1-¿Cuándo inicia su relación con la literatura?

Desde que era un muchacho me sentí atraído por las historias que leía en el colegio, primero en el libro de lectura Marta y Jorge, del escritor uruguayo Constancio C. Vigil, que me cautivó cuando cursaba el cuarto grado de primaria, a mediados de los años cincuenta del siglo pasado. Ese libro permaneció en mi memoria emocional, hasta que mi amiga Sara María Rivas, a quien le había contado de esa temprana fascinación, hace unos años me dio la grata sorpresa de obsequiarme un ejemplar usado que había conseguido en Amazon, y que ahora conservo lleno de nostalgia.

Pero, en realidad, los inicios formales de mi relación con la literatura comenzaron cuando mi primo Héctor Almánzar, que entonces estudiaba derecho y venía de tiempo en tiempo del Cibao, donde residía, a la capital, me llevó en 1960 a la Librería Dominicana, del recordado don Julio C. Postigo, entonces la más importante de la ciudad, donde quedé deslumbrado con las ordenadas estanterías de libros que vi, y puso en mis manos un ejemplar de las Rimas y leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer, de la popular editorial Austral. Recuerdo que llegué a memorizar todas las rimas del llamado «Libro de los gorriones», que me han acompañado siempre, aunque aquel tomo lo perdí por haberlo prestado. Después de ser inoculado con el virus de la lectura, no he dejado de leer.

2- ¿Cuál género literario prefieres como lector y cuál como escritor?

En realidad, no tengo preferencia exclusiva por un género específico, aunque debo confesar que el cuento es el que más me atrae y he cultivado, seguido por la poesía, la novela y el ensayo, sobre todo el histórico, las memorias y biografías, y, por mis estudios universitarios, la sociología. Ahora leo solo lo que considero que vale la pena. Autores que puedan atraparme, conmoverme, deleitarme, enseñarme. Autores indispensables de las letras universales cuya lectura no alcanzaríamos a realizar ni siquiera durante una larga vida. Hoy no pierdo tiempo ocupándome de libros mal escritos, abstrusos, superficiales, estúpidos. Sin embargo, me emociona cuando cae en mis manos una obra espléndida por su belleza y la profundidad de su contenido, verdaderas rara avis en los tiempos que corren. No quiero mencionar nombres de escritores predilectos, porque son muchos y la lista es demasiado extensa. Pero debo decir que los libros me han salvado en mi trayectoria vital de casi ocho décadas. En ese viaje que es la vida para un ser humano en cualquier parte y época, los libros han sido para mí verdaderas tablas de salvación, por lo que estoy muy agradecido.

3- ¿Cómo influyó en usted la cercanía con don Manuel Rueda?

De eso he hablado ya extensamente en varios ensayos («Manuel Rueda, otra vez», es solo un ejemplo), pero diré que lo conocí viéndolo y oyéndolo tocar el piano por televisión en La Voz Dominicana, en la que él explicaba e interpretaba breves obras clásicas que había seleccionado, en un intento didáctico que luego no continuó. Me refiero a los años cincuenta del siglo pasado. Después, siendo estudiante de piano en la Academia de Música de Villa Francisca, como discípulo del maestro Luis Emilio Mena, me aficioné a los conciertos y recitales que se presentaban en el Palacio de Bellas Artes. Allí estuve en primera fila cuando, en 1966, Rueda estrenó en el país el Concierto para la mano izquierda en re mayor de Maurice Ravel, del que hay algunos elementos en mi cuento «El zurdo». Cuando se lo leí, siendo ya amigos, se sorprendió al encontrarse convertido en personaje de la historia.

Pero el gran aprendizaje que me proporcionó la cercanía con él comenzaría en realidad en 1978, cuando estaba inmerso en la redacción de Estudios de poesía dominicana (1979), y él me recibió en su estudio para escuchar el ensayo sobre su poesía que yo había escrito para esa obra. A partir de ese momento comenzó una relación de maestro-aprendiz-amigo que continuó hasta su despedida final, el 20 de diciembre de 1999, y que incluyó a Ida, mi esposa, y también a mis hijos Ernesto, Yelidá y César, a quienes él quería mucho.

