Ahora es el momento justo para dejar en tinta, retazos ya de memoria porque los pormenores, hilachas, con el transcurrir, lo registro sobre César Vallejo, poeta peruano que, de una u otra forma, sentimos y admitimos cercano, pues con dos trozos de palabras: _ ¿Qué me da, que me azoto con la línea/ y creo que me sigue, al trote, el punto? _ traza la humanidad trágica, extraña, y también común. Sangre viva en la vida, nuestro andar ordinario.
Desde España vienen conmigo, que aún memoro deleitosamente, algunos eventos que sobre él vi, oí y, hasta participé. Ahora que se reseña con ciertas persistencias sus 130 años de nacer, propicia es la atención puesta sobre el hecho, para graficar en papel estas notas.
Vallejo 1: una pillería
En uno de los descansos del Congreso de la Asociación de Lengua Española (ASALE), celebrado en la ciudad de Sevilla, en 2019, el poeta Marco Martos _ que nos conocimos desde tiempos antes de conocernos_ Presidente de la Academia de la Lengua Española Peruana, y autor del hermoso libro de poesía, La novia del viento, me propone, muy en serio, pero sin poder contener una lo siguiente: Vamos, José Enrique, a determinar los cinco poetas más importantes de todos los tiempos desde allá hasta aquí…y desde aquí hasta allá, dejando, obviamente, al digno griego. Iniciamos.
-Pues, iniciamos:
Dante… de acuerdo. Y va uno-
San Juan de la Cruz…de acuerdo. Y van dos.
Walt. Whitman …de acuerdo. Y van tres.
Rubén Darío…. De acuerdo Y van cuatro
Ahí hay cuatro poetas, falta el cinco para completar la propuesta: la seria juguetería. Y el cinco. Ah, el cinco. Sí, el cinco, unju, el cinco. Y pensamos, repensamos, nos miramos, damos vuelta, revuelta y nos miramos, reímos y mudeamos. Y el silencio vuelve, y otro silencio. Nos mirábamos y nos reíamos. En la selección, de los dos, únicamente de nosotros, nos jugamos la historia de la poesía, el fluir del verso, su distinción y pertinencia.
Estábamos de acuerdo que la legitimidad debía imponerse, que la legalidad de la selección era obligado requisito, así como asentarse por sí misma, aunque la certeza, solo de los dos. Y sentíamos que la selección, a paso de un nombre, ya no nos ponía en aprietos, más bien en una cercanía que se cerraba a cada paso de tiempo, pues el nombre, por impulso del buscar y pensar y pesar, iba dibujándose en el aire. La pillería de la media risa que mostrábamos: gesto de asentimiento.
Marco, el pudor lo marcaba, me dice: dilo tú. Mirándolo, sin más dilación: César Vallejo.
Y son cinco.
Y firmamos, con los dedos, en el aire, los dos.
Ahora que se cumple 130 años de su nacimiento, recordando a mi querido amigo Marco Martos, subrayo lo siguiente: ¿Por qué escogimos a Vallejo?
Vallejo mora en la inmediatez y en lo lejos, lo muy lejos del lenguaje. Es una trabazón en el correr de la lengua, una ruptura, una incisión, un tajo, un retorcer pulsaciones lingüísticas primarias.
No hay duda de que César Vallejo, a 130 años de nacer, aún es misterio, tan misterio, que aún no sabemos qué hizo con la lengua. Una cosa sí sabemos, testimonia la finitud de la lengua española, su radical e inagotable asombro.
Vallejo 2—–La semana del autor
En el tiempo que me tocó estudiar en la Universidad Complutense. el Instituto de Cultura Hispánica celebraba, cada mes, la Semana del autor. Vivía en Colegio Mayor Guadalupe-Era norma que el autor, desde luego, vivo, un día de esa semana tuviera un encuentro con los estudiantes del Colegio que albergaba estudiantes de todos los países hispanoamericanos, así como de las distintas autonomías españolas. Después de finalizado el encuentro, cenaba con los estudiantes de doctorado en las áreas humanísticas: literatura, lingüística, historia. El director, Don Emiliano Moreno se tomaba muy en serio esos eventos. Las invitaciones llegaban una semana antes, y las vajillas, destinadas a esas ocasiones, desde bien temprano, eran sometidas a tratamientos de limpiezas especiales. Como pertenecía a ese rango, asistí a esas cenas. Además, para el director, esos eventos eran serios, honestos, donde los esfuerzos que se expandían atañan a la dignidad y al respecto de la persona, no a meras disquisiciones o jugueterías. Y así estuve muy de cerca con María Kodama, quien asistió en la dedicada a Borges, y a la de Octavio Paz. Recibí de él y su esposa, "el dominicano", como me llamaron en la velada, una despedida muy singular: se desplazaron hasta donde me encontraba, muy distante de la puerta de salida, y con apretón fuete de manos me dijeron: Buena noche dominicano, que tenga una buena estadía” Hasta hoy, pienso que esa distinción, entre tantas personas, obedeció a mi origen de nacer: pertenecía a la misma tierra de Pedro Henríquez Ureña. Es lo que aún pienso, era Paz un verdadero dios vivo que andaba entre nosotros. Hablaba como escribía, y con una serenidad propia del que está ya seguro en esta tierra. Por ahí anda una foto, traspapelada.
Esa semana. la dedicada a Octavio Paz, se caracterizó por un fluir limpio y tensado de vocales y consonantes que conformaban silabas, y estas, palabras y, a su vez, oraciones, y estas, en fluir natural, párrafos, en fin, estructuras encadenadas que dan cuerpo a la lengua y que en el dominio de estos dos personajes: Sabater, el filósofo presentador, y Paz, el homenajeado, el lenguaje, la lengua, el habla, el idioma, alcanzaron plenitud de sentidos y blancor de forma.
Fernando Savater inició con un decir que fluyó igual que río corriente abajo sin acarrear escombros que cubrió más de la hora, sin lápiz, sin apuntes, lejos de audífono. Puro decir, oralidad sostenida, henchida de historias serenadas. Asistí todos los días a la de Borges. Y cada, asombro sobre lo que se decía del personaje representado por María Kodama. Pasé, solo pasé, por la mesa donde se exhibían los libros de Alfredo Bryce Echenique, autor de Un mundo para Julius (novela que andaba en la boca de muchas personas. El salón, rebozado, sobre todo, de mujeres. El salón principal de actos del Instituto Hispanoamericano de Cultura, rebozado, sobre todo, de mujeres.
Mas, la memorable, la dedicada a César Vallejo. Allí se convocó a los estudiosos del poeta y de algunos que tuvieron, de algún modo, contactos bien cercanos con él, como impresores peruanos. De diferentes latitudes llegaron. especialistas de su obra llegaron de Francia, de Latinoamérica también llegaron, de diversas ciudades de España llegaron como también llegaron de su tierra, Perú. Y todos llegaron, incluyéndonos, los cercanos estudiantes para rendir honor al hombre y a su obra.
La delegación peruana, regia, sobria, de arraigos, oidores de primer orden, impresores, tertulianos de los inicios, viejos compañeros y viejos, con anécdotas y pormenores. Unas cosas eran comunes a aquellos hombres y mujeres allí encontrados: el amor y respecto a la obra del escritor que se trasladaba al hombre. Solemnidad reinó siempre, se puso por encima de las disidencias, las discrepancias y contrariedades. Allí se habló de César Vallejos de ángulos diversos: desde las ponencias hasta la anécdotas y chistes. Del verso, la estrofa, el poema, la prosa y. de ese algo que reina más allá del trazo y la tinta, de la imagen y las significaciones: el silencio.