Correspondió a monseñor Emmanuel Clarizio jugar un papel estelar en nuestro país, aún no del todo conocido y valorado, en medio de uno de los lustros más tormentosos de nuestra historia contemporánea, el que transcurrió, como titulara Balaguer uno de sus textos, “entre la sangre del 30 de mayo (el ajusticiamiento de Trujillo) y la guerra de abril de 1965”.
Las relaciones entre la Iglesia y el Estado experimentaron un giro inesperado tras la publicación y lectura de la Carta Pastoral de enero de 1960 y, especialmente, luego del fallido intento de Trujillo por obtener el acariciado título que para él propusiera desde Roma, ya en 1955, el Padre Zenón Castillo de Aza: el de “ Benefactor de la Iglesia Dominicana”.
Precedía a Monseñor Clarizio la aureola de prestigio de otro gran Nuncio papal, Monseñor Lino Zanini, quien entre octubre de 1959 y mayo de 1960, jugaría un papel estelar, alentando el viraje estratégico que la iglesia adoptaría ante Trujillo, cumpliendo a pie juntillas las directrices del Papa Juan XXIII de mantener “prudente distancia” del tirano.
Designado para servir funciones como Nuncio papal en nuestro país el 14 de octubre de 1961, presentó sus Cartas Credenciales ante el Presidente Rafael F. Bonnelly el 6 de marzo de 1962, ya en pleno gobierno el segundo Consejo de Estado. Fue recibido solemnemente en la Catedral Metropolitana el 8 de marzo del mismo año por los obispos, sacerdotes y la feligresía católica.
Era monseñor Clarizio un probado diplomático vaticano, que desde 1939, en momentos especialmente complejos, inicio sus servicios en la Secretaria de Estado- la Cancillería Vaticana- luego de una sólida formación en humanidades, teología y derecho canónico y tras culminar sus estudios preparatorios en la Pontificia Academia Vaticana.
Al término de su curso académico, el Cardenal Juan Bautista Montini, para entonces Sustituto de la Secretaría de Estado, y quien luego sería elegido Papa con el nombre de Pablo VI, lo designó como su secretario, responsabilidad en que le acompañó durante la segunda guerra mundial, encomendándole delicadas tareas, entre ellas, la que le llevaría a Estambul, donde se encontraría por vez primera con el entonces Delegado Apostólico en Turquía, Monseñor Ángelo Roncalli, quien a la muerte del Papa Pío XII sería escogido como su Sucesor, en el año 1958, con el nombre de Juan XXIII.
Durante aquellos tiempos convulsos, al culminar la segunda guerra mundial, prestó valiosos servicios a la Iglesia, a favor de los perseguidos políticos y los damnificados por los efectos de la guerra.
En el año 1947 sería designado Auditor en la Delegación Apostólica en Washington, entonces bajo responsabilidad del Cardenal Cicognani. En 1949, sirve funciones como Delegado Apostólico en Australia y Nueva Zelanda colaborando con el Cardenal Paolo Marella.
En 1954 fue transferido a desempeñar funciones como Consejero de la Nunciatura Apostólica en Francia, labor que desempeñó hasta el año 1958, momento en que el Papa Pio XII le designó como primer Internuncio en Pakistán. Allí desempeño una admirable labor, ganándose el respeto tanto de la comunidad católica como musulmana.
Como experimentado diplomático, sabía Monseñor Clarizio la delicada situación en que le correspondería llevar a cabo su misión como representante de la Santa Sede en la República Dominicana, en momentos en que prácticamente se estrenaba un gobierno de transición (El Consejo de Estado), llamado a encauzar el país por senderos de democratización después de las profundas convulsiones sociales y políticas generadas a raíz el ajusticiamiento del tirano.
Su importante discurso del 8 de marzo de 1962 durante el recibimiento solemne de la iglesia dominicana en la Catedral Metropolitana, delineaba, a grandes rasgos, el alcance de tan comprometedora empresa, pero el mismo era también un llamamiento a la solidaridad y el compromiso de todos los dominicanos en aquella hora decisiva.
“Todos podemos y debemos hacer algo, cualquiera que sea nuestra condición: pobres y ricos; instruidos e ignorantes; intelectuales y obreros; sanos y enfermos; pues no debemos olvidar que: “Humilia mundi elegit Deus ut fortia confundat”. “Ha elegido Dios las cosas humildes para confundir a los soberbios… muchos mantienen ocultos en sus almas grandes dones del Señor y poseen reservas ignoradas y energías espirituales de un valor incalculable…no debemos esperar pasivamente la llamada, que haga vibrar las resonancias infinitas de los dones divinos, encerrados en el fanal de nuestro corazón; sino ofrecer con dinámica espontaneidad la serena, generosa y desinteresada ayuda por el bien de la sociedad…”.