Es difícil para mí resumir lo que significó Manuel Rueda en mi trayectoria como ser humano y escritor. Tenía una inteligencia excepcional, enorme agudeza, y parecía haberlo leído todo. Como músico era una autoridad indiscutible entre los compositores e intérpretes de aquella época, los establecidos y los bisoños. Sus años en Chile, donde perfeccionó sus estudios de piano durante más de una década, le permitieron adquirir una formación artística superior. Por eso, cuando retornó definitivamente al país, a los treinta años de edad, se convirtió en la primera figura de nuestro medio cultural, primacía que conservó hasta su fallecimiento, casi medio siglo después. Por otro lado, como escritor tenía un ascendiente innegable en el ámbito literario nacional, respetado por todos, y temido por muchos, esto debido a su compleja personalidad, porque podía ser muy cáustico en sus opiniones, las cuales no ocultaba y exponía con una sinceridad que a menudo generaba rencores enconados.

En mi caso particular, Rueda fue maestro, mentor y amigo. Maestro severo, mentor exigente y amigo generoso, pero complicado, pese a que, aunque no soportaba la mediocridad, no era mezquino ni envidioso. Yo no tenía con qué devolverle sus orientaciones y sabias enseñanzas. De todo lo que aprendí en esos veinte años de estrecha relación en la que no siempre sus juicios eran de aprobación y aplauso, sino de rigurosidad permanente ―lo que hace crecer a uno como escritor―, uno de los rasgos que más admiré en él fue su honestidad para no traicionarse como artista. Pero tuve la fortuna de apoyarlo en sus proyectos literarios, y presentar o prologar algunas obras suyas, como Todo Santo Domingo (1982), Papeles de Sara y otros relatos (1985), Las metamorfosis de Makandal (1998), que desde mi posición de director cultural en el Banco Central envié a concursar al Premio «Don Eduardo León Jimenes» de la Feria del Libro y obtuvo el galardón en 1999, meses antes de su muerte.

Cuatro años antes, en 1995, deposité personalmente en la sede de Cultura Hispánica en Madrid, el texto inédito de Retablo de la pasión y muerte de Juana La Loca, que recibió el Premio Tirso de Molina de ese año, para regocijo de su autor y admiradores, siendo el único dramaturgo dominicano que lo ha obtenido hasta ahora; así como el estudio preliminar a Materia del amor (1994), Bienvenida y la noche (1995), y Manuel Rueda, Premio Nacional de Literatura 1994 (2006). Con gran provecho trabajé con él en Dos siglos de literatura dominicana. Siglos XIX y XX. Poesía y Prosa (1996), luego retitulado, para la edición de la Fundación Corripio, Antología mayor de la literatura dominicana, siglos XIX y XX. Poesía y Prosa (2000); y haber seguido estudiando y analizando su obra más allá de su desaparición física, como lo prueba el estudio preliminar a Luz no usada, obra de poesía inédita publicada por la Fundación Corripio en 2005.

Una foto inédita en la que parece, a la derecha, Marcio Veloz Maggiolo, en una reunión de escritores de diversas generaciones, en casa de Ángela Hernández. Figuran entre otros, Laura Patricia Gómez, Roldán Mármol, Norma Santana, Yolanda Ramírez, José Alcántara, Ida Hernández, Manuel Llibre, Luis Martín Gómez, Jacqueline Ceballos, Ligia Minaya, Armando Almánzar, y Marcio Veloz (estos tres últimos, EPD). Foto tomada por Danilo Manera.

4- ¿Cómo fue su relación con los escritores de su generación, por ejemplo, Marcio Veloz, Freddy Gatón Arce?

