Vivir en la poesía, en la literatura, ya sea leyéndola o creándola, o ambas cosas al unísono, es la forma suprema de enriquecer la vida. No hay privilegio ni riqueza que se le asemeje, puesto que no es un trueque de cosas materiales, sino de los profundos intangibles que nos hacen humanos; asuntos del espíritu, del ánima, de la redención interior que precisamos para completarnos realmente.
Leer es crecer hacia dentro. Escribir es jugar a ser dioses. En los libros, la cárcel del tiempo cronológico que empieza a devorarnos desde que nacemos, estalla. Los segundos y minutos veloces que nos roen lentamente como las olas a los acantilados, se ralentizan, pierden maña y poder, y llegan incluso a detenerse.
En una página, en un poema, el tiempo se puede eternizar, o llevarnos del pasado al futuro con una libertad y naturalidad que quiebra cada posible ley del universo físico, y que solo es posible gracias al fuego de la imaginación, a ese deimon artístico del que fuimos dotados, que es también lo que nos dieron de divinos.
La autora de este libro que presentamos hoy alimenta a ese deimon escribiendo poesía. Rompe la realidad, o la mejora y fructifica, cristalizándola en sus versos una y otra vez. Bastaría penetrar cabalmente en el concepto que propone desde el propio título: ha ideado un coral submarino, pero no cubierto de coloridas algas, ni anémonas, ni pececillos nemos, sino resplandeciente de flores terrenales y “eternas”: un coral de rosas.
Que ellas germinen baja las claras aguas, que tal vez representan los mares interiores de su autora, habla de ese milagro que constituye la creación literaria, y de cómo nos volvemos capaces de darnos a los otros, y de abrirnos el alma para testimoniar que somos, y que estamos, para dejar constancia de esas germinaciones, desconciertos, dolores… de que está hecha la vida.
Los temas que aborda esta poesía son también los imperecederos, los de “siempre”, pero permeados de sustancia recóndita y personal vivencia, de manera que vuelven a nacer con la misma valencia, milagro y novedad conque nace una flor, puesto que las temáticas, como escribió Martí, vuelven a ser nuevas cuando son sinceras: el amor, la nostalgia, el tiempo devorante, el sutil erotismo y los combates alocados del sexo, y también, de manera especial, las bellezas de la maternidad…
La mujer que escribe esta poesía es un ser amantísimo, y su amor tiende escalas distintas hacia la pasión que tortura la carne, y hacia la carne que ha surgido de ella. A la primera, sentimos que puede renunciar, domeñarla y ponerla en su sitio; en cambio, la desaparición de la segunda implicaría un cataclismo tal que ella misma desaparecería, de perderla, por eso la escuchamos decir en el poema inaugural:
Con el Big Bang explotaron todas/ las partículas de mi amor por ti./ Se expandieron por el espacio,/ gravitaron en tu centro, orbitaron en tu cuerpo./ Como el aire, en todas partes se ensancha mi amor por ti,/ y también en lo bello (…)/ Todas mis células viven por ti,/giran en tu centro (…) /Es imposible destruir la inmensidad/ de mi amor por ti, o encubrir su certeza…/ Tú, mi universo.// [1]
La adoración de madre es sin dudar jamás el poder más potente. No tiene parangón sobre la tierra. La carne y sangre que se corporiza en una nueva alma, y que es la forma palpable del amor y del rotundo milagro de la vida, es un terreno fértil para la poesía. Para la poeta madre, la brújula cambia de sentido, aquello que antes podía atarla a la tierra, pierde de pronto todo su sentido y un nuevo centro determina y domina: el fruto de su vientre. En él comienzan y terminan las aguas, es Big Bang, holocausto, renacer, y es universo nuevo.
Kelsy Wilmot consigue registrar esos florecimientos y pasiones, que es también un deber de la poesía: canto íntimo, canto nuestro de amor, evanescencia… La poesía, bien lo afirmó un maestro alguna vez, coloca ejes interiores, por eso tiene una enorme influencia en nuestras vidas. Con ella no podemos construir una casa, pero sí construimos el mundo interior de aquellos que van a habitarla, y por tanto, añadimos un ingrediente que no puede poner la arquitectura. Podemos construir una catedral, pero si los seres humanos que la utilizarán no están comidos del ansia humana de trascendentalidad y espiritualidad, no habremos hecho nada; pues quien enciende los cirios, en la noche del alma, es la poesía.
