El aire era diferente a mi aire de ruidos y ansiedades. A mi permanente y caótica manera nacer y existir en mi cuarto de isla, a miles de kilómetros de aquí. Mi cuarto de isla que esta noche no existe y que desde la Catalunya es solo es un punto en el Caribe de cuyo nombre prefiero no recordar en esta primera ronda de amargas cervezas San Miguel y de soledad acompañada que ahora duerme en la Pensión Inhiesta, en la Avigunda Diagonal. Sí, mi cuarto de isla, siempre esperando el maná del Mar de la Tranquilidad que nunca llega.
Aquella noche de verano en la Plaza Real de Barcelona, que corría un aire diferente, tenso y divertido de este lado del mundo. No era mi acostumbrado aire de bullanguería y groseras ráfagas de carcajadas malolientes.
De colmado, cervezas y bachatas, tilín tilín amor de vida me voy a matar, tilín tilín. No, era un tenso y divertido y yo estaba allí como el niño que observa a los otros pasear de un lado a otro, sin más. Brechar es una adicción como cualquier otra. Es el faro de los curiosos, de los afortunados exploradores de tesoros, hasta de los asesinatos sorpresas.
Degustaba la primera San Miguel desde un rincón anónimo cuando Ambros le hace señas a Tomí. El diler proveedor de hachis a toda la plaza. Tomí se acerca lento, siempre con las manos entre los bolsillos. La Plaza Real timbí de gente. Es viernes de Sant Jordi, patrón de flores y libros.
Asombradísimo, fui testigo de primera mano de la rápida estocada detrás del muslo derecho que derrumba a Tomí al instante. Ambros hiere a Tomí sin inmutarse, sin mirar a ningún lado, dueño de esta noche de aire diferente al mío. Ambros malhiere a su paisano de Marruecos, tal vez obligado a cumplir alguna vendetta del rajul eisaba o satisfacer los códigos secretos tan propios de los negocios turbios en cualquier parte del mundo.
Tomí yace herido en el suelo escuchando a lo lejos a los catalanes alegrarse por el último gol de Messi. Mas risas. Todos cerca de él, pero tan lejos de su desgracia. Tomí más solo y tibio de muerte que la San Miguel entre mis manos. Tomí rodeado de luces, de gente de todos los colores y de este aire diferente de la compleja Barcelona. Solo Ambros, cuchillo en mano, se aleja como pantera en la selva. Sonriente, guarda el arma y se suma al bullicio de un bar cercano a la carrer de vidre. No tiene miedo.
Salgo de mi rincón anónimo y me atrevo a pedir en catalán posa’m una sant miguel. Ambros me observa y me habla marroquí. No le digo nada y vuelvo a mi rincón anónimo, a mi cuarto de isla en esta compleja, tensa y divertida Barcelona.