Con Rueda, tengo entendido, su relación fue de amistad y mutua admiración, aunque él y Marcio no eran de la misma generación; Freddy, sí, desde los tiempos de La Poesía Sorprendida, y fueron amigos entrañables. En mi caso particular, diré que entré en contacto y amistad con Freddy Gatón Arce y Marcio Veloz Maggiolo cuando ingresé como jurado de ensayo a los Premios Siboney, por decisión unánime de sus integrantes, para sustituir a otro de mis mentores, el poeta Héctor Incháustegui Cabral, que había fallecido en los días del huracán David en 1979. Yo tenía entonces 33 años de edad; de manera que era un imberbe entre ese grupo de grandes escritores que formaban los distintos jurados de los Premios Siboney, nada más y nada menos que Manuel Rueda, Freddy Gatón Arce y Máximo Avilés Blonda en «Poesía»; Virgilio Díaz Grullón, Ramón Francisco y Antonio Zaglul (había reemplazado a Freddy Prestol Castillo cuando este falleció) en «Literatura»; y Pedro Troncoso Sánchez y Hugo Tolentino Dipp en «Ensayo». El secretario de los galardones era Marcio Veloz Maggiolo. Durante los años de vigencia de los Premios Siboney no hice sino aprender de su ejemplo de vida y su sabiduría, al amparo de esos colosos de las letras nacionales. Me estremece pensar que han fallecido todos, y que soy el único sobreviviente.

De Freddy Gatón Arce, gran poeta y valiente periodista como director del vespertino El Nacional en la dura etapa de los Doce Años de Balaguer, he escrito mucho, prácticamente se hallarán mis comentarios de casi todos sus libros, y también me beneficié de su amistad y su digno ejemplo de vida, y el de su esposa Luz, que lo acompañó hasta su partida final. De Marcio, el narrador dominicano más notable de su generación, tuve la satisfacción de comentar libros suyos, y de que él tuviera la generosidad de presentar mi quinto libro de cuentos, La carne estremecida (1989). El paradigma que representan todos estos escritores no se puede resumir en unas cuantas líneas. Pertenecen a una generación de maestros que dejaron obras fundamentales en la literatura nacional, y, algunos de ellos, un modelo de vida que les ganó el respeto y la admiración de sus coetáneos.

5-De sus viajes de estudios fuera del país, ¿qué experiencia escritural le ha dejado huella?

El único viaje de esa índole que he realizado ocurrió en el verano de 1971, cuando recibí una beca de la Alianza Francesa, para estudiar literatura y civilización francesas en el Centre International d’Études Françaises en la isla de Guadeloupe, antilla francesa. La experiencia quedó reflejada en mi cuento «La muchacha que conocí en Guadeloupe», que inicia la colección Viaje al otro mundo (1973).

 6-Usted ha sido testigo de primera fila del nacimiento de muchos libros y autores, ¿Cuál es su balance de la calidad y cantidad de la literatura nuestra en la actualidad?

Me mantengo leyendo ―es verdad que siempre atrasado―, mucho de lo que se publica en nuestro país. Creo que hay bastante hojarasca que no quedará, montones de obras desdeñables, porque no tienen nada que aportar. Por eso echo de menos las de los grandes maestros de la literatura dominicana ya desaparecidos. Pero no hay que justificarse con lamentaciones. Sin duda tenemos unos cuantos escritores establecidos, hoy en su madurez, que han tomado el relevo que dejaron los grandes, con obras importantes e innovadoras, amén de una serie de escritores más jóvenes que están incursionando con acierto en la escritura, no solo aquí, sino en el exterior, como lo demuestran los galardones otorgados a varios autores en certámenes internacionales. No doy nombres, para no complicarme ni pretender ser juez; solo espero que podamos seguir adelante, tratando de romper las barreras insulares, tanto materiales como espirituales.

7-Asumiendo que la literatura dominicana necesita más proyección internacional, a su juicio, ¿qué debemos hacer para lograrlo?

Se necesita más apoyo oficial para lograr esa proyección, tal como hacen otros países con sus autores y su producción literaria. Pero también más iniciativa privada, aunque estimo que no tenemos aquí verdaderas casas editoriales que puedan difundir las obras de nuestros autores en otras latitudes, aparte de que las ediciones patrocinadas resultan muy reducidas. ¿A dónde puede llegar una tirada de mil ejemplares, que es lo usual en nuestro medio?

8- ¿Su labor al frente del Departamento Cultural del Banco Central ha limitado en algún modo su producción literaria?