Esta función única del arte poético, que nos completa, es entendida por la poeta, a su modo, por eso, no elude tampoco los conceptos. En la nota de contracubierta que acompaña a Coral de rosas, leemos: «La poesía es también vivencia cotidiana convertida en letras. Que tire la primera piedra aquel a quien el amor no ha tocado con su encanto o arrancado una lágrima de tristeza».
Y de inmediato, invita
… a nadar en las aguas tibias de este poemario. Trae contigo una cesta de flores para recoger los poemas con los que te identifiques, y otra, para los que dediques. ¡Atención a la profundidad del coral, porque podría evocar infinitos recuerdos! Te darán ganas de amar, de reír, de llorar, de reflexionar…[2]
Cuatro infinitivos como cuatro deseos, en los que cabe un mundo. Kelsy ha mostrado en estos cuarenta y dos poemas, una parte notable de su alma, y los ha dedicado nada menos que “Al amor y al desamor”; y también, como ven, los lectores tenemos la tarea, cual si fuera una ofrenda, de venir preparados con un “cesto de flores”, un canje sensitivo al que no se podrá resistir: flores por poemas, y cada poema, flor…
La ternura y la delicadeza con que Kelsy Wilmot aborda sus más caros sentires, denotan una voz completamente femenina, abundante en personificaciones y facetas, así, la vemos declararse “marinera, capitana triste, muelle, velero, otoño, tierra prometida, belleza revelada y arcoíris”. Oigamos, por ejemplo, el poema, Soy otoño:
Soy puro color vivo/ para resplandecer ante tus ojos./ La suave brisa que te hace renacer,/ la majestuosidad de la creación,/ belleza revelada soy, arcoíris, y otoño…//[3]
En Marinera, afirma:
Soy una marinera sin velero,/ sin brújula ni orientación;/ un cuerpo cubierto de sales/ y algas verdes./ He anclado en un puerto muerto de aguas rancias./ Todos los peces flotan, putrefactos,/ para recordarme el hedor de mis heridas./ Soy una capitana triste,/ retazos de lo que un día fueron/ mis glorias y conquistas./ Vivo un anatema… mi velero no navega ya,/ no soplan vientos ni a favor ni en contra./ Se ha detenido el tiempo en el puerto/ muerto de mis tristezas.//[4]
Puesto que la poesía también es homenaje, y aun en medio de las cuitas de amor más irascibles y funestas, Kelsy muestra especial delectación en reconocer y rendir tributo a la belleza natural, a los seres humanos y al talento. Un ejemplo de ello es el poema Arte en boga, donde, desde su propio título, inteligente juego de palabras, celebra la vida de la actriz, bailarina y presentadora de televisión dominicana, Nashla Bogaert:
Déjame habitar tu piel para ver correr/por tus venas tu esencia divina color sangre./Déjame ver multiplicarse tus células de perfección, /sentir los latidos de tu bondadoso corazón, /tu apacible ritmo y tu cuerpo rebosante de vida./
De este modo, desde la lejana Italia, donde vive, Kelsy se asombra y canta, emocionada, los dones de esta beldad tropical que es la Bogaert, una manera singular de mantenerse conectada a su tierra, a su gente, a su naturaleza, y al arte que los mueve.
Eso también es el Coral de rosas: antena, conexión, reconocimiento y raíz, y por eso su autora ha decidido, sabiamente, que viera primero la luz en su tierra natal, como el grato libro que es, antes de emprender viaje hacia el antiguo continente donde acaso se adherirán a este coral, otras flores exóticas, pero donde nadie olvidará que supieron relumbrar, primero, en nuestra amada isla, en nuestro trópico.
Concluyo, pues, suscribiendo de manera plena la amable invitación de su autora, cuando nos dice: “Deléitate en sus páginas cual si fuera un arrecife de coral en tierra firme; porque la vida no sigue una línea recta, está en constante movimiento, como las olas del mar”.
[1] Mi universo, en Coral de rosas, de Kelsy Wilmot, Río de Oro Editores, 2023, p. 11.
[2] Nota de contracubierta, ob. cit.
[3] Soy otoño, ob. cit. p. 25.
[4] Marinera, ob. cit. p. 15.