tierra, para muestra los vestidos empapados en sangre, vinagre, sal y cúrcuma. Se oye el rugido del río que dice “no dejéis de luchar, resistid”.

En los rituales del insomnio todo lo que queda es un rayo gris. Tiempo circular, el rocío esparce el charco de sangre pútrida en las mañanas. El encierro es una cabaña donde moriremos de hambre.

Y en el sueño la sangre deja de fluir justo en la desembocadura de un río subterráneo.

A pesar del peligro, es tan importante vivir, es vital luchar contra las astillas de hueso o el veneno de las flores osificadas; en nuestras manos reposa un puñal marcado de voces, duras y fuertes; y una conjura oculta que romperá con un filo las máscaras gigantes de bordes desiguales. Muy pronto un rostro despreciable sangrará desde las mismas entrañas de los palos de seda.

Invocamos el verbo del deseo y nos disolvemos en un enlace iónico. Nadie tiene la menor idea de lo que nos espera al otro lado. Las recién llegadas notan que aquí está oscuro, pero se sienten aliviadas por los destellos de luz. Dibujamos llorando líneas largas y simétricas. Hay hileras que crecen como troncos de roble, hay troncos de roble encima de otros troncos encima de otros troncos. Seguimos construyendo nuestra fortaleza.

La semilla germina cuando alcanza los límites de nuestros cuerpos. Y en el sueño la sangre deja de fluir justo en la desembocadura de un río subterráneo.

Con el paso del tiempo se nos ha hecho difícil escapar la maravillosa vista de saltamontes y ranas que nadan en arroyos cálidos rodeados de flora y fauna distintas a las que conocemos.