Sí, la ha limitado, y eso se nota en la disminución del número de obras que he publicado en los últimos treinta años. Son muchas horas dedicadas al trabajo diario, que han reducido notablemente mi tiempo de entrega a la escritura. Sin embargo, puedo decir que en el Departamento Cultural del Banco Central de la República Dominicana he sido no solo dichoso durante casi tres décadas ininterrumpidas (ingresé a la institución el 25 de agosto de 1995), sino también respetado y admirado por el gobernador y amigo Héctor Valdez Albizu y demás autoridades, y querido por algunos colegas con los cuales he tenido el privilegio de trabajar y colaborar. Me muevo en un mundo que parece creado para mí; un espacio que ocupa todo un piso de la antigua sede de la institución, con una biblioteca económica que marcó mi entrada a la entidad como subdirector, un museo numismático, único en su especie, y un programa editorial que me ha permitido, con el apoyo de las autoridades, fomentar lo que hemos denominado «la cultura del libro», con más de 260 títulos publicados entre 1996 y 2024; relacionarme con artistas y escritores de diferentes generaciones, y, como si fuera poco, un importante concurso de economía que es paradigma en la región, otro concurso de arte y literatura para empleados y pensionados, un coro de voces, audiciones musicales, así como talleres y cursos que se ofrecen continuamente al personal de la institución.

9-Desde Antología de la literatura dominicana [1972] hasta Manuel Rueda único [2021] ha corrido mucha tinta. ¿Cuál de esos libros es más entrañable para usted?

Cada libro tiene un significado particular para su autor, pero si tuviera que elegir uno solo, diría que es La aventura interior (1997), del que acaba de salir una tercera edición. Lo digo porque es un libro muy personal, cuya bibliografía activa pone de relieve mi trayectoria de escritor desde los tímidos inicios en 1970, con artículos en cierto modo escolares, publicados en la antigua revista ¡Ahora!, sobre la sociedad dominicana, hasta el presente.

10- ¿Qué extraña José Alcántara Almánzar de sus días en las aulas en donde fue docente?

No quiero caer en el estereotipo, o el lugar común, diciendo que «cualquier tiempo pasado fue mejor», pero hay cosas innegables. Dejé las aulas de la universidad hace un cuarto de siglo, y ya entonces el deterioro que advertía en las mismas era muy grave. Muchos de los que llegaban a la universidad lo que buscaban era un título (hoy es peor), que certificara su status profesional, y no siempre investigar ni aprender. Desde mis tiempos en el Colegio Loyola hace más de medio siglo, pasando por la UNPHU durante una década, hasta el INTEC, donde estuve veinte años como profesor coordinador de la asignatura «Ser Humano y Sociedad» y responsable del Círculo Literario durante cuatro años, he sido testigo de grandes cambios en la sociedad dominicana en todos los campos. El crecimiento económico es el más evidente, con la macrocefalia de las urbes y el dislocamiento de la vida colectiva, así como las desigualdades sociales y la inseguridad ciudadana para cualquiera que observe la realidad circundante. Pero en el área de la educación ―la primaria, la secundaria y la universitaria―, hemos ido descendiendo. Los estudiantes no tienen capacidad de hacer una buena lectura comprensiva, y llegan a la universidad con faltas de ortografía y sin saber leer ni escribir; una vergüenza, como lo testimonian los índices internacionales. Entonces, lo que extraño se ha perdido, no hay rigor, ni concentración, ni esfuerzo, ni dedicación para alcanzar un estadio que nos ponga a un nivel, no digo superior, sino por lo menos satisfactorio.

11- ¿La sociedad dominicana a ratos parece un rompecabezas, ¿cómo la ve el sociólogo desde su perspectiva?

Nuestra sociedad exhibe índices económicos envidiables que nos sitúan por encima de otras naciones de la región, pero está socavada por lacras ancestrales que se han empeorado en este siglo, como la corrupción, el narcotráfico, la impunidad, agravados por la crisis ética y la complicidad de los gobiernos, evidenciada en la degradación política hoy convertida en instrumento de enriquecimiento, el deterioro de la familia, el consumismo, entre muchas otras. De todo eso he escrito en mi libro de ensayo Reflejos del siglo veinte dominicano (2017), que pocos advirtieron cuando se publicó.

12- ¿Cuál es su opinión en torno al ejercicio de la crítica literaria en nuestro país?

Me disculpo por no opinar al respecto, ya que no me corresponde enjuiciar el ejercicio de la crítica en nuestro país, pues yo también la he realizado durante muchos años, desde la perspectiva de la sociología de la literatura.

Santo Domingo, 12/12/24.