Que el “intento de exterminio [contra el] pueblo palestino” que actualmente ocurre y, por lo común, las confrontaciones que hoy en día suceden a nivel mundial, consistan en la “quiebra inestimable de la razón”, tal como recién lo expresara el prominente intelectual Dr. Andrés L. Mateo, delegado permanente de la República Dominicana ante la Unesco, bien podrían entrañar la tentativa, sutil, de basar, a menos que se tratase de un frívola postura, los mentados acontecimientos sobre el estricto apego al método deductivo, lógico y “a priori” del pensamiento racionalista.
En la tradición intelectual “latinoamericana”, tenemos, por ejemplo, al escritor José Enrique Rodó, quien en su ensayo “Ariel” (1900) arremete contra el utilitarismo y las pretenciones hegemónicas del coloso norteamericano sobre la llamada “América Latina”. Dicha obra debía convertirse, según el historiador y crítico peruano Luis Alberto Sánchez, en el “breviario espiritual” de la juventud “americana”, quien, remontándose a dos personajes simbólicos de La Tempestad (Shakespeare), debía ascender al territorio nobiliario del espíritu mediante el ímpetu subjetivo, ideal y místico de Ariel, y no de Calibán, prisionero de la sensualidad sajona.
En ese tenor, el castigo colectivo, asimétrico, o exterminio bíblico infringido por el Estado judío sobre la franja de Gaza, y el utilitarismo y el expansionismo estadounidense que delata el proyecto “arielista”, habrían de constituirse, una vez superada la lógica, en un incuestionable entramado axiológico o metafísico deducible de las leyes y los principios abstractos de la racionalidad humana, suministrados “a priori” por el entendimiento y no por los intereses hegemónicos relacionados con el carácter excepcionalista autoproclamado tanto por Israel como por los Estados Unidos de América.
A pesar de su encomiable sentido crítico, buscar las “atrocidades” cometidas en la “pérdida de la razón” o en la “quiebra inestimable de la razón” (L. Mateo), sería afrontar la realidad o la verdad de los sucesos a través del prisma de un lenguaje esponjoso, cargado de eufemismos y conceptos mentales en términos racionalmente abstractos, pero al margen del poder hegemónico o de clase por el control de los recursos del planeta y, en general, de las sociedades humanas. De ahí que nuestro hombre de letras recurra al argumento, indeterminado, de que “todas las guerras mienten”. Así las cosas, no tendríamos culpables u oposición entre héroes y villanos.
Enfocar la praxis, individual o colectiva, enmarcada en un racionalismo entrampado en la lógica formal, equivaldría, permitiéndome la metáfora, a limitar la interpretación de las relaciones sociales en términos de un sistema aislado, tal como la audición amurallada entre 20 Hz y 10 KHz, el sentido del tacto confinado a nuestro sistema neuro-sensorial, la vista restringida entre 4000 y 7000 Angstrom, o al gusto condicionado a los cuatros principales sabores. De ser así, estaríamos presenciando, erróneamente, el relego del sujeto histórico a las puras actividades biológicas del organismo humano.
Finalmente, si bien es cierto que permanecemos atrapados en los límites experienciales de nuestra subjetividad por conducto de los filtros de nuestros sentidos, no es menos cierto que confinar los acontecimientos humanos, de ayer y de hoy, al juego de la racionalidad formal y lógica, conllevaría a ocultar que Adolfo Hitler fue electo en unas elecciones libres y democráticas, o a enmascarar que Francia sea un sub-imperio colonialista.