Y con clara conciencia de las exigencias del momento presente, señalaba:
“Como en la vida de los individuos, así en la vida de las naciones hay momentos decisivos para su historia. Y esta es la hora en que cada cual debe tomar la parte de responsabilidad, que le corresponde ante Dios, ante la Iglesia, ante la Patria y ante sus semejantes”.
Por su dilatada experiencia diplomática en situaciones conflictivas, sabía que después de tan larga noche de dictadura, se habían hecho visibles en nuestro país los antagonismos y las discordias, por lo que afirmaría en aquel memorable discurso inaugural de su misión:
“El momento presente reclama: unidad, organización, adaptación al tiempo y lugar, coordinación y, por encima de todo, caridad. “In necessariis unitas; in dubiis libertad; in ómnibus charitas”. “En los asuntos esenciales, unidad; en las cuestiones secundarias libertad; ¡y en todo momento caridad! “.
Muchos esfuerzos de armonización, conciliación y promoción social de Monseñor Clarizio pueden ser destacados, pero uno de los más difíciles fue el que le correspondió desempeñar tras el inicio de la conflagración de abril de 1965.
Eran aquellos momentos dramáticos. Monseñor Clarizio empeñó todo su esfuerzo, arrojo y fe para procurar sacar adelante el acuerdo del cese al fuego. Se derramaba sangre entre hermanos y con el paso de las horas aumentaba el caos y la indignación popular dada la bochornosa afrenta de la presencia en el país de las tropas interventoras y los inmisericordes bombardeos de San Isidro.
Llegó a confesar que por momentos sus esfuerzos de mediación corrían el peligro de resultar estériles. Por ejemplo, encontrándose en la sede de la Cruz Roja, recibe una comunicación urgente desde San Isidro en la que se le indicaba que, si un tanque de Ciudad Nueva continuaba hostigando la Fortaleza Ozama, ellos iniciarían el ataque aéreo, con lo cual habría gran número de bajas en la población civil y grandes destrucciones de edificios, especialmente, de forma muy particular, en la Catedral Primada.
Le fueron dados 12 minutos, según él mismo revelara, para llevar a cabo dicha misión ante los líderes del sector constitucionalista, gestión que, afortunadamente, rindió frutos favorables. Pudo alcanzarse el cese al fuego sosteniendo comunicación simultánea mediante tres líneas telefónicas: uno con los militares de San Isidro; otro con Ciudad Nueva y otra línea con el Palacio Nacional, en donde se encontraba en General Atila Luna.
A eso de las 11: 45 a.m del día 30 de abril de 1965, los militares determinaron izar bandera blanca sobre los tanques, aconsejando, a su vez, hacer lo propio en los lugares de combate. Recibe, pocos después, la información de que los tanques norteamericanos están entrando en la Ciudad por lo que se tornaba perentorio informar a la Embajada norteamericana que ya el cese al fuego había sido convenido entre las partes, por lo que Clarizio se dirigió raudo hacia la sede diplomática norteamericana a borde de una ambulancia acompañado de representantes de los dos bandos contendientes.
Cuando se dirigían a la Embajada encontraron uno de los tanques norteamericanos que procuraban penetrar en la ciudad, dándole Clarizio a conocer el texto del cese al fuego.
De pronto, reciben el ataque de francotiradores que los tanques procuraron repeler viéndose precisados los emisarios a lanzarse a tierra y refugiarse en una casa contigua.
Tras la reunión de los militares en San Isidro, le fue autorizado a comunicar por Radio el cese al fuego. Expresó en la ocasión:
“Soy el Nuncio Apostólico que hablo de nuevo al pueblo dominicano. Esta mañana me he trasladado a Ciudad Nueva para encontrarme con el Coronel Francis Caamaño, con el Señor Héctor Aristy, con el Teniente Coronel Montes Arache, Señor Augusto Jiménez Herrera, Señor Fausto Caamaño y Señor Héctor E. Conde , los cuales después de haber hablado directamente con el Profesor Bosch, con el cual yo mismo he hablado, hemos llegado a un acuerdo de cese al fuego bajo las siguientes condiciones:
Primero: se da seguridad de salvar la vida a cualquier persona, no importa la ideología o el bando que defienda, incluidos presos y asilados.
Segundo: se solicita una comisión de la OEA, que servirá de árbitro en el conflicto.
Estos puntos bases fueron aceptados por todas las autoridades militares de ambas partes, y otras altas autoridades de responsabilidad. Consiguientemente, el cese de fuego ha tomado inicio esta mañana a las 11:45 a.m
No obstante esto, han tenido lugar unos disparos probablemente por personas que no estaban aún enteradas de este acuerdo. Se les ruega instantáneamente respetar este acuerdo, para evitar que haya inútilmente derramamientos de sangre y peligrosas provocaciones”.
Concluida su alocución radial, el Nuncio Clarizio notificó el acuerdo de cese al fuego al Doctor José Antonio Mora, Secretario General de la OEA. El mismo fue ratificado por las partes el 4 de mayo de 1965, mediante la conocida “Acta de Santo Domingo”.